Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 20 de mayo de 2002
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Política
Carlos Fazio

Satélite mayor

Las tendencias integradoras de la expansión estadunidense en su tradicional "patio trasero", corporizadas en el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA), nueva pieza angular del panamericanismo prevista para 2005, exigen un proceso de satelización como cuestión insoslayable. Al tener que restringir los proyectos de ayuda financiera y las inversiones en el exterior, Washington debe proceder de manera selectiva y concentrar sus proyectos e inversiones en aquellos lugares donde se ofrezcan mejores resultados. Eso indica la necesidad de socios privilegiados, países donde las inversiones tengan claras perspectivas de desarrollo y buenos dividendos, y donde la asistencia financiera (condicionada) consolide regímenes que no sólo afiancen el dominio imperialista, sino que contribuyan de manera eficaz a reforzar el estatuto colonial en el resto del área. Un orden "más allá de soberanías" (Fox dixit).

En los años 60 el papel de "satélite mayor" o "privilegiado" fue desempeñado por Brasil. "Adonde va Brasil irá América Latina", auguró Kissinger. Se llegó a hablar de un "subimperialismo" brasileño. El tránsito de la política balcanizadora de la Casa Blanca -el clásico "dividir para reinar"- al integracionismo impulsado por los monopolios de Wall Street requirió del satelismo, que antes había sido aplicado a potencias industrializadas claves: Alemania Occidental, Gran Bretaña y Japón. Con variables previsibles, el mismo esquema funciona respecto a países subdesarrollados y dependientes. Brasil ayer, México hoy.

El estatuto colonial se definía por tres rasgos principales: el país sometido se organizaba como productor especializado de determinadas materias primas destinadas al mercado mundial, y de acuerdo con el principio de la división internacional del trabajo; funcionaba como mercado para las manufacturas exportadas por la metrópoli, y era un receptáculo provechoso para las inversiones metropolitanas en rubros elegidos (servicios públicos, empresas mercantiles, bancos, etcétera). A su vez, cada semicolonia se proyectaba hacia fuera, en conexión con el sistema imperialista. Se movía como un satélite del sol imperial. Pero las potencias imperiales (Inglaterra y Estados Unidos, sucesivamente) cuidaron siempre que no existieran importantes conexiones intracontinentales; al contrario, las desalentaron, se opusieron a ellas.

Dentro de la arquitectura imperial, el "sol" dominante estimuló las rivalidades entre las clases adictas de las colonias; el parcelamiento económico ha sido el sustento material de la balcanización política y del equilibrio de poderes.

Los monopolios se infiltraron en el crecimiento industrial de las semicolonias y lo aprisionaron para deformarlo y aprovecharlo. De ellos extrajeron múltiples ventajas. Usufructuaron la mano de obra barata para arrancar más plusvalía que en la metrópoli, colocaron en sus subsidiarias de las áreas subdesarrolladas sus equipos obsoletos, solucionando las exigencias que les planteaba un ciclo acelerado de renovación técnica incesante; escaparon a los sistemas impositivos de Estados Unidos, cada vez más gravosos, a medida que se ampliaba el aparato militar capaz de asegurar un espacio económico creciente; saquearon los recursos naturales donde operaban sus filiales; gozaron del proteccionismo (arancelario, cambiario) logrado por las burguesías nativas en las primeras fases de la industrialización, y mediatizaron a las clases dominantes autóctonas, que fueron asimiladas y se convirtieron en un eslabón más de la constelación del subdesarrollo.

En 1942, el experto geopolítico estadunidense Nicholas J. Spykman ubicó a México dentro del "Mediterráneo Americano", junto con Centroamérica, Colombia, Venezuela y el cinturón de islas del Caribe (el linde entre Norte y Sudamérica no estaba en Panamá, sino en el sur de Colombia y Venezuela). Para su antecesor Alfred Mahan, renovador de la visión expansionista del "destino manifiesto", esa región era "vital" para Washington y debía permanecer bajo su exclusiva e indisputada tutoría.

"Esto implica para México, Colombia y Venezuela una situación de absoluta dependencia con respecto a Estados Unidos, de libertad meramente nominal...", dijo Spykman con crudeza. Hoy, una vez más, el capital estadunidense -en competencia interimperialista con Europa y Asia- está "vitalmente" interesado en ampliar los mercados y extender los circuitos financieros y mercantiles dentro del subcontinente. Las palabras de Spykman cobran valor: ésa es la apuesta del ALCA. Toda ampliación de mercado, toda facilidad de tránsito y movilidad de materias primas y capital, combinadas con garantías y seguridades para la explotación de mano de obra barata, afianzadas hoy con barreras migratorias militarizadas, vigorizan las estructuras vigentes.

En ese esquema, el satelismo es una consecuencia insoslayable de la integración neoligárquica impulsada por el imperio. Vía el Plan Puebla-Panamá, México ha sido elegido como "satélite mayor", y como tal explotará zonas nativas y a los países centroamericanos por cuenta de sus mandantes en Washington y Wall Street, limitándose a cobrar un porcentaje por su tarea de "capataz". Tal situación obliga a repensar el destino de México. La integración del subcontinente es necesaria y posible. Pero es un medio, no un fin. Puede servir para remachar las cadenas del coloniaje o para abrir la ruta de la liberación nacional.

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