Nora Patricia Jara
Violencia criminal
El secuestro de personalidades del espectáculo es un hecho que pone en evidencia a las autoridades de seguridad pública en esta capital, tras el reciente segundo Informe de Gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Y ante el fracaso de las mismas para procurar justicia y protección a la ciudadanía, el secretario del ramo, Marcelo Ebrard, advierte que necesita más recursos económicos y ampliar los cuerpos policiacos. A la violencia criminal, más violencia institucional. Esa es la respuesta oficiosa. Pero las visiones netamente policiacas para atajar la inseguridad que vivimos en la capital y en otras partes del país amenazan con fragmentar a la sociedad.
Los expertos en el tema señalan que la violencia delincuencial se presenta cuando se violan los derechos humanos, así que el asalto, el robo, el secuestro y el homicidio que perpetran las bandas del crimen organizado no obedecen nada más a los problemas sociales y económicos, sino que la impunidad jurídica y la complicidad que ejercen y promueven algunas autoridades, oficiales y ex agentes policiacos, es parte fundamental de la explicación del fenómeno. En este contexto, combatir la criminalidad aumentando el número de gendarmes sin mayor preparación que las que les dan en cursos exprés, puede significar ampliar las redes de las organizaciones criminales.
La banda de Ma Baker, en la que una familia de policías es sospechosa de darle protección, o fuerzas de seguridad entrenadas por los carabineros -organización experta en tortura- de Chile, como sugiere el titular de la SSP, son algunos ejemplos de la estrategia policial. Hay que sumar al futuro cuerpo de charros que vigilará parte del primer cuadro de la ciudad, medida que atenta contra la dignidad de los mismos agentes que han devenido de tamarindos hasta vestirlos de mariachis, en remedo del traje nacional mexicano. Aún carecemos de una nueva generación de policías que trabajen bajo los valores de servicio y profesionalidad.
Además, tristemente habrá que reconocer que una parte de la comunidad se ve involucrada en el crimen organizado. Para llevar a cabo muchos de los secuestros o los asaltos dentro y fuera de los bancos se necesita de su complicidad y hoy observamos familias enteras dedicadas a la delincuencia. A veces hasta con la aprobación y participación del amigo, el vecino, el compañero de trabajo y hasta de la colonia entera. La riqueza inmediata que reditúan las actividades ilícitas justifican, al parecer, las acciones. Sin embargo, contribuyen a la descomposición social. Ya organismos como el Banco Mundial han advertido sobre estos riesgos.
Por ello, a la par de la aplicación de las leyes y la persecución eficaz de los delitos, es urgente difundir una cultura de civismo y respeto a las garantías individuales entre toda la sociedad, con educación hacia una cultura de la no violencia. Así podría facilitar la denuncia y contener el abuso de poder o de la fuerza. Los abusos comienzan en muchas ocasiones en la casa y se extienden fuera de ella, dejar en manos de revisiones policiacas a los jóvenes y niños para evitar el consumo y venta de drogas afuera de las escuelas, es pretender resolver los problemas familiares dentro una patrulla y tal vez sea el modo de llevar más elementos a las mafias locales para continuar sus labores.
La Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal sugirió violaciones de garantías en la aplicación del programa mochila segura y para muchos jóvenes significa desconfianza a su imagen o apariencia, daños a su autoestima y manifiesta la poca atención y respeto que les merecen los padres de familia que exigen estas medidas y que piden a gritos exámenes antidrogas para sus hijos. El respeto a los derechos humanos inicia con el derecho que tenemos todos de salir de nuestras casas y regresar sanos y salvos, de poder andar por las calles sin ser asaltados o abusados, sin temores de crecer, de quién somos o qué hacemos y a veces hasta de cuánto tenemos, tal vez si empezamos con las generaciones que vienen no todo esté perdido, en lugar de exacerbar la violencia o atizar la cultura de la agresión.