JAZZ
Antonio Malacara
Mitote en concierto
UN MITOTE NO es un mito grandote. En América
Latina, en general, el mitote es un alboroto bullicioso, es también
una fiesta casera. En México en particular, que a final de cuentas
es donde se acuñó el término, es además una
antigua danza profana (mitotl) en la que los indígenas formaban
una rueda y empezaban a bailar y a beber de vez en vez, hasta que terminaban
poniéndose hasta las chanclas, pero el baile y la felicidad continuaban,
se extendían, los excitados participantes abrazaban a dioses y demonios
por igual y el despiporre seguía hasta los límites del envase
humano.
NO
SABEMOS A ciencia cierta por qué Isabel III y Arturo Cipriano
hayan elegido ese nombre para su grupo (bueno, más que un grupo,
es un movimiento que convida a gran cantidad de músicos), aunque
cualquiera de las acepciones, o todas en conjunto, podrían delinear
buena parte de la propuesta. Faltaría solamente apuntar el carácter
ritual que se evidencia en cada una de sus presentaciones, y el acuerdo
tácito entre esta pareja de asumir el arte como un compromiso estético
y de lucha social.
EL VIERNES 17, Mitote se presentó en el
Museo del Chopo, abriendo el ciclo de conciertos Rolastitlán. Media
hora después de lo anunciado, y ocupando sólo un pequeño
espacio del escenario, el grupo recreó Masiosare le darere a
los gentiles, tema incluido en su cuarto disco, La Geografatura
(2002), pero con un sentir funk mucho más acentuado que en el cidí.
Extrañamos de inmediato el contrabajo de Luri Molina. La batería,
a cargo en esta ocasión de Ricardo Castelán, se escuchó
fría, se enredó en el tiempo, necesitaron pasar tres piezas
para que el joven músico se integrara a su instrumento.
Viento pleno y determinante
CONTRASTANDO CON EL nerviosismo inicial de los
convidados en esta ocasión (Joaquín Samudio en el bajo y
Rogelio Castelán en la guitarra), el viento de Cipriano se mostró
pleno y determinante mediante el saxofón. El funk de Masiosare...
se transmutó en los ritmos de danza de pueblo que tanto gustan en
Mitote. Le siguió una obra de arte llamada Tijoaxtla. Isabel
apareció en escena. Cipriano se alejó y se acercó
del micro para tejer los matices de la flauta más allá de
los buenos aires. Pronto, todos callaron para que Isabel pulsara las maracas
y nos recetara un asombroso groove a base de semillas; su voz aparece
como el instrumento central del momento y se extiende a todas las aristas
del museo; no sabemos bien de dónde (pareció que de la endosfera),
pero en unos instantes todo estuvo cubierto por imágenes milenarias
de lo que debió haber sido nuestra etnia madre. La crónica
terminó citando a "el caracol con la buena nueva: El invasor no
es invencible".
ISABEL SE FUE (entró y salió a través
de la noche) y llegó un segundo guitarrista. Ricardo se aventó
un segundo solo de batería y pronto fue acompañado por el
sax; juntos hurgaron entre los espacios no existentes del free-jazz; Cipriano
remató con insinuaciones de Caminos de Guanajuato, pero José
Alfredo se desvaneció casi al instante para dar paso a una suerte
de calipso, transportado por la banda en pleno. La atmósfera se
suavizó. Temas después vuelvió a la rugosidad del
Mitote. Isabel regresó para mostrarnos los enormes alcances y la
dignidad que puede tener la balada en Nacimiento.
MITOTE MOSTRO POR enésima vez que la fusión
del jazz y la música mexicana tiene varias puertas de acceso, y
que la sensibilidad de este mestizaje (del mestizaje) marca sus propias
rutas a cada momento. Además de las composiciones de Cipriano, el
grupo rediseñó cosas de Manduka y del purépecha Juan
Crisóstomo. Pero en lo particular nos impresionó un arreglo
a El arriero, sí, el de don Atahualpa, pues el blusesote
en que fue convertido fluyó con lujo de poder y elegancia. Nada
que ver con la caricaturesca banalidad que han mostrado algunos intentos
de blusear, jazzear o rocanrolear las canciones del folclore latinoamericano.