LA ALIMENTACION, DERECHO NEGADO
La
Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación
y la Agricultura (FAO) discutirá la situación alimentaria
mundial a partir de hoy, en Roma. A la Conferencia Mundial sobre la Alimentación
asistirán 150 jefes de Estado; por consiguiente, sobre el cónclave
de la FAO están puestos los ojos del mundo y también de millares
de manifestantes de todos los países que desfilaron el sábado
en esa ciudad contra los efectos de la política mundial del capital
financiero, multiplicadora del hambre y la pobreza.
Sobre eso no hay dudas; las cifras oficiales al respecto
son elocuentes: hay 2 mil millones de pobres y cerca de 850 millones de
personas que no tienen nada que comer, 250 millones de los cuales son niños
menores de cinco años. Cada cuatro segundos muere una persona de
hambre en un mundo que tiene excedente de alimentos y, según la
FAO, bastarían 24 mil millones de dólares (menos de 7 por
ciento de lo que recibe anualmente el Pentágono) para reducir a
la mitad el número de hambrientos de aquí a 2015.
No se piense que el hambre y la pobreza se deben a causas
naturales. Argentina es un país exportador de carne y de granos,
con población de 37 millones de personas y que podría alimentar,
según la ONU, a 300 millones de acuerdo con los niveles europeos
y 800 millones según los asiáticos. Sin embargo, la mitad
de su población está en el nivel de pobreza, caen en ese
límite otras 24 mil por día y hay barrios de la orgullosa
capital Buenos Aires que se alimentan con sapos y gatos.
En nuestro país la pobreza extrema -que rebasa
40 por ciento de la población- se agudiza debido a la eliminación
de subsidios y de políticas asistenciales. Además, en siete
años se ha acumulado un déficit de más de 6 millones
de puestos de trabajo (entre los puestos perdidos y las incorporaciones
de jóvenes a un mercado laboral donde no hay desde hace años
creación de em-pleos); medio millón de personas reciben por
su labor sólo la propina o pago en especie y carecen de ingreso
fijo, mientras otros millones trabajan gratuitamente en empresas urbanas
o rurales.
El reciente subsidio del gobierno de George W. Bush a
la agricultura estadunidense, de más de 180 mil millones de dólares
en diez años, habría bastado para reducir al mínimo
el hambre en el mundo; en vez de eso hará caer en la miseria a los
productores de maíz, trigo y sorgo de otros países, entre
los que se encuentra el nuestro. Al mismo tiempo, mientras en la FAO se
firma un muy importante acuerdo sobre los recursos genéticos vegetales
para proteger las especies de las cuales depende el grueso de la alimentación
mundial, los transgénicos producidos por grandes transnacionales
de Estados Unidos contaminan las variedades nativas mexicanas o sacan del
mercado al maíz argentino por los posibles peligros para la salud
del consumidor de ese cereal modificado.
Si hay alimentos suficientes que no llegan a todos, pues
casi la mitad de la población mundial no los puede pagar; si hay
recursos para acabar con el hambre, pero se despilfarran en guerras y en
políticas inhumanas; si los países agroganaderos ricos en
recursos son devastados por el hambre y en ellos hay niños que no
comen ¿dónde queda uno de los derechos humanos fundamentales?
estar a salvo del hambre- reconocidos formalmente por todos los miembros
de Naciones Unidas- ¿No está ligado el derecho a la alimentación
a la preservación de la biodiversidad o a la defensa del ambiente
y de los recursos naturales? ¿No lo está con la necesidad
imperiosa de acabar con la pobreza, cuyas causas son sociales y políticas?
Estados Unidos, que ha lanzado una cruzada contra el terrorismo,
¿no practica acaso el peor de todos los terrorismos al no aceptar
las resoluciones de conferencias mundiales en defensa del ambiente o de
la protección de los recursos fitogenéticos? Si ni siquiera
cumple regularmente con sus compromisos financieros con la ONU o la FAO
¿podrá ser obligado a acatar lo que se decida en Roma sobre
la lucha contra el hambre y la pobreza rural? Los gobiernos que aplican
una política generadora de pobreza y hambre dictada por los ajustes
financieros y por el Fondo Monetario Internacional ¿podrán
esbozar una política opuesta a la que practican actualmente, o el
impulso para elaborarla e imponerla deberá venir, como en Porto
Alegre o en Génova, de la contraconferencia-movilización
popular que ha reunido en Roma a dirigentes campesinos e indígenas
de tantos países?