DESFILADERO
Jaime Avilés
Homenaje a una dama discreta
En las duras y en las maduras ha sido fiel a su proyecto
de vida y a su idea del país
Los temas de la consulta de prioridades, en boca de
todos
CELULAR EN EL MORRAL. Nació en un pueblo
del sureste, a los pies de unas montañas redondas como bolas de
algodón de azúcar, cerca de una comunidad indígena
llamada Noipac, voz que en náhuatl significa "hueso de rana". Aparte
de esto, nada sé respecto de sus primeras décadas, salvo
que obtuvo una licenciatura universitaria, casó con el único
hombre de su vida, regaló al mundo tres hijos varones, que son buenos
y nobles como el pan de trigo, y ha llevado con alegría y entusiasmo
una existencia marcada por los sacrificios. Ignoro dónde y cuándo
conoció a su pareja, un muchacho originario de un pueblo aun más
pequeño, perteneciente a un municipio cuyo presidente, en aquella
época remota, era un viejecillo que por las mañanas compraba
un bollo de queso, duro, hueco o lleno de aire por dentro, y se lo metía
en la bolsa derecha del pantalón y lo aplastaba de un golpe a fin
de comerse las migas, sacándolas de uñita, a lo largo de
la jornada.
La primera vez que la vi fue una madrugada, cuando el
sol plateaba el lomo del río y comenzaba a levantarse el calor.
Llegué en taxi a la fachada de una casa de sólo 10 metros
de frente y ella, supongo, escuchó el ruido del motor porque abrió
la cortina de la sala y se asomó en bata, abrazando a un bebé
recién nacido y sosteniendo un biberón, y me saludó
con un grito potente y amistoso, como si yo fuera un visitante cotidiano.
"Espéralo. Se está bañanado". Se refería, por
supuesto, a su marido, al que yo no conocía, y que me había
citado a las cinco y media de la mañana para que lo acompañara,
como periodista, a recorrer 12 comunidades indígenas, entre ellas
Noipac, a través de una región cuyos habitantes, flacos,
desdentados, amarillentos y, muchos de ellos, tuertos y tuberculosos, no
querían escuchar promesas electorales sino quejarse del abandono
en que los tenían los gobiernos del partido de siempre y pedir armas
para luchar como los zapatistas.
"Mi mujer dice que vamos a perder el tiempo y tiene razón.
Hizo un cálculo y dice que de aquí no voy a sacar un solo
voto, pero yo creo que hay que ir a todas partes y hablar con todos, no
para que voten sino para que escuchen, para que reflexionen", me dijo el
candidato a la mitad del trayecto. Y entonces, como no llevaba un peso
en el bolsillo, habituado a vivir de aire, me aconsejó: "En el próximo
pueblo hay una tienda muy buena, hermano. Te lo digo por si quieres comer
algo, no sé si me explico...".
Era el mes de abril de 1994 y aquel viaje fue el principio
de una extenuante aventura que habría de culminar ocho meses más
tarde, la mañana del primero de diciembre, con una golpiza policiaca
en el Eje Central de la ciudad de México, después de unas
elecciones asquerosamente fraudulentas y una trágica peregrinación
por las carreteras del sur donde murieron tres compañeros aplastados
por el camión de volteo que los transportaba. A ella no volví
a verla sino en mayo de 1995, en el comedor de un hotel de medio pelo en
el puerto de Veracruz, a donde llegó en compañía de
sus tres hijos para reunirse con su marido, que venía caminando
desde la casa de ambos, nuevamente rumbo al Distrito Federal, a la cabeza
de una multitud de campesinos indignados. Nacida para la política,
atenta siempre a los detalles que contienen las claves fundamentales de
lo esencial, recuerdo que le dijo a su hombre: "¿Ya te fijaste cómo
está cambiando (fulanito, un neodiputado campesino)? Cuidado con
él, papi. Sigue de huaraches pero ya anda con celular en el morral.
Así empiezan y tú sabes cómo terminan..."
Camellones en el pantano
Aquellos
eran tiempos terribles, hoy malamente endulzados por la nostalgia. El Ejército
había puesto en fuga a los dirigentes del EZLN, que andaban a salto
de mata, pero más allá de las fronteras del norte de Chiapas
crecía un movimiento indígena formidable. Ella, sin duda,
había contribuido a organizarlo. Primero, cuando ella y su marido
eran muy jóvenes, viviendo con los campesinos de una zona pantanosa
del golfo de México, en donde, inspirados en el ejemplo de los xochimilcas,
ayudaron a construir unos "camellones" de tierra fértil para sembrar
maíz y frijol encima del fango. Luego, cuando su marido se convirtió
en presidente estatal del partido de siempre, luchando por la democratización
de las estructuras internas, experimento que duró poco y terminó
mal. Después, cuando a consecuencia de aquel desastre, tuvieron
que exiliarse en la ciudad de México y, por último, cuando
regresaron a la tierra para impulsar el Frente Democrático Nacional
en apoyo a Cuauhtémoc Cárdenas.
