Detectan múltiples anomalías en la clínica del "doctor"
José Castillo Ruiz
Investiga la Ssa el paradero de Gabriela Rodríguez,
secuestrada e internada en el hospital CASA de NL
"No luce políticamente sacar gente del manicomio", dice el gobernador
Canales Clariond
JAIME AVILES /IV Y ULTIMO
¿Dónde está Gabriela Guadalupe Rodríguez
Segovia? El viernes 26 de abril de este año, una alta funcionaria
de la Secretaría de Salud (Ssa), en compañía de este
reportero, logró penetrar en las instalaciones del Centro Avanzado
de Salud Anímica (CASA), ubicado en Padre Mier 1015, esquina con
Miguel Nieto, Monterrey, Nuevo León, pero no encontró allí
a la mujer secuestrada e internada en ese lugar como víctima del
fanatismo religioso de sus hermanos.
Pero aquella mañana, horas antes de visitar el
manicomio privado del doctor José Castillo Ruiz, la directora de
Rehabilitación Sicosocial de la Ssa, Virginia González Torres,
se encontró en el aeropuerto de Monterrey con el gobernador neoleonés,
Fernando Canales Clariond, a quien le dio a conocer el cúmulo de
injusticias cometidas contra Gabriela.
Al despedirse de la funcionaria federal, Canales Clariond
le dijo en presencia de este reportero: "por desgracia no luce políticamente
sacar gente del manicomio".
Bienvenidos a CASA
Dos horas más tarde, en punto de las 13:30, González
Torres y el periodista llegaron a la puerta principal de CASA. Rodeada
de un pequeño jardín, la residencia de dos pisos no tiene
el aspecto de la cárcel clandestina que es en realidad. Pero si
uno se fija un poco verá los barrotes que cruzan todas las ventanas,
así como las rejas que convierten en una verdadera jaula la terraza
de la planta superior.
La puerta principal es de madera y está trabajada
al estilo de la arquitectura gótica alemana. Cuenta con una ventanita
de cristal polarizado que no permite ver hacia el interior. La mirilla
se abrió de pronto y apareció en el rectángulo un
muchacho con ropa de enfermero que dijo ser el "guardia de seguridad".
Antes de volver a cerrarla, nos pidió que pasáramos a la
recepción. Así que nos dirigimos a mano izquierda hacia un
estacionamiento y desembocamos en un corredor por donde pasamos ante la
puerta de la cocina y seguimos hasta el fondo, donde en un cuarto de servicio
habilitado como oficina administrativa nos atendió una secretaria
morenita y simpática, también muy joven, vestida con pantalones
claros y camiseta gris de algodón; llevaba el pelo largo peinado
hacia atrás y de la nuca le colgaba un mechón como cola de
caballo.
-Venimos de parte del gobernador Canales Clariond -dijo
la señora González Torres, activista que hace 25 años
lucha a favor de los derechos humanos de las víctimas de abusos
siquiátricos-. Queremos hablar con el director de esta clínica.
-Está en su consultorio -respondió gentilmente
la muchachita.
Sin inmutarse, González Torres le preguntó
si podía comunicarla con el secretario de Salud del gobierno de
Nuevo León y le dio dos números de teléfono. Encantada,
la recepcionista marcó el primero, que estaba ocupado, pero tuvo
mejor suerte con el segundo y consiguió su objetivo. La señora
González Torres habló con el individuo y le dijo que iba
a llegar un poco más tarde a la cita porque estaba "cumpliendo un
encargo del señor gobernador". Cuando colgó la bocina ya
no tuvo que reiterar su deseo de hablar con el doctor Castillo Ruiz, el
médico o charlatán -eso decídalo quien esto lea- que
afirma haber descubierto que "la oración es una estrategia terapéutica
para incrementar la mejoría de los síntomas de la depresión".
Con desbordada elocuencia, la secretaria habló
con Castillo Ruiz y le fue repitiendo todo lo que González Torres
le había dicho: que para Canales Clariond (cosa que el gobernador
nunca dijo) CASA era "un modelo a seguir" y que la representante de la
Ssa quería invitarlo a México a dar una conferencia. Estas
lisonjas bastaron para que Castillo respondiera que sí, pero por
favor, pero de inmediato, pero desde luego, y para asombro del periodista
fuimos invitados con bombo y platillos a pasar al interior...
Las encargadas
Volvimos a la puerta principal donde nos recibieron, muy
sonrientes, otras dos jovencitas: Lilia Pérez y Angélica
Lugo, ambas de pelo corto y pechos planos, vestidas de pantalones y camiseta.
Una tenía a su cargo a las internas de la planta baja -las enfermas
de bulimia y anorexia- y otra a las del piso de arriba, al cual se llega
por una escalera de dos vueltas que en la cima se interrumpe ante una reja
cerrada con candado.
