Luis Linares Zapata
Un mensaje de concordia Ƒo de división?
l efecto sobre el ámbito público del Informe presidencial duró tanto tiempo como la misma presencia de Vicente Fox en el país después de cumplir con su trámite. El desde Sudáfrica y los demás desde sus distintas localidades revisarán de nueva cuenta sus realidades cotidianas. Quizá tan corto intervalo de resonancias marque la profundidad y, sobre todo, la densidad del contenido del mismo trabajo desempeñado por la administración a lo largo del año que fue reportado. Sobrevive, sin embargo, un mensaje central, según se pudo colegir del discurso presidencial. Este trata de procurar acuerdos entre poderes, esencia de la vida democrática, que es prudente rescatar. Después de un largo periodo de aprendizaje en el que los titubeos y los bandazos fueron la actitud dominante, Fox llega con la mansedumbre requerida en estos casos al punto inicial del que debería haber partido: la petición de apertura y disposición del Congreso para los acuerdos con el propósito de actuar con eficacia, es decir, para gobernar bien.
Lejos han quedado los tiempos del Fox imbuido en su alegada característica de gran comunicador social, labrada durante su larga campaña por la Presidencia. Sus intentos, ya como titular del Ejecutivo, para hablar de sus proyectos directamente a la ciudadanía para, junto con ella, rodear y presionar a los partidos y a sus legisladores, son parte del pasado.
Ahora, dice, pretende llegar mediante la construcción de mayorías a los áridos, poco glamorosos, dilatados e insatisfactorios campos del quehacer público. Tal vez a ello obedezca su misma transmutación de brioso, dicharachero, manoteador, campechano y conquistador de muchos al reposado, bien trajeado de oscuro casimir, cuidadoso en las formas y hasta un tanto deprimido dirigente en posesión de una tribuna.
Fox, por su parte, no ha renunciado al uso de la propaganda y el marketing, aun el más ramplón y mentiroso, para soportar sus iniciativas más preciadas. Tampoco ha dejado de alentar y recurrir a los apoyos que diferentes aliados, sobre todo los agentes de la privatización, pueden darle para mejorar sus posiciones en la mesa del toma y daca.
Ello, al menos por ahora, es parte inseparable del proceso de gobernar de esa camada de gerentes que llegó hace poco hasta Los Pinos. Es de apreciar el esfuerzo de volver a juntarse con los partidos para intentar conciliar intereses y visiones, para otear por dónde, cómo y a qué precio se puede llegar a establecer acuerdos.
Pero esta táctica presidencial lleva implícito un peligro, en especial para el PRI, pues trata de incidir en las diferencias que, como a todos, los aquejan en su interior. Bien conocen a quiénes hablar, con qué argumentos y señuelos atraer. Son los mismos a los que sometieron o coptaron los Salinas y Zedillos. Los conocen de antaño y saben de sus fuertes intereses y arraigados gustos por el favor y la atención presidencial para hacer avanzar sus propias carreras o el nada despreciable estrellato a solas. A otros los han ido cultivando mediante la activa participación de señeras y dispuestas aliadas que no ocultan sus preferencias y ambiciones.
No se está dispuesto, desde el poder, a matizar sus pretensiones mediante el flujo natural de la negociación, sino a ganar aliados gratuitos para fortificar las particulares iniciativas, para lograr la aprobación de sus apreciados proyectos, de consolidar sus macrointereses. Y, a veces, de imponer sus más caras obsesiones, sus concentradores mecanismos para los negocios y hasta sus inocultables pulsiones entreguistas cargadas de una ideología por demás conservadora.
Ese es el inminente peligro para los priístas, implícito en el mensaje de concertación del informe, dejado a empollar por unos días mientras Fox retoza, como a él tanto le gusta, en los grandes foros del mundo. Aunque tal intento divisionista de la mayor fuerza política de estos días en el país también pueda producir resultados contraproducentes: la oportunidad de una alianza de fuerzas contrarias. La concreción de esos puntos de contacto que siempre han estados latentes entre los priístas y las fuerzas de izquierda, que les multiplicarían capacidades.
Y como el propósito más apreciado por los gerentes y demás aliados de consideración que tratan de gobernar este país se encuentra el jugoso sector de la energía, ahí han enfocado todas sus baterías. Con gran dificultad puede encontrarse en el mundo un mercado tan amplio como el que México ha venido, con mucho esfuerzo y limitaciones, creando alrededor de la energía.
Sólo el mercado de la electricidad presente vale hoy entre 12 o 15 billones de dólares en rentas. Si a ello se suman el gas, los petroquímicos y demás conexos a futuro, se habla de sumas casi grotescas, 30 o 40 billones adicionales, volumen suficiente para montar toda una sofisticada maquinaria con tal de apropiársela. Y pensar que hay mexicanos que quieren entregarla en bandeja de plata.
Total, dicen orondos por su adquirido internacionalismo, poca diferencia hace que los dueños de tales empresas eléctricas o de gas sean japoneses, alemanes o españoles. Para quien no es lo mismo es para esos señores que quieren tragárselas. Hasta a la guerra irían por defenderlas o para hacerlas suyas.