SIDA: ESPERANZA Y TRAGEDIA
El
Día Mundial de la Lucha contra el Sida se marcó ayer en los
entornos sociales más diversos, en contextos políticos, ideológicos
y religiosos divergentes y confrontados, en países de todos los
continentes. En muchos idiomas de la Tierra millones de personas se manifestaron
contra la discriminación a los seropositivos, por una cultura de
la prevención y en favor del abasto de medicamentos a todos los
infectados por el VIH, independientemente de su género, orientación
sexual, posición socioeconómica, nacionalidad, raza y religión.
En los actos confluyeron organizaciones no gubernamentales de todo signo,
estadistas y funcionarios, artistas e intelectuales, médicos, científicos,
investigadores y hasta líderes religiosos para quienes aún
no son ajenos los valores de la piedad y la solidaridad.
El sentido ecuménico y diverso de esta conmemoración
es por sí mismo un dato esperanzador. Sobre esta base es posible
pensar que si bien la epidemia del sida ha avanzado de manera asoladora
y terrible en el planeta, también la comprensión humana ha
avanzado y empieza a percibirse un ambiente mundial propicio para enfrentar
el padecimiento, no todavía con tratamientos que lo erradiquen,
pero sí con campañas de prevención y con atención
a millones de seropositivos que aún deben enfrentar, además
de los estragos del virus en su organismo, prejuicios, fobias e intolerancia.
A juzgar por el poder de convocatoria que ha conseguido
la lucha contra el sida, ha avanzado también el entendimiento de
que esta epidemia es una amenaza al género humano en su conjunto
y no sólo a los denominados "grupos de riesgo", los cuales se desdibujan
aceleradamente. A más de dos décadas de detectada la enfermedad,
es evidente que no es un peligro circunscrito a los homosexuales, drogadictos
o a las poblaciones africanas y que el VIH no está constreñido
por clases sociales, continentes, preferencias sexuales, géneros
o niveles educativos.
Existe también creciente comprensión de
que en tanto la ciencia y la investigación no ofrezcan instrumentos
que supriman el virus, la única manera de combatir su propagación
es con medidas de prevención masivamente aceptadas, empezando por
prácticas de sexo seguro -uso del condón en todo contacto
sexual- y rutinas de estricta profilaxis en transfusiones e inyecciones.
La constatación de estos avances no debe dar pie,
sin embargo, a un optimismo irreflexivo. La epidemia del sida, con 3 millones
de muertes anuales y 42 millones de infectados, es sin duda la más
grave y acuciante amenaza contra la especie, pero esa realidad simple y
trágica aún está lejos de ser aceptada como tal. Resulta
grotesco, por ejemplo, que Washington y sus aliados pongan mucha más
atención, energía y fondos a la lucha contra el terrorismo
internacional, que según cifras del Departamento de Estado de Estados
Unidos causó 4 mil 649 bajas en todo el mundo el año pasado
-incluyendo los muertos de los atentados del 11 de septiembre-, frente
a los más de 2 millones de víctimas fatales del VIH. Desde
otra perspectiva, resulta indignante que el Vaticano utilice su autoridad
moral y su liderazgo, no para prevenir nuevos contagios, sino para propiciarlos
y para boicotear las campañas preventivas que realizan gobiernos
y organismos civiles en todo el mundo.
Cabe esperar, finalmente, que los progresos realizados
se traduzcan con brevedad en un abasto de medicamentos suficiente y equitativo
a los 42 millones de seropositivos que hay en el mundo, que las campañas
de prevención y concientización logren contener y reducir
la epidemia, y que los esfuerzos de los investigadores rindan frutos lo
antes posible y den paso a medicamentos capaces de eliminar el virus en
forma definitiva.