BAJO LA LUPA
Alfredo Jalife-Rahme
La desinformación, "arma global de destrucción
masiva"
El auge económico de EU, producto del
bluff
En Wall Street impera una cleptocracia
EN UNA ENTREVISTA con la revista alemana Der
Spiegel del 2 de septiembre pasado, Fredmund Malik, profesor de economía
de la prestigiada universidad Saint Gallen de Suiza, fustigó el
supuesto "milagro de la economía de Estados Unidos" como "un suceso
mediático: la obra maestra de la desinformación".
El auge económico de Estados Unidos fue
producto de un gigantesco bluff. El crecimiento se limitó
al sector de las computadoras, hoy totalmente devastado, que constituye
una mínima proporción de toda la economía inflada
deliberadamente por la diluviana desinformación mediática
que operó la burbuja especulativa. Contra todos los asertos propagandísticos
vertidos sobre el auge de la economía estadunidense, con base en
"indicadores hedónicos de precios", el profesor Malik aduce
que "el crecimiento en la década de los 90 fue de cero en términos
reales de medición: el auge bursátil se basó en la
codicia, la deuda, el miedo a perder una oportunidad única durante
una vida y en la desinformación sistemática". Malik advierte
sobre el probable estallido de serios conflictos sociales cuando el público,
al que se le sigue inyectando una sobredosis adictiva de hiperoptimismo
por los multimedia sobre la "recuperación", perciba que sus fondos
de retiro se han evaporado para siempre.
Lo
expresado por Malik no constituye ninguna novedad: Kurt Richebaecher, anterior
economista en jefe del poderoso Dresdner Bank, señala permanentemente
en sus célebres boletines las "ilusiones estadísticas" activadas
por el método del "precio hedónico", en el que se
inflaron las inversiones en el sector de las computadoras. Richebaecher
devela que las inversiones netas de capital en el sector corporativo estadunidense
se han desplomado a los niveles más bajos desde la Gran Depresión
de 1929, con la diferencia mayúscula de que en los años 30
Estados Unidos era "el principal país acreedor", mientras hoy es
el "principal deudor".
Lo interesante radica en que la sección de negocios
del influyente The Washington Post, en una serie muy recomendable
de seis reportajes (La economía burbuja) iniciada el 10 de
noviembre pasado, haya llegado a la misma conclusión del profesor
Fredmund Malik con tres meses de retraso: la desinformación de los
medios contribuyó en forma determinante a la eclosión de
la burbuja especulativa.
La dedicatoria particular va dirigida a CNBC, cadena filial
financiera de la famosa televisora NBC, propiedad de la trasnacional estadunidense
General Electric, que ocupa el octavo lugar de las empresas globales y
el quinto en Estados Unidos en la clasificación de la revista Fortune.
Ya la revista de corte crítico The Nation hace un año
había publicado un luminoso organigrama sobre las "diez grandes"
multimedia, entre las que se encuentra NBC, que controlan la información
global o, mejor dicho, la "desinformación" global que cobra su mayor
auge durante las guerras, cuando la primera víctima a sucumbir es
la verdad.
Howard Kurtz, reportero de The Washington Post,
en la serie La economía burbuja se detiene a analizar "Los
impulsores del auge en CNBC". La cadena televisora "se había vuelto
la fuerza dinámica, un fenómeno cultural, un éxito
del rating, que anunciaba la principal diversión de Estados
Unidos" y tenía un programa matutino singular, La caja de los
graznidos, que especulaba al aire antes de la apertura de los mercados:
Joe Kernnen, ingeniero en biología molecular del MIT, transformado
en analista bursátil y luego en comentarista de televisión,
se daba el lujo de impulsar a la burbuja bursátil el alza antigravitatoria.
Kernnen se había convertido en un héroe nacional consultado
diariamente por la cantante y actriz Barbra Streisand, muy pendiente de
sus cotizaciones, al haber introducido a su audiencia al juego bursátil
con enormes ganancias instantáneas. Gracias a la ductilidad del
comentarista Kernnen, todas las celebridades del mercado de valores, que
luego resultarían verdaderos hampones, controlaban la conciencia
de los inversionistas desde los programas financieros desregulados que
engañaban propositivamente, mientras en privado se desprendían
de sus acciones-chatarra. Hoy Kernnen, la estrella de las pantallas bursátiles
de CNBC, se encuentra muy deprimido y al borde del suicidio.
Luego vino la debacle bursátil desde marzo de 2000
y "los aplausos jubilosos cesaron en CNBC", resalta Kurtz. "En la primera
mitad de 2000 el rating cayó 25 por ciento en relación
con el año anterior y la audiencia regresó a los programas
de noticias sobre el 11 de septiembre de CNN, MSNBC y Fox News." A juicio
de Kurtz, "lo que realizó CNBC, como el resto de la prensa de negocios,
era comprar en un sistema internamente cerrado -ahora ampliamente visto
como erróneo y en varios casos corrupto- en el que los principales
jugadores tenían incentivos para empujar las acciones al alza".
Kurtz se centra en CNBC por haber exhibido el mayor rating de consulta
financiera por los televidentes invidentes por encima de los demás
medios que pecaron de los mismos excesos y se pregunta, con tantos ejecutivos
y analistas desacreditados, "si la televisora no habrá empañado"
también su reputación. "Después del estallido de la
burbuja, los multimedia han empezado a señalar culpables con muy
poco examen de su propio rol."
