DE LA CRISIS AL AUTORITARISMO
Sería
pecar de ingenuidad suponer que el proceso de desmantelamiento nacional
que envuelve a Argentina obedece únicamente a los sin duda gravísimos
desajustes y desbarajustes económicos legados por la perversidad
del menemismo y la ineptitud de Fernando de la Rúa. Sería
además limitante y reduccionista pensar que los impactos regionales
del viacrucis por el que atraviesa esa nación podrían restringirse
a la esfera de lo económico.
Tanto en sus causas como en sus consecuencias, el desastre
argentino se inscribe en una confrontación política global
orientada al sometimiento de las naciones más relevantes de América
Latina a los designios de los capitales especulativos internacionales -representados
por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional- y a los lineamientos
geoestratégicos del gobierno de Estados Unidos. De distintas maneras,
esos polos de poder global y globalizante mantienen, desde hace mucho tiempo,
un sostenido esfuerzo de desarticulación política, económica,
social y diplomática sobre México, Venezuela, Colombia, Brasil,
Argentina y Chile, que han sido tradicionalmente los estados con mayor
masa crítica y, por lo tanto, con mayor capacidad de resistencia
(o al menos con alguna) frente a la ofensiva uniformadora y predatoria
de la mundialización económica.
El recurso a gobernantes locales fieles a los dogmas del
"consenso" de Washington -la Argentina de Menem y el México de los
últimos sexenios- se ha combinado con toda suerte de golpes bajos
en los terrenos financiero y comercial -Brasil- y con las medidas de subversión
y desestabilización política -Venezuela y Colombia- a fin
de debilitar a esas naciones y facilitar así la imposición
incondicional de los alineamientos deseados por Washington.
Desde esa perspectiva, la crisis argentina bien pudo tener
un componente de efecto deseado, a fin de colocar a la nación sudamericana
en un estado de desamparo tal que se vea obligada a aceptar las condiciones
de Estados Unidos, el Banco Mundial y el FMI. No debiera escapar a la atención
que el canciller de Eduardo Duhalde, Carlos Ruckauf, hombre autoritario
e involucrado en la génesis de la guerra sucia en Argentina, empiece
a hablar de soluciones políticas totalitarias para salir de la crisis
económica o, al menos, para hacer frente a los "desbordes" sociales
que inexorablemente vendrán a consecuencia de la pobreza, el desempleo
y la virtual extinción de la economía argentina.
La estrategia dictatorial esbozada por las autoridades
de Buenos Aires -prohibición de protestas callejeras y severa limitación
de los derechos y libertades individuales- puede convertirse en el epitafio
de la democracia. El grupo gobernante mexicano -por no hablar de la clase
política brasileña-, que con todo y sus contradicciones ya
proverbiales ha empezado a verse en el espejo argentino, debiera tomar
nota de los despeñaderos políticos a los que puede conducir
el acatamiento ciego de los imperativos globalizadores.