No basta con el anuncio, dicen; demandan un documento que avale la decisión
Aún hay reticencias entre ejidatarios para echar campanas al vuelo; quieren certezas
Ordenes de aprehensión a líderes e indemnización a familiares de Enrique Espinoza, entre los valladares para el festejo absoluto La resistencia no termina, muda de objetivos
MARIA RIVERA ENVIADA
San Salvador Atenco, Mex., 2 de agosto. Aquí hay una alegría contenida. Tras los primeros momentos de exaltación, cuando supieron que el gobierno federal cancelaba el proyecto del nuevo aeropuerto capitalino en sus territorio, entre los campesinos afloró la desconfianza. No se conforman con declaraciones, explican después de rememorar su largo historial de olvido y represiones; quieren papeles firmados que les confirmen que sus ejidos quedarán definitivamente a salvo.
Todavía quedan ecos de los gritos de "šsí se pudo!, šsí se pudo!" de la noche anterior. Los momentos de exaltación que siguieron al informe oficial, en los que lo mismo se acumulaba el orgullo por su persistencia que el recuerdo de los momentos amargos. También continúa presente la firmeza de sus convicciones. La forma en que dotaron de contenido a sus consignas. En boca de esta gente, la arenga "šZapata vive, la lucha sigue!" no es una mera frase, es la confirmación de que la lucha por la tierra sigue vigente.
''Estamos contentos, pero yo como que todavía no me la creo -señala en medio del festejo Felipe Alvarez Finini. Desconfío. No me trago esta historia. Hay órdenes de aprehensión y falta que indemnicen a los familiares de Enrique Espinoza. También queremos un documento que diga que no se va a volver a meter con nuestras parcelas. Que el gobierno no crea que nos vamos a echar a dormir. Seguimos en pie de lucha".
Tras los abrazos, el dirigente de la Unión de Pueblos en Defensa de la Tierra, Ignacio del Valle, también abre un espacio para la reflexión. Advierte que el campo mexicano es un polvorín y que hay muchos olvidados observándolos. ''El ejemplo de Atenco ya prendió, por eso no podemos quedarnos en este paso. Conseguimos, gracias al esfuerzo del pueblo, parar la expropiación, pero vienen otras luchas importantes. El problema de fondo es un orden social injusto que tiene muchas caras. Se llama neoliberalismo, Tratado de Libre Comercio, Plan Puebla Panamá, Acuerdo de Libre Comercio para las Américas...".
El líder campesino no cree que la decisión gubernamental indique un cambio de rumbo en su política. ''Si se retractaron en este caso fue porque no tuvieron otra salida. Se venía una convulsión social, ša huevo! Pero si continúa el divorcio de las autoridades con el pueblo, si insisten en aplicar la fuerza para lograr sus objetivos, esto se va a repetir. Habrá muchos Atencos".
Un grupo de cuidado
El espíritu atenquense es de cuidado. Son incansables. Baste un ejemplo: el jueves a media noche, tras la jornada de festejo, el pueblo reunido en asamblea decidió que no bastaba que el jolgorio se realizara en la cabecera municipal, que todas las comunidades tenían que participar.
"šMarcha!,šmarcha!", exigieron. Y ahí iba el nutrido contingente recorriendo a pie pueblo tras pueblo para compartir la buena nueva. La luna en cuarto creciente apenas si alcanzaba a iluminar los enfangados caminos, pero a la gente no parecía importarle ni el lodo ni la oscuridad. "ƑEstán cansados?", preguntaba alguien en tono retador. "šNooo!", respondía el coro. Todo esto dicho a las tres y media de la mañana indica que a este pueblo no hay quien lo pare.
Atrás quedaron las expresiones de dolor posteriores al decreto expropiatorio del 22 de octubre de 2001. La consternación cuando supieron que, desde un escritorio del gobierno federal, alguien indiferente a su historia había decidido ''por causa de utilidad pública'' que 4 mil 500 hectáreas, distribuidas en 13 ejidos se transformaran en edificios, plataformas áreas operacionales de la nueva terminal aérea. Incrédulos, escucharon que concreto y asfalto privatizado se levantaría donde han visto crecer año tras año milpas y cultivos.
Tras la sensación de desamparo, miraron a su pasado y encontraron los símbolos que les permitieron emprender el largo camino de la resistencia contra el poder federal. Retomaron sus raíces prehispánicas a través de la figura de Netzahualcóyotl, el rey poeta que tuvo sus jardines por el parque de Los Ahuehuetes, y se apropiaron de la rebeldía de sus abuelos que pelearon en el ejército de Emiliano Zapata, después de haber sido peones en las haciendas porfiristas por 12 centavos el jornal.
Con ese arsenal, juntos, como sobreviven los pobres, decidieron defender el campo, la tierra, su vida. La primera vez armados de machetes, varillas, palos, se encomendaron al Divino Salvador y bloquearon la carretera federal Texcoco-Lechería. Después realizaron infinidad de marchas y plantones que rara vez tenían eco en los medios de comunicación. Recurrieron a la vía legal y a las movilizaciones para sensibilizar a la opinión pública, sin apenas lograrlo. Buscaron la interlocución de la clase política, que rara vez llegó.
"La tierra no se vende". Desde esa premisa se dieron a la lenta y complicada tarea de lograr la unidad de los pueblos. Los roces de los primeros momentos fueron dando paso a los acercamientos. Al final lograron poner en evidencia a los funcionarios mexiquenses, que afirmaban tener el control de las negociaciones. Y de paso, también, les demostraron que no sólo desconocen, sino que han perdido el control de esa región del estado.
El dinero, efímero; la tierra, permanente
Somos un pueblo con raíces, repiten a quien quiera escucharlos. "Somos herederos de los primeros mexicanos", afirman con orgullo. Son una comunidad que puede ufanarse de haber vencido al mayor proyecto económico del sexenio. De haberle ganado a poderosos intereses económicos.
Uno de los hombres que hizo posible esta victoria es Francisco Morales. Arrebujado en su agujerado suéter de Chiconcuac, el campesino desafió el frío de la madrugada del jueves y participó en la marcha de la victoria. No se cree un luchador social, sólo un hombre con raíces. ''Soy ejidatario de La Magdalena. Tengo 75 años y trabajo mi parcela desde hace 50 años, desde que mi padre falleció. Nuestro pueblo ha preferido un puño de tierra a un fajo de billetes. Los billetes se acaban y nuestras tierras las tendremos para siempre. Ella es nuestra vida. Ella nos permite mirar a la gente de frente, como iguales".