Carlos Fazio
Satélite mayor
Las tendencias integradoras de la expansión estadunidense
en su tradicional "patio trasero", corporizadas en el Area de Libre Comercio
de las Américas (ALCA), nueva pieza angular del panamericanismo
prevista para 2005, exigen un proceso de satelización como
cuestión insoslayable. Al tener que restringir los proyectos de
ayuda financiera y las inversiones en el exterior, Washington debe proceder
de manera selectiva y concentrar sus proyectos e inversiones en aquellos
lugares donde se ofrezcan mejores resultados. Eso indica la necesidad de
socios privilegiados, países donde las inversiones tengan claras
perspectivas de desarrollo y buenos dividendos, y donde la asistencia financiera
(condicionada) consolide regímenes que no sólo afiancen el
dominio imperialista, sino que contribuyan de manera eficaz a reforzar
el estatuto colonial en el resto del área. Un orden "más
allá de soberanías" (Fox dixit).
En los años 60 el papel de "satélite mayor"
o "privilegiado" fue desempeñado por Brasil. "Adonde va Brasil irá
América Latina", auguró Kissinger. Se llegó a hablar
de un "subimperialismo" brasileño. El tránsito de la política
balcanizadora de la Casa Blanca -el clásico "dividir para reinar"-
al integracionismo impulsado por los monopolios de Wall Street requirió
del satelismo, que antes había sido aplicado a potencias industrializadas
claves: Alemania Occidental, Gran Bretaña y Japón. Con variables
previsibles, el mismo esquema funciona respecto a países subdesarrollados
y dependientes. Brasil ayer, México hoy.
El estatuto colonial se definía por tres rasgos
principales: el país sometido se organizaba como productor especializado
de determinadas materias primas destinadas al mercado mundial, y de acuerdo
con el principio de la división internacional del trabajo; funcionaba
como mercado para las manufacturas exportadas por la metrópoli,
y era un receptáculo provechoso para las inversiones metropolitanas
en rubros elegidos (servicios públicos, empresas mercantiles, bancos,
etcétera). A su vez, cada semicolonia se proyectaba hacia fuera,
en conexión con el sistema imperialista. Se movía como un
satélite del sol imperial. Pero las potencias imperiales (Inglaterra
y Estados Unidos, sucesivamente) cuidaron siempre que no existieran importantes
conexiones intracontinentales; al contrario, las desalentaron, se opusieron
a ellas.
Dentro de la arquitectura imperial, el "sol" dominante
estimuló las rivalidades entre las clases adictas de las colonias;
el parcelamiento económico ha sido el sustento material de la balcanización
política y del equilibrio de poderes.
Los monopolios se infiltraron en el crecimiento industrial
de las semicolonias y lo aprisionaron para deformarlo y aprovecharlo. De
ellos extrajeron múltiples ventajas. Usufructuaron la mano de obra
barata para arrancar más plusvalía que en la metrópoli,
colocaron en sus subsidiarias de las áreas subdesarrolladas sus
equipos obsoletos, solucionando las exigencias que les planteaba un ciclo
acelerado de renovación técnica incesante; escaparon a los
sistemas impositivos de Estados Unidos, cada vez más gravosos, a
medida que se ampliaba el aparato militar capaz de asegurar un espacio
económico creciente; saquearon los recursos naturales donde operaban
sus filiales; gozaron del proteccionismo (arancelario, cambiario) logrado
por las burguesías nativas en las primeras fases de la industrialización,
y mediatizaron a las clases dominantes autóctonas, que fueron asimiladas
y se convirtieron en un eslabón más de la constelación
del subdesarrollo.
En 1942, el experto geopolítico estadunidense Nicholas
J. Spykman ubicó a México dentro del "Mediterráneo
Americano", junto con Centroamérica, Colombia, Venezuela y el cinturón
de islas del Caribe (el linde entre Norte y Sudamérica no estaba
en Panamá, sino en el sur de Colombia y Venezuela). Para su antecesor
Alfred Mahan, renovador de la visión expansionista del "destino
manifiesto", esa región era "vital" para Washington y debía
permanecer bajo su exclusiva e indisputada tutoría.
"Esto implica para México, Colombia y Venezuela
una situación de absoluta dependencia con respecto a Estados Unidos,
de libertad meramente nominal...", dijo Spykman con crudeza. Hoy, una vez
más, el capital estadunidense -en competencia interimperialista
con Europa y Asia- está "vitalmente" interesado en ampliar los mercados
y extender los circuitos financieros y mercantiles dentro del subcontinente.
Las palabras de Spykman cobran valor: ésa es la apuesta del ALCA.
Toda ampliación de mercado, toda facilidad de tránsito y
movilidad de materias primas y capital, combinadas con garantías
y seguridades para la explotación de mano de obra barata, afianzadas
hoy con barreras migratorias militarizadas, vigorizan las estructuras vigentes.
En ese esquema, el satelismo es una consecuencia insoslayable
de la integración neoligárquica impulsada por el imperio.
Vía el Plan Puebla-Panamá, México ha sido elegido
como "satélite mayor", y como tal explotará zonas nativas
y a los países centroamericanos por cuenta de sus mandantes en Washington
y Wall Street, limitándose a cobrar un porcentaje por su tarea de
"capataz". Tal situación obliga a repensar el destino de México.
La integración del subcontinente es necesaria y posible. Pero es
un medio, no un fin. Puede servir para remachar las cadenas del coloniaje
o para abrir la ruta de la liberación nacional.