Guillermo Almeyra
Brasil, meu Brasil brasileiro
Cuando usted lea estas líneas, casi seguramente se habrá producido un cambio histórico en Brasil, y en nuestro continente, y un ex campesino que huyó de la sequía, se transformó en obrero metalúrgico y en líder sindical, probablemente habrá llegado a ser presidente del mayor, más poblado y más importante país latinoamericano. Si recordamos el efímero pero histórico gobierno de indios y militares de baja graduación en Ecuador, los pocos votos que le faltaron al líder campesino indio Evo Morales para ser presidente de Bolivia y el hecho de que Venezuela es gobernada por un zambo de origen humilde, así como el odio racista y clasista contra el "sapo barbudo" (calificativo de la "gente bien" para Luiz Inácio Lula da Silva), se puede registrar una tendencia claramente desfavorable a las oligarquías y las llamadas elites, y una ola de fondo que por ahora no ha alcanzado su máximo nivel pero que está ascendiendo.
Lo que caracteriza a todos los ejemplos anteriores, incluido el de este posible gobierno en Brasil del Partido de los Trabajadores (PT), es que surgen de movimientos sociales y no de la acción electoral ni de partidos, a pesar de que el voto refrenda, como en Venezuela, Brasil o Bolivia, lo obtenido por esos movimientos mediante las movilizaciones y las luchas cruentas. Eso hace que no solamente los organismos de dominación -Iglesia, ejército- estén divididos en todos los países mencionados (y en Brasil no puedan ser respaldo de un golpe de Estado), sino que también las mismas clases gobernantes (sobre todo las brasileñas, porque el país es más poderoso) estén divididas y un sector se oponga al Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y, en general, a la política estadunidense de supresión de las soberanías nacionales, de liquidación del Mercosur y de imposición del pago de una deuda impagable.
La mundialización, en efecto, hace que los sectores capitalistas que dependen del consumo de bienes-salario (ce-reales y otros alimentos), o de bienes de consumo duradero, se opongan a la destrucción del mercado interno y del poder adquisitivo. Brasil, en ocho años, exportó 200 mil millones de dólares en concepto de servicios de la deuda (más de lo que recibió como inversiones) y, sin embargo, aumentó su deuda a 258 mil millones de dólares (100 mil millones más que antes del gobierno del "desarrollista" Fernando Henrique Cardoso, que su delfín José Serra pretende perpetuar). Esa sangría es insostenible y sectores de la alta burguesía brasileña temen por lo tanto por su mercado, y por la independencia del país. Por eso José Sarney e Itamar Franco (ex presidentes centristas), o incluso el tristemente célebre Roberto Mangabeira, apoyan a Lula. No lo hacen sólo para condicionarlo y para que aplique una política aún más moderada que la que ha prometido a los círculos empresariales y a los terratenientes. Lo hacen porque su política difiere de la de los banqueros e importadores y de la de quienes sacan del país casi un centenar de miles de millones de dólares no sólo para chantajear al nuevo gobierno sino también para comprar por nada, con esos dólares, las empresas del Estado o de sus competidores.
Lo importante, pues, en el eventual triunfo de Lula, no es la personalidad de éste (pertenece al ala más conservadora del PT) ni son sus posiciones confusas e incluso reaccionarias (como cuando dice que se opondrá a las tomas de tierras). No es tampoco el carácter heterogéneo del PT (que es una especie de federación de tribus iroquesas) ni el hecho de que, en realidad, éste no sea un partido in stricto senso. Tampoco es que Lula, para conseguir votos de derecha y de centro, aun a riesgo de perder votos a su izquierda, presente como vicepresidente a José Alencar, gran terrateniente liberal, reaccionario, jefe de una secta protestante ultraconservadora que se da de patadas con el apoyo al PT de las comunidades de base, católicas y de izquierda. Lo importante es su apoyo social, campesino, obrero, de clase media pobre. Y el efecto en el imaginario colectivo del triunfo de un "sapo barbudo" sobre los blanquitos del establishment.
Es que el Movimiento de los Sin Tierra (MST) "vota" no sólo en las urnas sino con la movilización para ocupar nuevas tierras e imponer una reforma agraria y el no pago de la deuda externa para hacer planes de industrialización y de creación de puestos de trabajo. Es la repercusión de este triunfo casi seguro en Argentina y en Uruguay, países donde recibirá impulso la posición contraria a la sumisión al FMI y al pago de la deuda, y aliento la construcción de un frente social alternativo, incluso en el campo electoral, apoyado sobre los movimientos sociales.
Lo importante es que los movimientos sociales en Brasil, en vez de quedarse en silencio o de decirle "fuchi" a la política, hacen y harán política con las movilizaciones, sin depender de partidos ni gobiernos pero sabiendo que éstos existen y que no todos son iguales. No es lo que pasa o pasará "arriba" en las clases gobernantes (aunque habrá que ver al respecto diversos escenarios) sino lo que pasa y pasará "abajo", en Brasil y en toda América Latina. Eso es lo nuevo.
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