Un buen aguacero sale en 1,500 pesos
Don Timo, granicero de 44 años que garantiza su
labor; "de que llueve, llueve"
MARIA RIVERA
Una lluviosa tarde, mientras aún se encontraba
en el vientre de su madre, Timoteo Hernández recibió, por
medio de un rayo, el don de controlar toda clase de nube, relámpago,
viento o granizo. En su infancia ya conjuraba tempestades, pero fue hasta
los 13 años cuando le fue confirmada su gracia en un templo en las
faldas del Iztaccíhuatl. Desde entonces se encargó formalmente
de mantener alejada de los campos de cultivo de su pueblo, San Juan Tequesquináhuac,
en la sierra oriente mexiquense, toda manifestación atmosférica
dañina.
Con templanza, este campesino de 44 años acepta
el abrazo de las fuerzas primitivas. Sabe que no admiten excusas ni pretextos
de sus elegidos. "Cuando no quiero salir a espantar la tempestad -relata-
entran los traquelazos en forma de bolas de lumbre hasta mi cuarto,
¡y ni modo! Tengo que salir a trabajar para que se retiren."
En
ocasiones, lamenta, su labor de granicero es incomprendida. No faltan los
que al verlo en el patio de su casa, con su palma bendita y su sahumerio,
despejando nubarrones del horizonte, lo tachan de loco. Pero cuando les
demuestra sus poderes callan, y hasta contratan sus servicios. Lo mismo
provoca la lluvia que espanta el granizo o cura a los "relampagueados"
(personas a las que acaba de caerles una centella).
Un buen aguacero, por ejemplo, sale en mil 500 pesos.
No se aceptan reclamaciones, porque precisión, lo que se dice precisión,
pues no... El agua puede llegar días antes o días después,
y a veces cae en el lugar indicado, pero otras de plano inunda todo el
pueblo. Pero de que llueve, llueve.
La mayoría de los habitantes de Tequesquináhuac,
a escasos 20 minutos de Texcoco, viven de sus tierras de temporal. Apenas
cuatro décadas atrás el agua era tan abundante que ni abono
hacía falta para los cultivos, recuerdan los ancianos. Sin embargo,
en los últimos tiempos la tala de los bosques, entre otras causas,
ha modificado el clima. Hoy las parcelas difícilmente proveen de
sustento a las familias. Cada vez es más común que los jóvenes
emigren en busca de mejores horizontes, y los que se quedan no tienen más
opción que encomendarse a las fuerzas divinas para que los protejan
y les manden buenas cosechas.
Al paso del tiempo esta comunidad, ubicada en las faldas
del monte Tláloc, estuvo estigmatizada por sus brujos. Durante la
Colonia, varios caciques fueron quemados por la Santa Inquisición
bajo ese cargo. Todavía hoy en día, cuando alguien de la
región enfrenta alguna enfermedad desconocida o se encuentra en
un callejón sin salida, busca ayuda con los curanderos del pueblo,
que con métodos "espirituales" remedian los tres grandes males que
aquejan a los humanos: el aire, el mal de ojo o el susto, pero que también
son capaces de hacer un "trabajo". Porque es sabido que algunos de los
lugareños continúan dedicándose a las malas artes.
Don Timo -como conocen en el pueblo al granicero- admite
que posee esa capacidad, sólo que no la ejerce. "Lo mío es
hacer llover, cuando viene el agua me da mucho gusto. Pero a veces me piden
que atraiga el granizo y yo les contesto: '¿y qué pasa si
por ahí anda alguien de tu familia y le ocurre algo malo, eh?' A
mí me gusta trabajar para el bien, no para el mal."
En la época prehispánica la labor de los
graniceros era ejercida por la elite sacerdotal. Quienes poseían
el poder del conjuro y la predicción de los fenómenos atmosféricos,
que regían la vida de los pueblos mesoamericanos, ostentaban una
jerarquía social importante, explica la investigadora Patricia Muñoz,
autora de Petición de lluvia. Magia y religión de ayer
y hoy, de próxima edición por la Universidad de Chapingo.
