Néstor de Buen
La huelga del 20-J
Confieso que me da envidia. Porque organizar un movimiento nacional de huelga con el éxito que ha tenido el promovido por las grandes centrales obreras de España, Unión General de Trabajadores (UGT) y Comisiones Obreras (CCOO), No es poca cosa. Durante un día se han suspendido casi todos los servicios, obviamente con la posibilidad de atender solamente los esenciales a la comunidad. Claro está que el gobierno de José María Aznar, un hombre que parece decidido a reinstalar el fascismo en España, ha tratado de minimizar la importancia del movimiento que, sin duda, ha tenido las características de una protesta nacional. Pero las realidades se imponen sobre las mentiras. De lo que nosotros debemos tomar atenta nota.
Para México puede parecer extraño este movimiento de huelga. Porque no se intentó contra una empresa o un conjunto de ellas sino como una expresión de enérgica protesta nacional, defendiendo, por supuesto, un interés de la clase trabajadora. Eso es suficiente.
Precisamente el artículo 28-2 de la Constitución española, al definir el derecho de huelga, expresa que "se reconoce el derecho a la huelga de los trabajadores para la defensa de sus intereses..." Esos intereses no están sometidos a una lista limitativa como entre nosotros lo plantea el artículo 450 de la Ley Federal de Trabajo (LFT). En el caso, su razón deriva del famoso decretillo impuesto por Aznar, que él espera ratifique el Congreso. Allí, el Partido Popular (PP) tiene mayoría absoluta. Y no es difícil que por ello se modifique el estatuto de los trabajadores, suprimiendo los salarios caídos y disminuyendo las prestaciones por desempleo.
El mismo artículo 28-2 indica que "la ley que regule el ejercicio de este derecho establecerá las garantías precisas para asegurar el mantenimiento de los servicios esenciales de la comunidad". La determinación cuantitativa de esos servicios debe hacerla la autoridad administrativa. Se ha dado el caso, ahora, de que en diversas autonomías las autoridades hayan ido muy lejos pretendiendo servicios intensos. Sobre esa decisión los trabajadores han recurrido al Poder Judicial, que ha dictado resoluciones encontradas. Pero lo importante es que la huelga se ha hecho por encima, inclusive, de las decisiones estatales, administrativas y judiciales.
Al día siguiente de la huelga, Aznar entregó la presidencia de la Unión Europea con la pretensión de que se tomaran medidas muy enérgicas en contra de los migrantes que hoy, en Europa, constituyen una muchedumbre. Siempre atrae la bonanza económica, como bien lo sabemos, si los habitantes de los países pobres carecen de empleo y de recursos. Tony Blair, ese hombre que desilusiona y falsifica la socialdemocracia y otros fascistones por el estilo, apoyan la propuesta de Aznar, pero no toda Europa lo admite.
Lo lamentable es la manera egoísta en que Europa, cuna de emigrantes que buscaban en América la solución de sus gravísimas pobrezas, ahora rechaza a quienes hacen lo mismo. Y me refiero de manera especial al gobierno de Aznar.
No se puede negar, sin embargo, que el avance de la derecha es ya notable. Con el pretexto de votar contra Jean-Marie Le Pen, Jacques Chirac ha logrado una mayoría inquietante que acabó con la cohabitación de los tiempos de Jospin. La diputada socialista Martine Aubry, autora de la propuesta de las 37.5 horas semanales de trabajo, perdió su puesto en el Congreso. En Alemania renace también la derecha, montada en un personaje renano, Edmundo Stoiber, que pretende con el apoyo de Kohl derrotar a Gerhard Schroeder el próximo septiembre. Y ya sabemos de Austria, con Haider, Italia con Berlusconi, y de otros personajes siniestros de aficiones iguales.
La alternativa para que la derecha no se convierta en la dueña del poder por la vía electoral va a depender, de ahora en adelante, de la fuerza de los trabajadores. Asediados por la crisis y sobre todo por el desempleo, con la decadencia evidente de los sindicatos muchas veces cómplices de concertaciones incómodas con los gobiernos y los empresarios, a los trabajadores sólo les queda el camino de la protesta y esta huelga española es un excelente principio. Afortunadamente las centrales españolas, que habían mantenido una relación casi cordial con el PP de Aznar, han reaccionado y la huelga del 20-J es buena prueba de ello. España recupera su verdadero sentido social.
Y yo diría, por decir algo, que debemos tomar nota. Por encima, por supuesto, de las restricciones de la LFT y de su estilo corporativo. Y es que, cuando quieren, los trabajadores tienen la última palabra.