Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 1 de julio de 2002
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Deportes
La fiesta final, cargada de emotividad y tradiciones orientales

Corea del Sur-Japón dijo adiós al Mundial

 AGENCIAS

Yokohama, 30 de junio. En breve pero emotiva ceremonia, Japón y Corea del Sur dijeron al unísono "Arigato, Sayonara" a los miles de protagonistas y aficionados, y medios de comunicación que siguieron las incidencias de la Copa del Mundo, que vivió hoy su última emoción.

Cuando la gente aún ingresaba al tecnificado estadio local, con capacidad para 72 mil 370 personas, fue recibida con la extensión de dos monumentales banderas -brasileña y alemana- del tamaño de las áreas grandes, además de ver cómo samurais, de riguroso negro, como lo dicta la norma, se encargaban de inflar un volcán Fujiyama de hule, el más elevado del archipiélago.

Pero la fiesta final apenas daba inicio, ya que un grupo de geishas, ornamentadas con sus tradicionales kimonos de amarillo con verde, propios para la ocasión, danzaron por el césped.

Cuatro altares de fiesta mikoshis eran llevados en vilo. Fue un festejo con gran sabor oriental, musicalizado con el Odaiko, escandaloso tambor de amplias medidas, tocado sólo en momentos especiales.

Los voluntarios trabajaron hasta el último momento. Les tocó llevar las banderas de los países finalistas para colocarlas sobre las tribunas, y el resto de compañeros ondearon los pendones de las demás naciones invitadas a la fiesta.

En el palco de honor estaba el primer ministro japonés, Junichiroi Koizumi, al lado del emperador Akihito y el presidente del Corea del Sur, Kim Dae Jung.

Hubo también un rápido concierto de música pop -favorita por estos lares-, y la cantante de moda Anastacia y un grupo musical entonaron, al ritmo de techno, el himno oficial de Corea del Sur-Japón 2002.

Brasileños bailaron la samba

Antes, cuando Brasil venció 2-0 a Alemania en la final, los de la verdeamarelha esperaban recibir su trofeo, pero se dieron tiempo para hacer un círculo y dar gracias, con las palmas juntas, arrodillados, para luego levantarse y bailar una samba.

Un bávaro corpulento, con un cencerro en el cuello, encabezó los cánticos alemanes. En la tribuna contraria los llegados del otro lado del mundo se animaban con un joven disfrazado con peluca a la Ronaldinho y dientes postizos, como los de Ronaldo.

En las calles, seguidores del campeón Brasil y de los alemanes se amalgamaban en abrazos y un solo festejo, como antes lo hicieron dentro del estadio.

Las acciones salieron del terreno de juego y se dispersaron por las calles de la ciudad.

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