EL SALARIO, EJE DEL DESARROLLO SOCIAL
Para
una sociedad no hay mejores indicadores del grado de bienestar de su población
que su nivel de ingreso, el pleno empleo y las redes de bienestar social.
Más allá de las cifras macroeconómicas
--sean éstas auspiciosas o desalentadoras-- que se difunden desde
los escritorios de las dependencias gubernamentales, los grupos financieros
o los organismos multilaterales, los ciudadanos perciben el pulso económico
del país en la capacidad que tienen las familias para satisfacer
sus necesidades básicas de alimentación, vivienda, vestido,
educación y acceso a los servicios de transporte, salud, recreación
y cultura. En este sentido, el poder adquisitivo de los salarios es un
elemento más significativo para diagnosticar la salud social de
una economía.
Desafortunadamente, a lo largo de los 25 años pasados,
ese poder adquisitivo ha venido deteriorándose para la mayoría
de los mexicanos, y con él las expectativas de vida digna de amplios
sectores sociales. El caso de los salarios mínimos es un ejemplo
claro del desplome de los niveles de bienestar en México: la percepción
hoy vigente representa apenas 25 por ciento de la de 1976, circunstancia
que denota, por una parte, la profundidad del drama social que ha experimentado
el país en ese periodo y, por la otra, la absoluta ineficacia del
modelo económico neoliberal para proporcionar bienestar que, al
menos durante dos décadas, los sucesivos gobiernos han impuesto
a los mexicanos. Un esquema, cabe señalar, que durante años
ha operado mediante la contención salarial como instrumento para
frenar --por añadidura, de modo frecuentemente ineficaz-- la espiral
inflacionaria y para construir una cuestionable competitividad económica,
sustentada en la mano de obra barata y en la transferencia al extranjero
del fruto del trabajo y del patrimonio nacionales.
Cierto que en la actualidad el minisalario es percibido
por una franja relativamente pequeña de la población económicamente
activa (un millón 750 mil trabajadores), pero tal circunstancia
no disminuye la gravedad de la situación por la que atraviesa el
país en términos de poder adquisitivo y bienestar social.
Con un piso de ingresos tan reducido como es el salario mínimo vigente
resultan comprensibles el dramático incremento de la economía
informal y el escaso desarrollo del mercado interno, elemento crucial para
la recuperación y el crecimiento de un país. Y aunque en
los últimos años se han registrado avances discretos en materia
salarial, el derrumbe del nivel de ingresos de los trabajadores ha sido
tan grave en las últimas décadas que, según palabras
del propio titular de la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos,
de mantenerse las condiciones actuales deberán pasar 35 años
para que se recupere el poder adquisitivo que se tenía en 1976.
La perniciosa fórmula mediante la cual se ha utilizado
la contención del salario como torniquete de la inflación
y catalizador de la productividad no ha redundado en beneficios concretos
y significativos para los trabajadores; en contrapartida, ha provocado
la concentración desmesurada de la riqueza en unas pocas manos y
el empobrecimiento de vastas capas sociales. En este contexto, resulta
evidente que sin una pronta reorientación de la política
económica del país, que tenga como prioridad el bienestar
de las mayorías, el desarrollo justo y la equidad de oportunidades
de crecimiento humano y material seguirán siendo aspiraciones pendientes.
Si se reflexiona sobre lo sucedido en los pasados cinco lustros en México,
resulta evidente que tal cambio ha sido postergado por demasiado tiempo
y es hoy urgente e imprescindible.