"Con la ruptura histórica que propició la
Conquista estos cultos fueron perseguidos, y por ende, pasaron a la práctica
oculta. Más tarde, para muchos pueblos, se convirtieron en creencias
y prácticas subalternas. Ahora se ejercen esos dones de forma semiclandestina."
La historia del granicero de Tequesquináhuac empezó
meses antes de su nacimiento. "La neta -dice don Tacho, su padre- es que
nos lo anunciaron desde arriba. La primera señal la vi un día
que venía del monte. Se formó la nublazón desde el
suelo hasta el cielo. De esa nube salió una lumbrada que se fue
hacia el cerro Tecampana, donde vamos a enflorar la cruz. Cuando se apagó,
siguió una humareda.
"La segunda señal fue como a tres meses de eso,
cuando vino una visita de México. Le trajo un manto bien bonito
a mi mujer. Le dije: cobíjatelo, anda, y encaminamos a la visita.
De regreso, de repente pegó un azote y cayó como lumbre sobre
mi mujer. Quedó tirada y olía a puro azufre. Como de por
sí yo traía aquel pensamiento, le dije a una vecina: pida
usted auxilio, a ver quién quiere ir por un granicero, porque mi
mujer se relampagueó. Casi todo el pueblo vino y yo escogí
a dos personas para que fueran a Nativitas por don Julio Vargas.
"Cuando llegó el granicero, le dije que viera qué
podía hacer. Tentó a mi mujer por todas partes, como quien
dice la registró, y se puso serio. Me dijo: don Tacho, la señora
está embarasluces, es hombre y será compañero mío.
La maldad que le hicieron, me explicó, fue por la criatura que llevaba
dentro. Le hizo todas las curaciones y quedó bien."
Cuando nació don Timo estaba chiquito, "como ratita",
cuenta el padre, pero chillaba bien fuerte. Y desde los pocos meses, cuando
venía una tempestad, se columpiaba y ponía los ojos en blanco.
"Ya trabaja, me decía don Julio, va a ser trabajador. Con los truenos
no fue miedoso. Se daba valor."
Al cumplir los 13 años el futuro chamán,
el granicero de Nativitas le anunció a don Tacho que era tiempo
de que lo presentaran ante sus mayores, para que se pusiera a trabajar
formalmente. En los primeros días de mayo viajaron a Ameca, y de
ahí a un templo en la ladera de "la hembra", el volcán Iztaccíhuatl.
"Nos faltó haber ido al Popo, donde van todos ellos, porque
ahí está el agujero donde pega el sol, pero con lo que cooperó
el pueblo no alcanzó."
En una ceremonia, ante más de 100 graniceros, se
presentaron don Timo y otros dos jóvenes de su edad. "Nos dijo el
que mandaba, un viejito como de 90 años -continúa don Tacho-,
que los iba a enseñar a trabajar. A nosotros nos llevaron a un altito
y los muchachos se quedaron con él en cuerpecito (desnudos). De
pronto, donde nosotros estábamos, llovió como salecita; en
cambio, en la loma, se tendió todo el granizo. Cuando se acabó
la nube salió un sol que lastimaba, y éste venía brincando
de contento. Qué miedo ni qué nada. ¡Va a ser de los
buenos!, me anunciaron."
(Un granicero puede recibir su don por medio del toque
de un rayo, de los sueños, de la ingestión de plantas sagradas
o al ser señalado por una enfermedad -informa Patricia Muñoz-,
y tiene la facultad de comunicarse con los tlaloques (ejército de
Tláloc), a quienes en Tequesquináhuac llaman chanates, en
San Jerónimo niñitos, y duendes en los demás pueblos
de la región.)
A partir de su iniciación, la vida de Timoteo Hernández
ha transcurrido bajo una lógica distinta a la de los demás.
Cuando aparecen nubarrones en el horizonte, en lugar de buscar refugio
tiene que salir a enfrentar los vientos, la lluvia y los relámpagos,
sin más armas que su fe.
Orgulloso de su labor, muestra el engalanado altar donde
oficia, presidido por una cruz azul florada. Sobre la mesa están
imágenes de Cristo, la Virgen de Guadalupe, la Virgen del Rayo,
San Martín de Porres, San Miguel Arcángel... y un infiltrado:
San Judas Tadeo, que se hace pasar por el Sagrado Corazón de Jesús.
