León Bendesky
Obstáculo
Para algunos la actual estrecha cercanía de la economía mexicana con la de Estados Unidos es una cosa muy buena, especialmente cuando aquélla crece y nos jala, y cuando no es así, pues sólo queda esperar haciendo lo menos posible. La crisis de 1995, que registró una devaluación de 100 por ciento y una inflación de 52 por ciento, asentó de manera más firme el nuevo patrón de funcionamiento de la economía mexicana y la acomodó de manera más operativa a las condiciones pactadas en el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica. Hoy el producto generado en México depende mucho de la demanda externa, esto quiere decir estadunidense, y hay una especie de separación cada vez más visible entre el sector exportador, que puede ser muy dinámico, y el resto de la economía.
Con ello deberíamos cambiar la forma de ver el registro anual del crecimiento del PIB puesto que no expresa de manera integral lo que ocurre en la actividad productiva. Para mucha gente resulta sorpresivo que se puedan estimar altas tasas de crecimiento en un par de años, especialmente cuando se parte de la nula expansión de 2001, pero bien puede ocurrir sin que se modifiquen de manera sustancial las condiciones generales de las empresas, sin que se genere suficiente empleo o ingreso para la población. Así como el Banco de México acaba de revisar el contenido del índice nacional de precios al consumidor para adaptarlo mejor a las condiciones prevalecientes en el gasto de las familias, tal vez debería proponer medidas alternativas del producto para expresar mejor las condiciones de los diversos segmentos que la componen.
Junto con el problema del crecimiento y su medición que tiene ahora la economía mexicana que opera de manera muy abierta en sus relaciones con el exterior, es decir, que prácticamente no tiene obstáculos para el comercio y las inversiones, está el asunto de la inflación. No puede decirse que sea mejor que crezcan los precios, pues ello castiga a los grupos con ingresos bajos y fijos, pero tampoco puede decirse que la inflación haya muerto en México. Está bajo control gracias a un estricto manejo de la cantidad de dinero y de crédito por parte del banco central y debido a la existencia de un bajo déficit fiscal medido de manera convencional: ingresos menos gastos del gobierno.
Pero las presiones inflacionarias no han desaparecido y buena parte del éxito obtenido se debe a que el tipo de cambio ha funcionado como una especie de control de los precios al permitir importar con un peso fuerte frente al dólar. No debe olvidarse que desde el TLC han aumentado de manera muy dinámica las exportaciones, pero también lo han hecho las importaciones, así que mantener un peso fuerte es esencial en la política antinflacionaria. Por su parte, la política fiscal todavía esconde en términos de los flujos de recursos gubernamentales una serie de requerimientos que aumentan mucho la presión sobre el déficit. Las cuentas están echándose para adelante en el tiempo y en algún momento habrán de reconocerse, aunque ahora se haya logrado mantenerlas bajo el tapete. Por último, el conjunto de anomalías con las que opera nuestra economía se concentra en el hecho de que no existe crédito bancario para la producción. Esto es un tema de libro de texto; se han podido alcanzar altas tasas de crecimiento sin que funcione el sector bancario, que vive de las rentas que aún proveen los pagarés que administra hoy el IPAB y de los réditos de agio que se cobran en las tarjetas de crédito. La demanda interna se mueve por canales financieros no bancarios que han mantenido el nivel de la demanda total, pero a un costo muy elevado.
Hoy la política económica se maneja de modo bastante cómodo para el Banco de México y la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, pero se ha convertido en un obstáculo para el verdadero saneamiento de la economía después de 20 años de lento crecimiento, de estancamiento del producto por habitante, de muy elevada inflación (90 mil por ciento acumulado de 1982, según los índices que publica el Banco de México en su página de Internet) y de retraso de los salarios de la mayor parte de los trabajadores. La economía mexicana está reforzando sus formas disfuncionales por la misma política económica que se aplica y ello previene las formas más activas de promoción de la economía y el mayor aprovechamiento de las condiciones del propio TLC y de tener al lado a la economía más fuerte del mundo.