Los profesores en las escuelas fomentan las
costumbres entre sus alumnos
Continúa arraigada la tradición del culto
a los difuntos en el "lugar de los mezquites"
Durante los festejos hubo danza, teatro, ofrendas y
proyección de películas
ENRIQUE MENDEZ
De día y de noche, rondando a los muertos, miles
de vivos han transitado por Mixquic, el lugar de los mezquites. Han venido
a conocer o a revivir la tradición centenaria del festejo a los
difuntos, pero eso sí, con el más puro estilo mexicano de
el muerto al pozo y el vivo al gozo.
En este pueblo se respeta a la huesuda, aunque
eso no impide la sátira a los políticos. Esta vez, en Mixquic
al único que se tendió en un ataúd de madera, dentro
del salón de danza de la escuela Cristóbal Colón,
fue a un muñeco con la máscara del presidente Vicente Fox,
con todo y botas vaqueras.
Le colocaron en el pecho una flor y, al pie de la caja,
los estudiantes de sexto año le dedicaron una calaverita.
Las mejores calaveras, sin duda, son las que se brindan
a los maestros, como la de Karen Itzel Benítez Matías, de
quinto año:
"El maestro Conrado
en su vida fue afortunado
y cuando menos esperaba,
la calavera lo ha llamado,
para que él, en el infierno,
pague por sus pecados,
por sus alumnos haber reprobado"
El
profesor de danza, Jerónimo Becerril, explica que la intención
de la escuela es reforzar la identidad y las costumbres de los niños,
"para que no se deforme y celebren a los muertos, y no el halloween".
Es esta la fecha en que los deudos comen junto a sus amigos
y parientes muertos, platican con ellos y les rezan un rosario. No hay
llanto, mas bien alegría. A la entrada del pueblo se informa que
la conmemoración a los difuntos se instituyó en el año
998 en los monasterios, aunque "en Mixquic este culto es más antiguo".
Colgado de un árbol, a unos metros de donde flota
la chinampa en la que se muestra cómo los antiguos enterraban los
cadáveres, un letrero despeja dudas sobre el sentido de la festividad:
"En esta celebración no existe temor hacia los muertos".
Y nada más hay que ver cómo los visitantes
disfrutan -junto a la barda que divide el camposanto de la calle- platos
de tacos, mixiotes, papas fritas y una amplísima lista de viandas
para corroborar que si algo se olvida hoy es el temor al más allá.
La gente pasa encima de las tumbas del templo, una edificación
de finales del siglo XVII, y no falta quien hasta se tome fotos de espaldas
a un osario al aire libre y a las ofrendas de flor de cempasúchitl.
En la noche del primero de noviembre la mayoría
de los visitantes se queda a velar y hace más llevadera la madrugada
con bebidas alcohólicas. Y para la cruda, al día siguiente
sobran puestos en los que se venden micheladas a 20 pesos, en vasos a los
que les cabe una caguama completita.
Y como todo es negocio, el servicio de baño se
cobra a dos pesos. Luego de la cerveza, el letrero en las casas es más
que sugerente: "¿Quiere cambiarle el agua al canarito?"
Pero no todo acaba en el gozo de los vivos. También
se organiza el Tlalmanalli o ritual de difuntos, que incluye danzas, obras
de teatro, la exposición de ofrendas y hasta la proyección
películas como Los cuervos están de luto.
Más allá del puro culto a los muertos, que
acaba donde termina el panteón, Mixquic se ha convertido en un tianguis.
En las calles se vende de todo, desde los panes de feria con mensajes como
el de "con veneno para mi suegra", hasta pociones y advertencias de brujas
por 10 pesos: "tengan cuidado, porque este es el año de la oscuridad".