Alberto Aziz Nassif
Ciudad Juárez, el desencanto
De muchas formas se ha venido anunciado que en México hay un nuevo estado de ánimo que acompaña los tiempos de esta democracia incipiente: el desencanto político. Se trata de un severo ajuste entre las expectativas de cambio, que durante muchos años alimentaron las luchas ciudadanas para construir un sistema democrático y tener elecciones limpias, y los escasos resultados que generan los gobiernos elegidos democráticamente. Este desencanto resultó ser la nota dominante en las elecciones extraordinarias del pasado 12 de mayo en Ciudad Juárez, Chihuahua.
Las elecciones mexicanas después del 2 de julio han tenido la presencia cada vez más fuerte de un nuevo actor, el abstencionista, en una democracia electoral que cada vez despierta menos el interés ciudadano. Muchas razones pueden explicar el caso de Ciudad Juárez. Existe una severa restauración autoritaria del priísmo que se inició cuando el PRI recuperó la gubernatura en 1998; el gobernador Martínez impuso un clima de restricción de libertades y de pleito permanente con actores, sectores e instituciones independientes.
La política en Chihuahua ha entrado, como nunca, en una terrible guerra sucia permanente; es como una campaña electoral sin fin y tiene diversos frentes: el PRI y el PAN, entre el gobierno estatal y la oposición, del gobierno del estado hacia el federal a partir de la llegada de Fox a la Presidencia de la República, entre los empresarios y el gobernador, y entre éste y cualquier obstáculo que se anteponga a su proyecto autoritario de gobierno.
Ciudad Juárez es un punto emblemático del escenario nacional y estatal, es una de las fronteras más dinámicas del norte, pero al mismo tiempo engendró uno de los expedientes de impunidad más siniestros que haya tenido el país después de la muerte violenta y sistemática de cientos de mujeres inocentes, caso que no ha sido resuelto ni por gobiernos panistas ni priístas.
Juárez es el municipio más importante de Chihuahua en todos sentidos y por supuesto en términos electorales. Esa frontera ha sido desde los años 80 un bastión panista; el año pasado volvió el PAN a ganar el municipio, pero una anulación abrió la puerta para que ese territorio volviera a ser disputado. El gobernador Martínez se volcó en esa frontera para ganar la elección extraordinaria, reclutó a 3 mil maestros para hacer proselitismo, trasladó su gabinete a esa ciudad para hacer campaña y puso todos los recursos del gobierno en un operativo de recuperación, pero no lo consiguió. Del otro lado, el PAN, que había ganado en julio de 2001, logra un nuevo triunfo, pero esta vez por un margen muy pequeño: con cifras de 96.4 por ciento de las casillas la ventaja del PAN sobre el PRI es de 2 mil 327 votos; menos de dos votos por casilla.
Para la mayoría de los juarenses, prácticamente para siete de cada 10 votantes, las elecciones extraordinarias no merecieron el esfuerzo de ir a las urnas. La alternancia en el poder, que no resuelve los problemas vitales de la comunidad; los gobiernos de diferente signo político, que cada vez se parecen más; la falta de opciones atractivas y de nuevos proyectos de desarrollo regional fueron factores suficientes para que un electorado en otros momentos combativo y con altos niveles de participación hoy se marginara de las urnas.
Este resultado es un mensaje para el gobierno del estado, que ha logrado regresar a Chihuahua -alguna vez punta de lanza de las luchas democráticas- al clima autoritario, de temor y restricción de libertades de los años 70. Pero también es un mensaje para el PAN, que no ha logrado salirse de la lógica del gobernador y ha estado permanentemente en el ring, sin más alternativa que de partido contestatario.
La descomposición de la vida pública en Chihuahua es grave y las experiencias políticas en ese estado sirven de laboratorio para anticipar lo que puede pasar en el ámbito nacional: fraude en 1986, alternancia panista en 1992, regreso del PRI y restauración autoritaria en 1998.
Tal vez muchos juarenses amanecieron el domingo 12 de mayo con la intención de votar, pero cuando leyeron en la prensa que el presidente Fox le dijo al PRI "gobernemos juntos el cambio", entonces cambiaron de opinión y pensaron que era tan malo uno como otro. Si el voto del 2 de julio fue por un cambio, Ƒcon qué derecho Fox plantea un gobierno conjunto? Ninguna reforma, ni la fiscal que ya no fue, ni la eléctrica, que tal vez no será, ni la de telecomunicaciones, que está en veremos, justifican el regreso priísta. Chihuahua sabe muy bien, aun en el desencanto que hoy vive, lo que significa el regreso del PRI: un autoritarismo unipersonal y voraz.