Rolando Cordera Campos
Adiós a los sueños
El gobernador del Banxico lo confirma: la economía
de las ilusiones no existe más y lo que hay y sigue es la dureza
del declive productivo que impone como foco rojo la debilidad laboral,
del mal empleo y el peor desempleo que aquí, tierra de las buenas
costumbres, se disfraza como informalidad, criminalidad y vendimia a domicilio.
Después del fiasco de la enorme cumbre del Pacífico, no podía
venir otro colofón: como escribió el gran Doctorow, bienvenidos
a los tiempos duros.
De esos hemos tenido y de sobra, por lo menos desde 1982,
cuando nos descubrimos país indigno de crédito y el presidente
De la Madrid decidió pagar la deuda a cualquier costo con tal de
evitar que el país se nos fuera entre las manos. El costo fue mayúsculo,
pero la sociedad resistió.
Luego vino el reformismo de mercado con su dogmatismo
a cuestas, que le impidió entender la imperfección del mundo
y del propio mercado, el más libre pero también el más
hostil y poblado de intereses y pasiones que hubiésemos imaginado.
Y hasta aquí llegamos al territorio del monopolio primitivo de la
acumulación fastuosa que ahora manda también en la política,
porque los políticos no le temen a nada ni a nadie, salvo a los
medios masivos y a sus dueños. La ínsula barataria terminó,
porque los pocos Cresos que la suerte y la bondad del Estado produjeron
salieron de compras y no dejaron nada para el resto.
El recuento puede seguir sin fecha de término,
pero es preciso, indispensable, hacer una salvedad al relato: todo sucede
ahora, a diferencia del antes más cercano, en un contexto político
y cultural en el que la democracia pretende ordenar el litigio y el conflicto
y la libertad es propuesta y vivida (por algunos) como el valor supremo.
Esta es la salvedad que ahora se ve en peligro, porque su compañera
de transición, la economía abierta y de mercado, se ha vuelto
demasiado pronto su principal amenaza.
La democracia puede ser vista y revista como sólo
un proceso destinado a evitar que el conflicto por el poder se vuelva violencia
abierta. De eso nos han hablado hasta el hartazgo los profetas del rational
choice de huarache. Pero a los ojos de muchos, la democracia es inseparable
de una noción de igualdad política y jurídica que
legitiman el reclamo de igualdad social y la exigencia de los desafortunados
contra los afortunados por un reparto diferente de la suerte y, así,
configuran la posibilidad de que los "bárbaros", las clases peligrosas,
dejen de estar a las puertas de la fortaleza y entren a ella, a disfrutar
también del festín.
De esto saben mucho los vecinos que ahora nos califican
y prefieren como piñata, según el humillante término
del Wall Street Journal, y es por eso que antes de dar libre paso
a la química personal de los amigous piensan en sus sindicatos
y sus blancos anglosajones, para quienes eso de la migración es
un alivio pero, a la vez, siempre una amenaza. Todo con tal de evitar que
la suspicacia y la envidia para con los ricos se vuelva oleada plebeya
y redición de los tiempos de la reforma social y populista.
Nosotros no sabemos mucho de lo anterior, porque lo que
ha imperado en nuestra historia es la revuelta encabezada por los caudillos,
o la revolución de las masas que luego caen exhaustas, para ver
a sus elites emparentar con las del viejo régimen. Muy pocas veces
hemos vivido la política de masas con sus andamiajes y derivaciones
legales y de justicia social mediante el derecho y el uso más o
menos normal del poder, como ocurrió con el general Cárdenas.
Tal vez, la hora para que esto ocurra llegó o está cerca,
pero ahora en medio de estos tiempos duros que no son repetición
de los anteriores porque el mundo y nosotros cambiamos y hay democracia
y no hombres providenciales.
Los que se aferran al pasado como candidatos a ser estatuas
de sal son los políticos, que ahora, sin Presidente, buscan la mano
del concesionario del espacio público para comer, sin darse cuenta
de que con eso lo único que regalan es el poder que la democracia
les dio. Ni modo.
Se acabó el sueño mexicano y lo que viene
es la catarata del desengaño. A ver si los dueños del show
pueden darle cauce y pausa.