Jenaro Villamil
La generación del casting
Un anuncio promocional en el canal 2 de Televisa alienta a las mujeres jóvenes mexicanas a dar el gran salto vital y concursar en el certamen Nuestra Belleza. "Si conoces a alguien, denúnciala", sugiere la rúbrica. Poco después se transmite otro anuncio del concurso Pop Star, programa que comenzará el 8 de julio para seleccionar al gran grupo musical femenino de su generación. Acto seguido, el Big Brother VIP se publicita como la continuación de la producción de Endemol-Televisa con "famosos de verdad". Los tres comerciales se transmiten en un mismo segmento, en el horario estelar de Televisa. Y después, el viernes 28 de junio se suceden las imágenes de las largas filas de aspirantes a las puertas de sus oficinas corporativas en Santa Fe. No se trata de rebeldes de los cerros. Mucho menos de un mitin o del examen de admisión para la UNAM. Son "niños bien" dispuestos a participar en otro reality show de la empresa: Operación Triunfo.
La competencia, Tv Azteca, no se queda atrás, y ha anunciado el inicio de su refrito, La Academia, en el cual participaron, según la propia televisora, "cerca de 50 mil personas que hicieron casting" para ser seleccionadas en el núcleo de 14 participantes que competirán en una casa, con más de 20 cámaras de televisión ocultas y con la asesoría de "expertos en música, sicológicos y profesionales del espectáculo" que los convertirán en "verdaderos talentos".
Y para reforzar el imaginario de una juventud sin más horizonte que la imagen de Narcisos en competencia, se promueve también una nueva telenovela: Súbete a mi moto. Esta nueva producción competirá con la de Televisa, Clase 406, donde unos chavos preparatorianos nos presentarán sus "problemas reales" y nos demostrarán "el valor de la amistad".
Frente al hambre de rating, las dos televisoras comerciales le han entrado de lleno a la demagogia del vedetariato. Ya no se trata del canal de las estrellas inalcanzables, sino del canal que te convertirá en estrella a ti, un codicioso y desempleado joven de la generación del cambio que saltará a la fama. Se trata de reforzar la expectativa de llenar la existencia vaciándola de contenido y de sustancia. Lo importante es que tú puedes ser la imagen más famosa y popular de la pantalla.
La palabra casting se convierte así en la pose de moda de una generación de veinteañeros y adolescentes mediatizados que se escaparán de su insulsa cotidianidad para seguirle los pasos a Rocío -la ganadora de los 2 millones de pesos del Big Brother, con su fresez a toda prueba-, al Doc -prototipo del enloquecimiento explicable de la fama súbita y telegénica-, al Rasta -el rebelde sin sustancia y sin pelo-, al Pato -el buen hijo de familia poseído por su vanidad y por sus creencias religiosas-, al Tlacuache -un promotor de comerciales de comida-; en fin, para seguirle los pasos a este puñado de nuevas marcas, que no de individuos, de esquemas intercambiables gracias a la magia del casting que fabrica a esta efímera camada de nuevos líderes de la juventud.
La fama y la popularidad son los dos valores del ethos electrónico que se construyen a partir de la derrota dramática de la universidad como mecanismo de ascenso social y de construcción de identidad profesional. La ética del esfuerzo, de la preparación y del conocimiento se diluye así frente a la amoralidad de una televisión que nos plantea como horizonte de vida salir en la pantalla, convertirte en un siervo voluntario de la producción, en un ser-mercancía que debe evitar cualquier problematización real para inventar conflictos relacionales de un sicodrama preparado a modo para obtener rating.
Bajo esta "ética" las televisoras comerciales se vuelcan a promover una sucesión interminable de ferias ganaderas de la vanidad y la estulticia. Convierten al espectáculo en una síntesis de su visión de la sociedad y la juventud. Confirman así que su percepción de los jóvenes no es la de una generación de posibilidades, de críticas o de cuestionamientos sino de irrealidades. No se trata de contracultura sino de subcultura.
Y el efecto sociológico no está muy lejos de comprobarse en cada esquina, en cada aula y en cada familia. La mercadotecnia del casting se expande y transforma la comunicación en una colección de lugares comunes, de guías vacuas de superación personal exprés, de subjetivismo moral cómodo que nos alivia de los "grandes problemas", de voluntarismo emocional tan intercambiable como el oportunismo insustancial.
Los jóvenes se preocupan más por su talla de cintura -"porque la televisión te engorda cinco kilos"- que por algún tema tan pornográfico como la literatura o la política. La bulimia y la anorexia, como documentó un reportaje reciente en Círculo Rojo, se transforman en la patología de cuerpos vaciados de esencia y sobrepasados de expectativa.
Cualquiera será en algún momento modelo, cantante, maquillista, actriz, cineasta, actor, compositor o conductor televisivo. Mientras tanto, la vida pasa y la televisión se convierte en un poderoso éxtasis virtual.
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