Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 20 de mayo de 2002
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Espectáculos
JAZZ

Antonio Malacara

Mitote en concierto

UN MITOTE NO es un mito grandote. En América Latina, en general, el mitote es un alboroto bullicioso, es también una fiesta casera. En México en particular, que a final de cuentas es donde se acuñó el término, es además una antigua danza profana (mitotl) en la que los indígenas formaban una rueda y empezaban a bailar y a beber de vez en vez, hasta que terminaban poniéndose hasta las chanclas, pero el baile y la felicidad continuaban, se extendían, los excitados participantes abrazaban a dioses y demonios por igual y el despiporre seguía hasta los límites del envase humano.

NO SABEMOS A ciencia cierta por qué Isabel III y Arturo Cipriano hayan elegido ese nombre para su grupo (bueno, más que un grupo, es un movimiento que convida a gran cantidad de músicos), aunque cualquiera de las acepciones, o todas en conjunto, podrían delinear buena parte de la propuesta. Faltaría solamente apuntar el carácter ritual que se evidencia en cada una de sus presentaciones, y el acuerdo tácito entre esta pareja de asumir el arte como un compromiso estético y de lucha social.

EL VIERNES 17, Mitote se presentó en el Museo del Chopo, abriendo el ciclo de conciertos Rolastitlán. Media hora después de lo anunciado, y ocupando sólo un pequeño espacio del escenario, el grupo recreó Masiosare le darere a los gentiles, tema incluido en su cuarto disco, La Geografatura (2002), pero con un sentir funk mucho más acentuado que en el cidí. Extrañamos de inmediato el contrabajo de Luri Molina. La batería, a cargo en esta ocasión de Ricardo Castelán, se escuchó fría, se enredó en el tiempo, necesitaron pasar tres piezas para que el joven músico se integrara a su instrumento.

Viento pleno y determinante


CONTRASTANDO CON EL nerviosismo inicial de los convidados en esta ocasión (Joaquín Samudio en el bajo y Rogelio Castelán en la guitarra), el viento de Cipriano se mostró pleno y determinante mediante el saxofón. El funk de Masiosare... se transmutó en los ritmos de danza de pueblo que tanto gustan en Mitote. Le siguió una obra de arte llamada Tijoaxtla. Isabel apareció en escena. Cipriano se alejó y se acercó del micro para tejer los matices de la flauta más allá de los buenos aires. Pronto, todos callaron para que Isabel pulsara las maracas y nos recetara un asombroso groove a base de semillas; su voz aparece como el instrumento central del momento y se extiende a todas las aristas del museo; no sabemos bien de dónde (pareció que de la endosfera), pero en unos instantes todo estuvo cubierto por imágenes milenarias de lo que debió haber sido nuestra etnia madre. La crónica terminó citando a "el caracol con la buena nueva: El invasor no es invencible".

ISABEL SE FUE (entró y salió a través de la noche) y llegó un segundo guitarrista. Ricardo se aventó un segundo solo de batería y pronto fue acompañado por el sax; juntos hurgaron entre los espacios no existentes del free-jazz; Cipriano remató con insinuaciones de Caminos de Guanajuato, pero José Alfredo se desvaneció casi al instante para dar paso a una suerte de calipso, transportado por la banda en pleno. La atmósfera se suavizó. Temas después vuelvió a la rugosidad del Mitote. Isabel regresó para mostrarnos los enormes alcances y la dignidad que puede tener la balada en Nacimiento.

MITOTE MOSTRO POR enésima vez que la fusión del jazz y la música mexicana tiene varias puertas de acceso, y que la sensibilidad de este mestizaje (del mestizaje) marca sus propias rutas a cada momento. Además de las composiciones de Cipriano, el grupo rediseñó cosas de Manduka y del purépecha Juan Crisóstomo. Pero en lo particular nos impresionó un arreglo a El arriero, sí, el de don Atahualpa, pues el blusesote en que fue convertido fluyó con lujo de poder y elegancia. Nada que ver con la caricaturesca banalidad que han mostrado algunos intentos de blusear, jazzear o rocanrolear las canciones del folclore latinoamericano.

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