EL PELIGROSO MUNDO DE BUSH
Ha
ocurrido dos veces: cuando un Bush llega a la Casa Blanca, los conflictos
en el planeta se reactivan o se recrudecen, la comunidad internacional
pierde capacidad de desempeñar un papel de moderación y sensatez,
la barbarie mundial alcanza nuevas cotas y el derecho humanitario retrocede.
Hace una década, durante la presidencia de George Bush padre, el
mundo padeció la invasión de Panamá por tropas estadunidenses
y luego asistió, con horror, a una de las peores conflagraciones
desde el fin de la Segunda Guerra Mundial: la guerra del golfo Pérsico,
en la que una coalición internacional encabezada por Washington
destruyó Irak.
Hoy, en el mandato de George Bush hijo, y en el contexto
de la confusa "guerra contra el terrorismo" lanzada por el gobierno estadunidense
tras los atentados del 11 de septiembre del año pasado, observamos
la sangrienta reanudación del conflicto palestino-israelí
-que las estrategias de Ariel Sharon y del propio Bush pueden convertir
en una nueva confrontación entre Israel y el mundo árabe-,
la conversión de la añeja guerra por Cachemira en una amenaza
nuclear y, por si hiciera falta, la súbita escalada de tensiones
entre Corea del Norte y Corea del Sur, tras la escaramuza naval que efectivos
de ambas naciones sostuvieron el sábado pasado.
La Casa Blanca, el Pentágono y el Departamento
de Estado parecen empeñados en atizar todas las hogueras. Al descalificar
como interlocutor al presidente palestino, Yasser Arafat, y respaldar la
criminal política de tierra arrasada que practica Sharon en los
territorios reocupados por Israel, Estados Unidos da alas a las organizaciones
de Medio Oriente que practican el terrorismo. Si es cierto que dos de esos
grupos, Al Qaeda y Hezbollah, están dejando de lado sus rencores
doctrinarios -sunnitas los unos, chiítas los otros- y han decidido
unir esfuerzos contra la máxima potencia mundial, como sostuvo The
Washington Post en su edición de ayer, ello sería un resultado
lógico de la devastadora injerencia estadunidense en la región.
Ayer mismo el representante de Bush ante el Consejo de Seguridad de la
ONU, John Negroponte, vetó la prórroga de la misión
de paz de la ONU en Bosnia, en venganza por la negativa de los otros miembros
del Consejo de Seguridad de conceder inmunidad ante la Corte Penal Internacional
a los cascos azules estadunidenses. Si la ausencia de los cuerpos de paz
en esa república ex yugoslava da lugar a nuevas confrontaciones,
el gobierno de Washington habrá de cargar con la responsabilidad.
Da la impresión, en suma, que este presidente Bush,
al igual que su antecesor y progenitor, no logra imaginar otra fórmula
para mantenerse en el cargo que provocar nuevas guerras y reactivar guerras
antiguas. Por eso, desde su llegada a la Presidencia, el mundo se ha vuelto
un lugar más peligroso de lo que era, y no sólo para los
ciudadanos estadunidenses, sino para la humanidad en general.