Sin quebrarse, ella y su marido continuaron trabajando
después del fraude de 1988, ahora para edificar un nuevo partido,
y supieron que su esfuerzo tenía razón de ser cuando en 1991,
gracias a la primera caminata en pro de la democracia, derribaron al gobernador
en turno y su marido se erigió en una auténtica alternativa
política para los excluidos de todas las fiestas. En 1996, cuando
su marido encabezó el bloqueo a los pozos petroleros para exigir
que Pemex indemnizara a quienes habían perdido sus parcelas debido
a la contaminación, ella, siempre de buen humor, soportó
la tremenda presión de los medios, el acoso de los órganos
represivos del Estado, las amenazas que pendían sobre sus hijos
y la angustia que le causaba el hecho de tener un helicóptero de
la policía zumbando a toda hora sobre la azotea de su domicilio
como un zopilote de acero.
Pero eso, bien lo recuerda, no era lo peor. Lo más
difícil era que, a toda hora al igual que el helicóptero,
su casa estaba invadida por un grupo de mujeres gordas y acongojadas, que
lloraban sin cesar en el estrecho espacio de la sala, inconsolables porque,
le decían, "ya van a meter a la cárcel al licenciado", cosa
que a fin de cuentas nunca ocurrió. Pero antes, muchos años
antes y aun varios años después de aquel amargo episodio,
fue ella quien se las ingenió en todo momento para resolver los
problemas cotidianos de la supervivencia, en un hogar al que nunca llegaba
el dinero porque el magro salario de su esposo no alcanzaba para comer,
hasta que un día, sensatamente, llamó a su consorte y le
dijo: "Tienes que hacer algo, papi, porque yo no veo claro, ¿eh?".
Y de aquel regaño surgió un libro titulado Entre la historia
y la esperanza, que no trajo la bonanza pero obligó a su autor
a la meditación y lo encerró durante un mes en un cuarto
en cuyos muros rebotaban, sin entrar, los ecos de la política del
momento.
Tras la publicación de aquel volumen vinieron las
elecciones internas para definir a la nueva dirigencia nacional del partido
de Cárdenas y aquel domingo, mientras la militancia votaba en todo
el país, ella estaba sentada en la sala, tejiendo con ganchillo,
y de pronto alzó la cabeza y dijo a su marido, que caminaba descalzo
en círculos como león de feria: "Me estás mareando,
papi, ¿por qué no vas a la cocina a prepararme un te...".
Estos son, a duras penas, torpes bocetos, apuntes a vuelapluma
para un retrato que no alcanza a describir los méritos de una mujer
que ha sabido ser leal a su compañero, a la causa que ambos defienden
y en cuyos valores han educado a sus hijos, y que nunca ha bajado la guardia,
en las duras y en las maduras, fiel a su proyecto de vida y a su idea de
país. Ella es hoy la primera dama de la ciudad de México,
su marido cuenta con un altísimo porcentaje de aceptación
entre la gente que gobierna -80 por ciento, según la reciente encuesta
de GEA- y buena parte de los aciertos que puedan atribuirse a la administración
capitalina son también logros de ella, frutos de su buen juicio,
de su experiencia militante, de su prudencia femenina y de su sentido común.
Plegarias atendidas
La mañana del jueves, los miembros del comité
promotor de la Consulta Nacional sobre Prioridades entregaron los resultados
de ese ejercicio a la Junta de Coordinación Política de la
Cámara de Diputados. Alejandro Zapata Perogordo -nombre que parece
una excusa clasista-, en representación del PAN, pronunció
un discurso vacío para elogiar la libertad de expresión de
los participantes y blablablá. Juan Manuel Sepúlveda, del
PRI, se comprometió a comunicar el mensaje de la población
encuestada a sus compañeros de banca y Martí Batres, del
PRD, subrayó, en alusión a Zapata Perogordo, que no se trataba
de la opinión de un grupo de notables sino de lo que piensan casi
3 millones de mexicanos.
En el encuentro de los legisladores, se habló acerca
de los temas que fueron puestos a consideración de la gente y de
las ideas que nacieron al calor del debate entre los convocantes. Dos de
ellas -la necesidad de elevar el presupuesto de la educación pública
a 40 mil millones de pesos (8 por ciento del PIB) para 2006, y la conveniencia
de suspender por tres años el capítulo agropecuario del TLC-
forman parte ya de la agenda pública de la izquierda mexicana.
En el primer caso, el aumento de los fondos que requiere
la educación en nuestro país, fue aprobado por la Cámara
de Diputados y está a la espera de la ratificación de los
senadores. El segundo, la renegociación del TLC, ha sido adoptado
como demanda central de las organizaciones campesinas opositoras al gobierno
de Vicente Fox y ha sido rechazado -lo cual significa un avance importante-
por destacados miembros del gabinete federal, así como por voceros
del gobierno de George WC Bush y por líderes empresariales mexicanos.
Para Rosario Robles, quien generó la iniciativa
de convocar a este pequeño think-tank de izquierda, sacar a su partido
del canibalismo y vincular el trabajo con el mayor número posible
de organizaciones sociales, el éxito es indiscutible. Ahora el PRD
ha establecido vínculos con casi 600 fuerzas grandes, medianas,
pequeñas y chiquititas, que le permitirán enriquecer su abanico
de candidaturas para las elecciones de 2003, siempre y cuando sea capaz
de evitar que esta apertura ponga en pie de guerra a las corrientes internas
que harán todo lo posible por impedírselo.