El síndrome Enron reveló que en Wall
Street impera una genuina cleptocracia que integró un circuito
financiero-contable cerrado en el que operan desreguladamente los bancos
comerciales y de inversiones, las trasnacionales, las empresas contables,
las descalificadas calificadoras y los analistas, promovidos por la desinformación
criminal de los multimedia de la globalización. Sería exageradamente
ingenuo exigir que los multimedia, propiedad de las principales trasnacionales
globales, se flagelen al aire libre. Pero, ¿por qué callaron
los principales economistas de Estados Unidos que fueron embelesados por
la "nueva economía", que resultó un fraude conceptual monumental
y que no fue ni "nueva" ni "economía", sino una vulgar burbuja.com?
¿Habrán callado los serios economistas o más bien
fueron evitados por los comentaristas de pacotilla, temerosos de ser expuestos
en sus complicidades empresariales? Nada novedoso tampoco: lo mismo sucede
en México, donde se evita el pensamiento críticamente dialéctico
en los grandes medios masivos para que levite la ligereza; basta ver
y escuchar las engañosas mesas de debate (sic) a modo
entre los mismos epígonos de la globalización neoliberal
que aburren por reiterativas e insulsas (además de ignaras: siempre
se equivocan).
Debe quedar claro que la burbuja.com nunca hubiese
alcanzado sus cumbres borrascosas sin la participación activa de
los multimedia de la globalización financiera que sirvieron de catalizadores
para estimular uno de los mayores fraudes conceptuales de la historia:
la "nueva economía" de Alan Greenspan, el mago fracasado de la Reserva
Federal, sin cuyo bombeo masivo de liquidez jamás hubieran alcanzado
las cotizaciones bursátiles sus niveles alucinógenos.
En la serie La economía burbuja, el reportero
Paul Farhi diseca la desinformación detrás del alza descomunal
del índice tecnológico Nasdaq ("El casino Nasdaq tenía
pocas salvaguardas"), que se elevó tres veces en 1999, algo jamás
visto en los anales de la especulación, y que las 3 mil 200 empresas
que lo conforman, desde su punto más alto en marzo de 2000, han
perdido hasta ahora 75 por ciento: "bastaba con hacer creer a la gente
el eslogan adoptado por el Nasdaq y transmitido en la televisión
en una campaña multimillonaria en dólares: El mercado
para los próximos cien años". ¿La publicidad mendaz
y contumaz puede transformar la realidad? Desde luego que no, pero la publicracia
(concentrada en cuatro megaempresas globales de publicidad que dominan
incluso a las "diez grandes" multimedia), no pocas veces vendedora de ilusiones
y alucinaciones (mucho más notoria en la política mercadológica
que pervierte la esencia de la democracia), puede perturbar las percepciones
hasta que la realidad se cobra muy cara su venganza. ¿Quién
controla a los desregulados publicistas? ¿Quién vigila a
los desinformadores canallas que pululan en el mercado de la globalización
en su quintaesencia antidemocrática?
En la misma serie citada, Steven Pearlstein apunta que
"la desregulación" constituyó "el primer paso para un desastre
esperado", lo cual es más que cierto porque "la desregulación",
sin nula intervención regulatoria ni del Estado ni de los ciudadanos,
abandonados sin protección a las peores bestias de rapiña
del planeta, representa el superlativo grado del radicalismo librecambista
y centralbanquista: "en retrospectiva, es probable que no hubiese existido
una economía burbuja sin el movimiento hacia la desregulación
económica que empezó hace 25 años: la idea de que
los mercados, liberados de las trabas de los mandatos y restricciones del
gobierno, producirían mayor competencia, innovación y crecimiento
económico". ¡Cómo no! De no ser un selectivo beneficio
desmedido para la plutocracia, ¿cuándo ha tenido éxito
integral alguna vez la perniciosa desregulación en algún
lado del planeta?
La serie La economía burbuja se queda en
la banalidad anecdótica y evita abordar las razones estructurales
verdaderas que condujeron a Alan Greenspan y su modelo centralbanquista
mendaz a intentar rescatar del abismo a la economía estadunidense,
que viene dando tumbos desde 1971 (fecha del desacoplamiento del dólar
del patrón oro) por medio del demencial experimento monetarista
del bombeo masivo de liquidez para sostener la burbuja.com.
Desde la hiperinflación de la masa monetaria (medida
básicamente por el M3), pasando por el engaño computacional
del Y2K (cuando se desinformó con la probabilidad de una catástrofe
numérica por el inicio del tercer milenio), hasta el desvío
de los fondos de pensiones a la Bolsa de Valores -primordialmente el popular
401(k)- la Reserva Federal inundó el mercado con el bombeo de una
liquidez insustentable, materializada por los bancos de inversiones coludidos,
lo cual alentó la expansión burbujeante que cobró
su propia dinámica mediante la desregulación e intentó
perpetuarse a través de la desinformación deliberada de las
"diez grandes" multimedia, propiedad de las principales trasnacionales
de Estados Unidos.
A las "armas de destrucción masiva" conocidas de
la globalización habría que agregar dos de sus vehículos
favoritos: la publicracia y la desinformación.