EU: LA HORA DE LA INCERTIDUMBRE
En
días recientes, los medios de prensa de Estados Unidos dieron a
conocer que el gobierno de ese país conoció información
relacionada con los atentados del 11 de septiembre del año pasado
dos meses antes de esos hechos criminales y trágicos.
Un memorándum del FBI recomendaba una investigación
sobre el gran número de ciudadanos de Medio Oriente que tomaban
cursos en el país vecino para pilotar aviones comerciales; al parecer,
en el documento se cita expresamente el nombre de Osama Bin Laden; más
tarde, en agosto, un informe de inteligencia recibido por el presidente
George W. Bush y sus asesores señaló la posibilidad de que
la organización Al Qaeda realizara secuestros aéreos; ese
mismo mes, Zacarias Mou-ssaoui, uno de los sospechosos citados en el memorándum
del FBI, fue detenido en Minnesota tras decir a su instructor de vuelo
que no estaba interesado en aprender técnicas de despegue ni de
aterrizaje.
Con el telón de fondo de esas revelaciones escandalosas,
que han generado un ambiente de incertidumbre en la sociedad estadunidense
y un acentuado descrédito hacia el gobierno de Bush, ayer el vicepresidente
Richard Cheney afirmó que la perspectiva de un nuevo atentado de
Al Qaeda es "casi una certeza", sostuvo que es "prácticamente imposible
erigir una defensa perfecta" ante los planes de esa organización,
reconoció que la Casa Blanca no tiene información sobre el
paradero de Bin Laden, y dijo que Washington "hace lo que puede" en Afganistán,
Medio Oriente en general y el sudeste asiático para prevenir nuevos
ataques terroristas. Por su parte, la asesora de Seguridad Nacional, Condoleezza
Rice, dijo en declaraciones a los medios que "el nivel de alerta que tenemos
ahora es mucho más elevado que el que teníamos el 11 de septiembre".
Tales declaraciones colocan a las opiniones públicas
estadunidense y mundial ante la disyuntiva de concluir que estas nuevas
amenazas terroristas son un mero embuste del gobierno de Bush --una coartada
para justificar, con el argumento de la "guerra contra el terrorismo",
otras injerencias militares que de otro modo serían impresentables
e insostenibles--, o bien que las autoridades civiles y militares del país
vecino han llegado a un asombroso nivel de ineficiencia, torpeza y esquizofrenia,
tanto como para invertir inútilmente decenas de miles de millones
de dólares en la destrucción de Afganistán, en campañas
de propaganda ociosas y en medidas de seguridad que no han servido para
nada.
No es fácil, en efecto, explicar por qué
la máxima potencia militar, tecnológica, diplomática
y económica del mundo, respaldada en los hechos por Gran Bretaña,
y en el discurso por la mayor parte de los países, ha puesto en
juego tan desmesurados recursos y ha conseguido tan magros resultados en
su supuesta confrontación contra una banda de fanáticos cuyos
sobrevivientes viven a salto de mata en las remotas montañas de
Asia central.
Ante semejante incoherencia, no resulta extraño
que empiece a disolverse --más vale tarde que nunca-- la abrumadora
mayoría de estadunidenses que desde el 11 de septiembre y a lo largo
de más de siete meses han venido creyendo a pie juntillas el discurso
oficial de la Casa Blanca sobre los ataques de esa fecha, sobre el posterior
arrasamiento de Afganistán y sobre la pretendida campaña
gubernamental "contra el terrorismo internacional".
Al padre y antecesor del actual mandatario estadunidense
la destrucción de Irak en 1991 le redituó masivos respaldos
populares que no se sostuvieron, sin embargo, lo suficiente para evitarle
la derrota electoral del año siguiente. Si hoy en día la
Casa Blanca sigue mintiendo con tanto desenfado, la "guerra contra el terrorismo"
podría ser el Irak de Bush hijo.