Abraham Nuncio
Cae El flechador del Sol
Un enorme mural de 650 metros cuadrados ejecutado por
el pintor regiomontano Federico Cantú en la roca viva se vino abajo.
Aparentemente por falta de mantenimiento.
La impresionante talla, a la que Cantú tituló
El flechador del Sol, se hallaba en un paraje poco concurrido, pero
era orgullo de los pobladores del municipio de Iturbide y el único
atractivo turístico del lugar. El tema: una suerte de alegoría
de la patria representada por un águila protectora (versión
colectiva de la escultura conocida con el nombre popular de Nuestra Señora
del Seguro Social). Una patria barroca donde el trabajo agrícola
rinde frutos abundantes bajo la imagen advocaticia de una de las Ceres-Xilonen
de Cantú y donde el pasado prehispánico y el tiempo del milagro
mexicano se vinculaban a través de la acción del Estado.
Las efigies de sus representantes momentáneos formaban parte de
la obra: el presidente Adolfo López Mateos, su secretario de obras
públicas, Javier Barros Sierra y el gobernador Raúl Rangel
Frías.
Remataba el bajorrelieve la figura del indio vigoroso
que dispara al sol, motivo de la simbología de un estado que fue
pionero en extinguir a los indios para fincar el progreso. A ésta
se agregaba otra ironía: la de la representación de la naturaleza
ubérrima ante una campiña arruinada cuyos habitantes emigran
o viven en condiciones de gran pobreza. Triple ironía si se considera,
además, que desde que el Estado neoliberal les otorgó a los
campesinos sus tierras a título de propiedad comercial cada vez
se volvieron más pobres de lo que ya eran.
''Para ser pintor -decía Federico Cantú-
hay que ser un bárbaro." Sólo un artista con la capacidad
de entrega a su oficio como la que observó ese magnífico
y memorable norteño podía haber sido el autor de tal frase.
El parentesco del arte es más inextricable aún que los laberintos
del ADN. Los llamados bárbaros que habitaban los valles de lo que
vino a ser el Nuevo Reyno de León (una auténtica entelequia)
corrían a la velocidad de un caballo, según testimonio de
Alonso de León, su cronista más antiguo. Pero también
sabían tallar la roca con ingenio y tesón. Es inimaginable
cómo pudieron haber esculpido frisos en los salientes de algunas
montañas. De estos monumentales petroglifos llegó a ser pariente
el mural de Federico Cantú.
A pocas horas de diferencia del infausto suceso, las autoridades
de la Universidad Autónoma de Nuevo León otorgaron el premio
del Emprendedor del Año al gobernador Fernando Canales Clariond.
Los reconocimientos de este tipo pertenecen al reino del autocomentario,
pero en el caso específico se explican por la existencia de una
institución que ha erradicado de su seno la autonomía y el
espíritu crítico. Canales -es ya una opinión generalizada
después de su quinto informe de gobierno- ha sido el gobernador
que menos ha hecho por Nuevo León en el último medio siglo,
y mucho menos por el sur del estado sumido en la miseria, al que había
prometido desarrollar.
En cuanto al arte y la cultura, el gobierno de Canales
se ha distinguido por estropearlos (ejemplos: la Cineteca y el Centro de
las Artes) en beneficio de obras tan oscuras y frívolas como la
construcción de una pista de carreras automovilísticas en
el corazón de la antigua Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey,
primer gran sitio de interés antropológico de la era industrial
mexicana.
No ha tenido siquiera la capacidad de legislar para preservar
el patrimonio monumental de Nuevo León. Creó por decreto
un Patronato pro Defensa de los Monumentos del Estado, confundiendo una
figura del ámbito privado con las pertinentes a una institución
pública. Su función ha sido nula. Y el INAH nada hace que
no mande u omita mandar el gobierno estatal.
La pérdida del mural de Federico Cantú,
quizá irreparable, es una advertencia insoslayable. En Nuevo León
y, supongo, en otros estados de la República no hay interés
de parte de los políticos en funciones por afirmar la identidad
cultural de sus habitantes. Los goles, de los que están tan pendientes
los gobernantes panistas -y no sólo ellos, para ser justos- no echan
raíces. Con revisar el gasto cultural en comparación con
el gasto deportivo se llega sin dificultades a la conclusión de
cuáles son las prioridades de nuestros gobiernos.
La exigencia de la afirmación de la identidad cultural
debe ser prioritaria, tanto en términos presupuestarios como legislativos,
si lo que se pretende es el desarrollo del país. Y esto vale para
todos: partidos políticos, instituciones vinculadas a la cultura,
intelectuales y artistas y, desde luego, aquéllos a quienes la ciudadanía,
supuestamente, pone el poder en sus manos.
Es una realidad palpable. Sobre nuestros bienes culturales
penden las amenazas destructivas de la negligencia, el mercado y la rapacidad.