¿LA FIESTA EN PAZ?
Leonardo Páez
Con Mariano en Atenco
PARAFRASIS RULFIANA: VINE a la ganadería
de Atenco porque me dijeron que acá el tentador oficial era, desde
1971, el maestro en tauromaquia Mariano Ramos, último representante
de la estirpe de los toreros charros, iniciada en el siglo XIX por Ponciano
Díaz, primer ídolo taurino mexicano, apodado precisamente
El charro de Atenco, continuada por el tlaxcalteca Jorge El Ranchero
Aguilar, y culminada con el señor Mariano, conocido igualmente como
El charro de La Viga, por ser originario de aquel rumbo de Iztapalapa
en la ciudad de México.
VINE
TAMBIEN PORQUE me dijeron que en el centenario casco de la hacienda
ganadera de bravo más antigua del mundo, fundada en 1528 por Juan
Gutiérrez Altamirano, pariente y compañero de armas de Cortés,
a veces se aparece una silueta, figura o bulto con sombrero, y que tal
vez sea el ánima de Ponciano, que incansable busca por los salones
del caserón a la hija de los ganaderos Barbabosa con la que, ya
famoso, soñó casarse y que los prejuicios de la época
se lo impidieron. Drama similar padecería veinte años después
José Gómez Ortega Gallito, cuando le fue negada la
mano de Dolores, hija del ganadero Felipe de Pablo Romero, quien por cierto
en 1910 vendió varias vacas a los señores Barbabosa.
Y VINE ASIMISMO porque el prestigiado hierro de
Atenco, gracias al taurinismo de los sucesores de don Juan Pérez
de la Fuente, su propietario, y al buen criterio ganadero de sus celosos
administradores, don Jaime Infante, padre e hijo, mantiene una vigencia
y una calidad en sus encastes sistemáticamente rehuida por los partidarios
del novillote de entra y sal, preferido de ciertos ases -asesinos de una
profesión- que, más que ser figuras, sólo figuran.
LEJOS DE FALSIFICAR la casta, edulcorar la sangre
brava o rebajarla con refrescamientos frívolos, los señores
Infante han sabido conservar esa bravura -para toreros, no para petimetres-,
pero limando, mediante una esmerada selección, la embestida áspera
o con nervio, hasta transformarla en un estilo claro cuya nobleza no elimina
la transmisión, es decir, la acometida emocionante, al haber añadido
escogidas vacas de José Julián Llaguno y Jaral de Peñas,
vale decir, de lo mejor de San Mateo, sangre pura de Saltillo.
CUATRO VACAS UTRERAS, serias de hechuras y fuertes,
sirvieron para reiterar, en la legendaria plaza de tienta, la venturosa
evolución que experimenta Atenco desde hace unos diez años.
Con ellas Mariano Ramos desplegó la solidez de su tauromaquia y
la solvencia privilegiada de sus procedimientos, que lo mantienen como
uno de los toreros más consistentes en la historia, con una sobria
maestría que nunca necesitó torear 100 corridas por año.
Y luego se dieron gusto muleteando Pedro Escamilla y su hijo Jesús,
que el próximo 26 debuta en un festejo con picadores en Fábrica
María, y Fernando Arroy, Guillermo Villegas -qué sello de
torero-, Juan Luis Silis, Aarón Rodríguez y Alberto González.
Hay que repetirlo: en México sobran toros y toreros buenos. Lo que
falta es voluntad para aprovecharlos.