VENTANAS
Eduardo Galeano
FICO VOGELIUS ATENDIO la llamada. Del teléfono
brotó un chorro incesante de insultos.
Él no colgó. Dejó el tubo sobre el
escritorio, y continuó trabajando.
Mientras el teléfono seguía gritando, truenos
que se escuchaban en toda la oficina, Fico, inmutable, comentó:
-Yo no sé por qué me odia tanto, si nunca
le hice ningún favor.