La sensualidad de Rita Guerrero cautivó
Santa Sabina revivió las fiestas mortuorias en el Zócalo
JAIME WHALEY
A los pies de su patrona, una mujer cuya canonización fue extrapapal, pues la santificaron miles, Rita Guerrero y cinco filarmónicos más de diferente apellido pero también guerrerros, ofrendaron su arte durante el tránsito de las celebraciones de los Santos Inocentes a Todos los Santos.
En pleno Zócalo, azotado ya por una ventisca otoñal, una marea humana de varios miles que se fue adelgazando conforme transcurrió el tiempo, disfrutó, coreó y al final bailó -El chicle- todos y cada uno de los temas interpretados por los de Santa Sabina.
Con Rita convertida en suprema sacerdotisa, en vampiresa, cualquier capricho se le cumpliría a la cantante untada a un vestido rojo pasión del que en la parte superior se asomaba apenas el filito negro de su corpiño, en fervoroso y cachondo contraste con su blanca epidermis que se antoja tersa. Su larga permanencia en el entablado -casi dos horas- se hizo corta, como de ello dieron cuenta los gritos de ''nooo, nooo'', que apagaron a los clásicos de ''uleeeros, uleeeros'', de la banda, cuando anunciaron que la audición llegaba a su fin.
La masa, apretujada entre las carpas, la gigantesca y admirable calavera de Posada desplegada en la plancha de la Plaza Mayor y el resto de la parafernalia de los Fieles Difuntos, se mantuvo atenta a los ritos de Santa Sabina, que incluyen los ondulantes y sensuales movimientos del cuerpo de Rita y los tonos, ya metaleros, ya hindúes de sus acompañantes.
Y ya se lanzan con una dedicada a todos los pasionales y luego otra que sentencia esa mancha de pecado que no quieres confesar y luego, ya casi para concluir, viene el clímax cuando hacen alusión a aquellos que ''calladitos, calladitos, dicen más que los que hablan'', un popurrí dedicado al EZLN para que los que quedaban se fueran diluyendo.