Recordó la obsesión del historiador Florescano por explorar nuevos temas
Consolida José Emilio Pacheco su sitio estelar en nuestra literatura, dijo Aguilar Camín
CESAR GÜEMES ENVIADO
Jalapa, Ver., 6 de diciembre. Con todo derecho, cualquier lector puede hablar de sus escritores favoritos. Pero cuando un escritor lo hace de sus compañeros de oficio, entonces es posible, como ocurrió con Héctor Aguilar Camín al comentar la vida y la obra de José Emilio Pacheco y Enrique Florescano, que un discurso de presentación se convierta en una obra literaria.
La noche en que fue concedido el honoris causa al historiador y al poeta, Aguilar Camín leyó los textos ''José Emilio Pacheco: un destino clásico" y ''Enrique Florescano: maestro de la memoria".
Respecto del primero, afirmó el autor de La guerra de Galio, para beneplácito de los presentes: ''Por el atuendo siempre impecable de un diplomático mexicano alguien derivó la broma peregrina de que había nacido vestido. De la lectura de los muchos libros y las infinitas colaboraciones para la prensa de José Emilio Pacheco, alguien podría derivar la convicción de que Pacheco nació sabiendo leer y escribir.
''Pacheco se estableció como hombre de letras maduro desde sus primeros títulos, y no ha hecho con el tiempo sino consolidar y ampliar su sitio como toque de piedra de la literatura mexicana moderna. Ha tenido como tal una larga y fecunda cosecha.''
Pacheco ha sido, dijo Aguilar Camín, ''un habitante ejemplar de la república de las letras. Abundan en su vida literaria, dones que suelen escasear en esa república. Es un lector generoso y un maestro graduado en la enseñanza de las obras de otros. Es un antologador excepcional y un crítico que no ha sido mordido por la maledicencia literaria ni por el faccionalismo de cenáculo". Y lo definió, fina y finalmente: ''Creo poder contestarle, parafraseando a Sartre, que en materia de su oficio no encontraría sino la fiel imagen de sí mismo; un escritor, sólo un escritor, todo un escritor".
El demonio personal de la innovación
En la semblanza del historiador Enrique Florescano, Aguilar Camín lo recordó en sus primeros años de labor: ''En un medio académico un tanto anticuado, donde el único flechador de empresas grandes parecía ser don Daniel Cosío Villegas, Florescano era todo ebullición y proyectos. Tenía el impulso de fundar cosas y el demonio personal de la innovación. Quería ventilar la casona, abrirla a otros mundos, moverla hacia la exploración de nuevos temas, nuevos métodos, nuevas obsesiones que implantar en la conciencia de los historiadores de México. Sus colegas lo miraban con escándalo o ironía, sus alumnos con un interés natural por la juventud invitadora de su estilo''.
La conclusión fue del escritor y del amigo. Leyó Aguilar Camín:
''Desde hace unos años, sus amigos lo hemos visto angustiarse y rebelarse una y otra vez por la pérdida creciente de rumbo crítico y ambición intelectual de la universidad pública, por la burocratización de los claustros académicos que le quita sensibilidad y arrojo a sus comunidades intelectuales, por la reducción de los presupuestos destinados a la educación y la cultura que le roban impulso y centralidad a instituciones que fueron en otro tiempo rectoras del pensamiento y el desarrollo de México.''