Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 3 de noviembre de 2002
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MAR DE HISTORIAS

El altar de los muertos

CRISTINA PACHECO

Mi tía Leonor desapareció hace más de treinta años y es la hora en que no estamos seguros de su fallecimiento. Abordamos el tema cada año cuando, con motivo del Día de Muertos, la familia vuelve a reunirse en el pueblo.

Cada vez somos menos. Entre hermanos, primos, tíos y sobrinos sumamos trece. En la ofrenda hay muchos más Laguna Torres: cincuenta y cuatro para ser exacta, contando a Socorro. Vivió sesenta y dos horas. Para consolarse de la pérdida, mi madre aseguraba que mi hermanita se había ido tan rápido porque Nuestro Señor necesitaba otro ángel en su corte celestial.

Hasta la fecha ninguno de los Laguna Torres ha puesto en duda ese argumento. En cambio no hay certidumbre acerca de lo que le ocurrió a mi tía Leonor. Siempre tuve su retrato a la mano para colocarlo en la ofrenda en cuanto hubiera pruebas de su muerte. En ese sentido estamos en cero: ni tumba ni velorio ni enfermedad o accidente la arrancaron del tronco familiar.

"A lo mejor se fue", volvió a decir mi primo Celso anoche, cuando nos sentamos a comer de la ofrenda. Mi hermano Jesús le recordó lo que sabemos: "Hace treinta años el pueblo sólo tenía una salida: la estación. Si Leonor hubiera pasado por allí alguien la habría visto subirse al tren".

Mi tía Elisa insistió en su hipótesis: "Miren, he llegado a la conclusión de que Leonor se escapó disfrazada. No se lo tomo a mal. Mi hermano Joaquín la celaba muchísimo, cosa que jamás hizo conmigo. Era algo espantoso".

Para reforzar su argumento nos describió la tarde en que Joaquín, es decir, mi padre, le cortó las trenzas a mi tía Leonor: "Se la llevó al corral, la obligó a hincarse junto al tronco donde desplumábamos los guajolotes, y con el machete, de un golpe, le cercenó las trenzas. Y todo porque la vio hablando con un fuereño. No era nada malo. Yo estaba con ella y me consta que el hombre se acercó, muy amable, a preguntarle a Leonor dónde quedaba el pan-teón. Mi hermana se lo dijo y ya; pero Joaquín debe haber pensado algo terrible porque cuando llegamos a la casa le advirtió que iba a matarla si volvía a dirigirle la palabra a un desconocido". Y remachó su amenaza: "Te advierto que te mueres. No estoy jugando: siempre cumplo lo que digo".

Consideré que mencionar aquel capítulo frente al retrato de mi padre puesto en la ofrenda desmerecía del momento y preferí cambiar de tema: "Y el tipo: Ƒrecuerdas cómo era?" Mi tía Elisa sonrió: "Muy alto. El ala del sombrero no me permitió verle bien las facciones, pero me fijé en el traje: oscuro, de tres piezas. En su chaleco brillaba una leontina que me pareció muy elegante. Comprendan que entonces yo era una jovencita".

Durante la cena me asaltó varias veces el recuerdo de la descripción: "traje oscuro, de tres piezas, leontina". Me pareció que en alguna parte había visto a un hombre vestido y enjoyado de esa forma, pero Ƒdónde? En ese momento alguien llamó a la puerta. Abrí y mientras escuchaba al niño que pedía su calaverita recuperé de golpe lo sucedido la noche en que desapareció mi tía Leonor.

II

Fue también un 2 de noviembre. Debo de haber tenido cinco o seis años. Recuerdo la ofrenda. El retrato de Socorrito, con su ropón blanco de encajes, estaba en el centro junto al de mi madre. Alrededor, fotos de mis abuelos y de parientes desconocidos para mí.

En una mecedora, muy cerca de la ofrenda, mi padre bebía y continuaba su eterno y silencioso diálogo con la imagen de mi madre muerta un año atrás. El no participaba en los rezos conducidos por mi tía Elisa. Ella y Leonor se fueron a vivir con nosotros cuando mi abuela murió. Atendieron a mi madre durante su corta enfermedad. Fueron muy bondadosas con mi hermano y conmigo.