Para don Timo, la llama divina sobre la cabeza del apóstol no es
más que "un chipotito", y la ausencia del corazón, peccata
minuta: "se les olvidó ponérselo".
Otros elementos que intervienen en esta liturgia son una
jícara llena de agua de Gloria (agua bendecida el Sábado
de Gloria), a la que se agregan unos algodones que representan las nubes,
y ceras benditas.
Después de hacer una venia ante los santos y pedir
ayuda de los espíritus de sus padrinos y compadres, el chamán
empieza su trabajo. Con el sahumerio lleno de copal hace la cruz. Después,
con palmas benditas y un cirio pascual ?"para que obedezcan las nubes,
porque si no, no hacen caso"?, sale al patio a continuar el ritual. Según
el movimiento de su mano aleja o atrae los nubarrones. Al mismo tiempo
reza una serie de oraciones para que caiga "una lloviznita o un aguacero".
La máxima celebración de este culto se realiza
el 3 de mayo, Día de la Santa Cruz para la Iglesia católica,
pero que en la época prehispánica correspondía a Huey
tozoztli, rito suntuoso dedicado a Tláloc, en el que participaban
los supremos gobernantes de la triple alianza, que daban la bienvenida
al nuevo ciclo agrícola. La otra gran festividad relacionada con
la agricultura era el 2 de noviembre, con la que se cerraba el temporal.
Cada
día de la Santa Cruz don Timo va en compañía de sus
vecinos y familiares a enflorar las cruces sagradas y a llevar ofrendas
a los espíritus, consistentes en mole, arroz, frijoles, tortillas,
café, cervezas, frutas y dulces. Después de dar un tiempo
a las almas para que coman, los reunidos proceden a lo mismo, procurando
que a todos les toque algo. Al cierre del festejo se invoca la lluvia,
y a esperar...
"La aculturación e imposición religiosa
que siguió a la conquista -indica la investigadora de Chapingo-
produjo un sincretismo cultural que, por lo que respecta a la tradición
del culto a Tláloc, derivó en la festividad de la Santa Cruz,
mezcla de la cruz cristiana y la prehispánica, que simboliza los
cuatro puntos cardinales y la planta del maíz. Esta fiesta se preserva
todavía en varias comunidades indígenas, como celebración
pagano-religiosa. Sin embargo, ese carácter la estigmatiza y la
convierte en una práctica secreta."
En muchas ocasiones ni los mismos graniceros están
conscientes de la herencia prehispánica de sus ritos. Don Timo,
por ejemplo, parece no encontrar la relación. En cambio, su padre,
don Tacho, de 84 años, que se considera tocado por la gracia divina,
sí.
"Cuando estaba la piedra (alude al monolito de Tláloc,
que se encontraba en la vecina comunidad de San Miguel Coatlinchán),
íbamos a visitarla. Entonces caían por aquí hasta
tres aguacerazos al día. No echábamos abono a las siembras,
porque había suficiente agua. Pero todo fue que se la llevaran y
toda la lluvia se fue para México.
"Era una adoración de los de antes. Dicen que es
malo adorar una piedra, pero yo pienso que Dios le dio bendición
y espíritu. ¡Está viva la piedra esa. Tiene corazón!
¿Cómo desde que se fue dejó de caer agua aquí,
y ahora en México les llueve a cada rato?"
"Estos especialistas indígenas -indica Johanna
Broda, investigadora de la UNAM, en su artículo El culto mexica
de los cerros de la cuenca de México- constituyen uno de los
casos más interesantes de la persistencia de prácticas religiosas
de raigambre prehispánica que aún están articuladas
orgánicamente al medio natural que ha rodeado a las comunidades
del altiplano central desde hace siglos, si no milenios."
En la medida en que la economía campesina tradicional,
basada en el cultivo del maíz, continúe dependiendo del temporal,
los ritos agrícolas permanecerán. No en balde Alfredo López
Austin los ha llamado "el núcleo duro" de la religión mesoamericana.