León Bendesky
Inseguridad global
Hay, sin duda, expresiones diversas de los procesos que se consideran globales. Cuando esta denominación se empezó a aplicar de manera extendida a los fenómenos económicos a fines de la década de 1980, se hacía con mucho entusiasmo. Se declaraba una nueva era en la cual las corrientes comerciales y financieras tenderían a acabar con las restricciones que imponían los distintos intereses nacionales a la generación de riqueza. Con la disolución de las fronteras económicas se anunciaba hasta el fin de la geografía, lo que redundaría en mayor bienestar general. El mercado tendría, finalmente, el espacio completo para operar de manera eficiente y con los menores obstáculos y esto, junto con la ampliación de la democracia luego del derrumbe de la URSS, llevaría incluso al fin de la historia. Como se ve no era menor el proyecto ni poco ambicioso el escenario político que se figuraba.
Las cosas no son siempre como se quiere, aunque se parta del enorme poder de algunos estados y de las más fuertes corporaciones y las visiones grandiosas generan sospechas. En su expresión económica la globalización ya ha mostrado que abarca, pero también desplaza, y que esta fuerza puede ser incluso más potente. Desplaza a países y regiones enteras que no tienen ninguna funcionalidad en el esquema o partes enteras de su territorio, de su población y de sus actividades productivas. Hay bolsones que participan de los fenómenos globales y grandes áreas que quedan a la orilla. Lejos de ampliar los márgenes de la competencia, como dice el dogma liberal, ejerce un impulso a la concentración cada vez mayor en prácticamente todos los mercados. Es más, hoy las fuerzas globales incluso son capaces de hacer que una sociedad se vuelva prescindible, como ha ocurrido en el caso de Argentina, que no es uno de los eslabones más débiles del sistema. Los países, sus economías, sus recursos y su población se usan y se descartan en función de su capacidad de generar ganancias, ya sea productivas o financieras, y en el límite son descartables hasta que pueden ser reusados.
En la globalización hay, como en todas las formas de organización social, ganadores y perdedores, pero hasta ahora no se ha constituido en un juego de suma positiva. En este modo de regulación social no hay normas claras ni aplicables de modo general, y mientras los países más ricos mantienen estados fuertes y con amplias facultades de intervención, a los más débiles se les exige achicarse y no interferir con las libres fuerzas del mercado. Así, se imponen las pautas para la gestión fiscal con presupuestos más reducidos y "déficit cero" y con medidas monetarias restrictivas en un entorno en el que no se puede crecer. México es un caso claro de este tipo de administración pública ligado a los criterios globales de rentabilidad.
La globalización no puede con la inestabilidad y la especulación, con la proliferación de la pobreza y los crecientes conflictos sociales. Una mujer que perdió su trabajo en Brasil no sabía siquiera dónde quedaba Indonesia cuando se provocó una crisis financiera que devaluó el real. En el debe y el haber contable de la era global el saldo se ha ido haciendo negativo. Entre tanto se abren otros frentes explosivos, uno es el del fundamentalismo y su manifestación en el terror. A la inseguridad económica se suman la política y la personal y se vuelven también globales.
Las estructuras del poder político no tienen capacidad para responder a esta situación y tienden, en cambio, a agravarla. Las posiciones en uno y otro extremo de las ideologías se expresan en sus concepciones fundamentales propias y generan enfrentamientos más fuertes. Hay una carencia formidable de capacidad política, de liderazgo y de medios para frenar la carrera de muerte y destrucción. A una agresión sólo se puede responder con otra más fuerte y nadie puede tener toda la razón para justificar sus actos.
La mujer que perdió una hija en el bombazo de Mombasa ni siquiera sabía dónde estaba Israel, pero ya es víctima de un conflicto de dimensiones globales. Hoy sabemos mejor el significado del 11 de septiembre y nadie puede creer que las acciones de las partes lleven a un fin que pueda ser eficaz, sino mínimamente digno.
Los señores de la guerra en Occidente y Oriente, desde sus posturas liberales o desprendidas de alguna religión, recrean de modo exacerbado la verdadera expresión de la globalidad, que es la inseguridad. Lo que debería ser anómalo se está convirtiendo en la norma y no parece haber manera de abrir nuevos cauces de convivencia que hagan de esto algo más humano. Pero esto no es ni siquiera un lamento.