Leonor era mi tía predilecta. Me gustaba verla peinarse con una escobetilla el cabello chino y larguísimo. Al terminar apretaba los mechones en un rodete que se prendía con horquillas sobre la nuca. Mucho tiempo después entendí que tras aquella severidad estaba el recuerdo de la humillación infligida por mi padre.

Aquel 2 de noviembre recibimos a muchos visitantes que iban a consolarnos por el reciente fallecimiento de mi madre. Cuando terminó el desfile, mi tía Elisa nos pidió a mi hermano y a mí que la acompañáramos a dar el pésame a los vecinos que atravesaban por circunstancias semejantes. Me negué a salir porque la noche estaba helada. Mi tía Leonor se ofreció a quedarse conmigo.

Nos sentamos ante la ofrenda y nos mantuvimos sin hablar, mientras mi padre seguía bebiendo. Cuando al fin se durmió, mi tía Leonor se arrancó las horquillas. Los mechones de pelo crespo y negro cayeron sobre sus hombros. Le dije que de grande me gustaría ser tan linda como ella. Se puso el dedo sobre los labios: "Estate calladita y pon atención a la música". Sólo escuché campanas y el chisporroteo de las velas consumiéndose en la ofrenda.

Iban a dar las doce. Mi tía Elisa y mi hermano llegaron puntuales para despedir a las ánimas. Pregunté si no podíamos impedir que mamá y Socorrito se fueran. "No, pero volverán el año que viene. Mientras, tienes que comer y portarte bien para que cuando regresen tu mamá y tu hermanita se sientan muy orgullosas de ti", me dijo Leonor mientras nos hincábamos para rezar de nuevo.

Mi hermano intentó despertar a mi padre. Mi tía Elisa se lo impidió: "Déjalo, es mejor que no se dé cuenta del momento en que se van las ánimas, sobre todo la de tu mamá. El pobre de Joaquín ya ha sufrido demasiado". Oímos las campanas de la iglesia dando las doce. Abrimos la puerta y nos pusimos a uno y otro lados para despedir en silencio a nuestros muertos.

La cena fue muy triste. Yo, que tanto había apetecido los golletes rosados, probé uno y me quedé dormida en una silla. Me despertaron tres golpes a la puerta. Mi tía Leonor fue a abrir. Alcancé a ver a un hombre muy alto, con sombrero y una cadena brillante colgando de su chaleco: "Señorita, Ƒpodría indicarme dónde está el cementerio?" No escuché la respuesta, sólo la puerta al cerrarse y volví a quedarme dormida.

En la mañana, cuando desperté, vi a mi tía Elisa retirando los restos de la ofrenda. La saludé y me sonrió: "ƑQué te parece? La chambona de Leonor no se ha levantado. Ve a su cuarto y dile que se apure para que me ayude con este tiradero".

Obedecí. El cuarto estaba desierto. "Andará en el patio. Búscala": Tampoco la encontré. Elisa le preguntó a mi hermano si había visto salir a Leonor". "No". De todas formas fuimos a investigar con los vecinos. Su negativa fue contundente. "Estará en la iglesia". Corrimos hacia allá. Entre los fieles no vimos a mi tía en la puerta y, malhumorado, preguntó a dónde habíamos ido. Mi tía Elisa tuvo que decirle la verdad: "No encontramos a Leonor por ninguna parte".

Sin decir nada mi padre recorrió toda la casa llamando a gritos a su hermana. Al no obtener respuesta volvió al comedor: "Anoche Ƒquién estaba con Leonor?" Mi hermano me señaló: "Ella. Yo acompañé a mi tía Elisa a dar los pésames". Mi padre se me acercó. Sentí su aliento alcohólico sobre la cara cuando me gritó: "ƑViste que saliera?" Lo negué y comencé a llorar. Mi tía Elisa intervino: "Está chiquita, Ƒqué sabe? Además a nuestro regreso la encontramos dormida. Ella no vio nada. ƑVerdad, nena?"

Durante muchos años quise convencerme de que en efecto no había visto nada, de que los golpes a la puerta y la pregunta del fuereño -"Señorita, Ƒpodría decirme dónde queda el cementerio?"- habían sido parte de un sueño. Anoche, cuando mi tía Elisa nos contó el encuentro de Leonor con aquel hombre, lo comprendí todo: mi padre había cumplido su amenaza. El año que entra pondré en la ofrenda el retrato de Leonor.

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