Tanto Lilia como Angélica dijeron ser sicólogas,
graduadas en la Universidad Autónoma de Nuevo León, título
que a juicio de González Torres, experta en el tema, no las faculta
a manejar pacientes siquiátricos, para lo cual se requiere formación
médica y conocimientos de enfermería. Con orgullo nos mostraron
el salón donde en torno de una mesa de buena madera había
ocho jovencitas en la actitud más penosa y triste: sentadas ante
sus respectivos platos de macarrones y carne molida, cabizbajas, casi inmóviles,
tomando un bocado cada mil años y masticándolo con lentitud,
como niñas castigadas a quienes un padre por demás severo
hubiese condenado a permanecer para siempre allí, a menos que se
acabaran aquella pitanza intragable.
En los muros había cartulinas escritas a mano
con leyendas sobre los "padres sobreprotectores" y algunos dibujos que
intentaban inútilmente darle un toque de alegría al tétrico
lugar. Entre el comedor y la cocina -de la cual dos veces salió
una mujer muy gorda, vestida de uniforme azul, con la panza repugnantemente
manchada de grasa-, hay un dispensario donde se almacenan los fármacos.
Las sicólogas nos acompañaron entonces a
una sala -a la que se entra a partir de la escalera-, en la que había
una puerta cerrada con el siguiente cartel, escrito también a mano:
"La próxima vez que entre a este lugar debo pensar que quiero aliviarme".
No preguntamos nada al respecto, intimidado el reportero al ver otras muchachas
que caminaban en silencio de aquí para allá, aparentemente
drogadas. En todos los espacios de la planta baja nos llamó la atención
la presencia de rompecabezas, que para Castillo Ruiz tal vez sean otra
"estrategia terapéutica" que incrementa los beneficios curativos
de la oración.
Gabriela entra y sale
Permanecimos la mayor parte del tiempo en una gran sala
destinada a la terapia de grupo con las enfermas de trastornos alimentarios,
donde era notable el número de colchonetas de hule espuma, así
como los revestimientos de madera de todas las paredes -rasgo común
en toda la casa-, y la falta de extinguidores para reaccionar oportunamente
en caso de incendio, lo que habla muy mal de las medidas de seguridad,
máxime dada la cantidad de barrotes y malla de alambre en las ventanas
que obligarían a evacuar el lugar sólo por las puertas.
Allí, fascinadas por la labia de González
Torres, Lilia y Angélica hablaron de los casos más "difíciles"
que habían tenido, y entre éstos mencionaron "el de la señora
Gabriela", la paciente, dijeron, más antigua del hospital.
-¿Podríamos saludarla? -dijo sin énfasis
González Torres.
-Ella -respondió Angélica- ya no está
de planta aquí. Sus familiares la traen los lunes en la mañana
y se la llevan los miércoles en la tarde. Ya está muy recuperada.
Ese día, hay que repetirlo, era viernes. Poco después
subimos finalmente a conocer la planta alta, nos abrieron la reja, vimos
a tres mujeres, acompañadas por una terapeuta, que armaban un rompecabezas
en el pasillo central que da a las habitaciones, los baños y la
terraza. En ésta había una adolescente, gordita y guapa,
que estaba copiando en un cuaderno la página de un libro escolar.
"Estoy haciendo la tarea", nos informó. Angélica aprovechó
para enseñarnos unos muñequitos de migajón, pintados
con vinci, que eran obra de esta niña.
Regresamos al pasillo y González Torres saludó
a la quinta paciente, una mujer de 40 años o más -cercana
a la edad de Gabriela-, que dijo llamarse Yolanda. Estaba mirando la televisión.
Luego nos asomamos a una de las tres recámaras, donde otra adolescente
dormía profundamente abrigada a pesar del tremendo calor; la segunda
pieza estaba vacía. La tercera, en cambio, estaba cerrada. Angélica
apoyó la mano en el pomo de la puerta, pero lo pensó mejor
y nos dijo:
-No hay que molestarla. Está delicada...
Preguntas para el suspenso: ¿ése era el
cuarto de Gabriela?, ¿estuvimos en un tris de dar con ella?, ¿por
qué en el último instante Angélica no abrió?
El detective
Con la información de las sicólogas -"Gabriela
entra los lunes y sale los miércoles"-, Alejandro Fonseca Pérez,
el amante de la mujer secuestrada, contrató los servicios de un
detective privado para que corroborara si era cierto que su compañera
estaba entrando y saliendo de CASA. Pero siete semanas después de
montar guardia en la esquina de Padre Mier y Miguel Nieto, el sabueso
reportó que no tenía nada que informar. ¿Dónde
está Gabriela Guadalupe Rodríguez Segovia?