Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 3 de noviembre de 2002
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Política
Los profesores en las escuelas fomentan las costumbres entre sus alumnos

Continúa arraigada la tradición del culto a los difuntos en el "lugar de los mezquites"

Durante los festejos hubo danza, teatro, ofrendas y proyección de películas

ENRIQUE MENDEZ

De día y de noche, rondando a los muertos, miles de vivos han transitado por Mixquic, el lugar de los mezquites. Han venido a conocer o a revivir la tradición centenaria del festejo a los difuntos, pero eso sí, con el más puro estilo mexicano de el muerto al pozo y el vivo al gozo.

En este pueblo se respeta a la huesuda, aunque eso no impide la sátira a los políticos. Esta vez, en Mixquic al único que se tendió en un ataúd de madera, dentro del salón de danza de la escuela Cristóbal Colón, fue a un muñeco con la máscara del presidente Vicente Fox, con todo y botas vaqueras.

Le colocaron en el pecho una flor y, al pie de la caja, los estudiantes de sexto año le dedicaron una calaverita.

Las mejores calaveras, sin duda, son las que se brindan a los maestros, como la de Karen Itzel Benítez Matías, de quinto año:

"El maestro Conrado

en su vida fue afortunado

y cuando menos esperaba,

la calavera lo ha llamado,

para que él, en el infierno,

pague por sus pecados,

por sus alumnos haber reprobado"

 
El profesor de danza, Jerónimo Becerril, explica que la intención de la escuela es reforzar la identidad y las costumbres de los niños, "para que no se deforme y celebren a los muertos, y no el halloween".

Es esta la fecha en que los deudos comen junto a sus amigos y parientes muertos, platican con ellos y les rezan un rosario. No hay llanto, mas bien alegría. A la entrada del pueblo se informa que la conmemoración a los difuntos se instituyó en el año 998 en los monasterios, aunque "en Mixquic este culto es más antiguo".

Colgado de un árbol, a unos metros de donde flota la chinampa en la que se muestra cómo los antiguos enterraban los cadáveres, un letrero despeja dudas sobre el sentido de la festividad: "En esta celebración no existe temor hacia los muertos".

Y nada más hay que ver cómo los visitantes disfrutan -junto a la barda que divide el camposanto de la calle- platos de tacos, mixiotes, papas fritas y una amplísima lista de viandas para corroborar que si algo se olvida hoy es el temor al más allá.

La gente pasa encima de las tumbas del templo, una edificación de finales del siglo XVII, y no falta quien hasta se tome fotos de espaldas a un osario al aire libre y a las ofrendas de flor de cempasúchitl.

En la noche del primero de noviembre la mayoría de los visitantes se queda a velar y hace más llevadera la madrugada con bebidas alcohólicas. Y para la cruda, al día siguiente sobran puestos en los que se venden micheladas a 20 pesos, en vasos a los que les cabe una caguama completita.

Y como todo es negocio, el servicio de baño se cobra a dos pesos. Luego de la cerveza, el letrero en las casas es más que sugerente: "¿Quiere cambiarle el agua al canarito?"

Pero no todo acaba en el gozo de los vivos. También se organiza el Tlalmanalli o ritual de difuntos, que incluye danzas, obras de teatro, la exposición de ofrendas y hasta la proyección películas como Los cuervos están de luto.

Más allá del puro culto a los muertos, que acaba donde termina el panteón, Mixquic se ha convertido en un tianguis. En las calles se vende de todo, desde los panes de feria con mensajes como el de "con veneno para mi suegra", hasta pociones y advertencias de brujas por 10 pesos: "tengan cuidado, porque este es el año de la oscuridad".

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