Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 14 de mayo de 2002
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Política

Marcos Roitman Rosenmann

Política exterior o acción: los límites de la soberanía

La política exterior de un Estado, así como las relaciones internacionales entre éstos, son determinadas por las concepciones geopolíticas que acompañan el diseño de estrategias en materia de alianzas, acuerdos y tratados multilaterales y bilaterales. En este sentido hay una máxima sobre la cual identificar las prácticas de los gobiernos.

Existen países que tienen por objetivo dotarse de una política exterior sólida, afincada en valores emanados de su historia nacional, cuya fisonomía y rasgos peculiares son permanentes en el tiempo. Pero también hay naciones renuentes a practicar dicha opción. La diferencia es notable. Quienes no poseen política exterior suelen ser países subordinados. En dichos Estados se imponen estrategias geopolíticas endógenas. Carentes de política exterior dan tumbos y son inestables. Sus actos tienen una explicación fuera de las fronteras nacionales, en los centros hegemónicos de decisión mundial. Por consiguiente, sus comportamientos internacionales responden a los deseos y peticiones realizados por el imperio con el fin de apoyar sus estrategias y proyectos. Por ejemplo, romper relaciones diplomáticas o proponer condenas internacionales. Bloquear acuerdos o impedir la participación de países "díscolos" en foros internacionales. Sin referentes ejercitan una práctica conocida en el ámbito de las relaciones internacionales como acción exterior. Su característica es la renuncia y enajenación consciente de una parte de la soberanía. Su existencia, desde una perspectiva geopolítica, está encaminada a mejorar y conservar la posición de poder y privilegio del o los estados a los cuales se cede la responsabilidad de construir política exterior.

Por el contrario, en países con política exterior las decisiones son coherentes y forman parte de un proyecto de medio y largo plazos. Las coyunturas no afectan los ejes sobre los cuales se orientan las decisiones en el marco internacional. Hablamos de poseer un conjunto ordenado de principios, dimensiones y objetivos. Tres pilares básicos para levantar una política exterior. Cuando el resultado es óptimo, la relación establecida en la comunidad internacional es de aliados estratégicos o de amigos, nunca de subordinación o enajenamiento de la soberanía nacional. En dichos Estados no se ejercen o aplican políticas exteriores foráneas. La autonomía se manifiesta en la audacia y en la firmeza con las cuales se ejercita el poder soberano. Hoy en condiciones de hegemonía imperial estadunidense resulta una tarea ardua y difícil. Requiere de una fuerte dosis de saber estar diplomático, dignidad y convicción en los principios de autodeterminación, soberanía e identidad nacional. Su práctica en tiempos de "globalización imperial" puede llegar a tener consecuencias nefastas disuadiendo a sus posibles ejecutores. Las represalias desatan planes para la desestabilización y patrocinan el aislamiento internacional de los gobiernos contestatarios. Sin embargo, su ejercicio constata la vigencia de los principios soberanos de no alineación e independencia a nivel internacional.

La dignidad de una nación está inmersa, también, en la voluntad de poseer o no política exterior. En este sentido guarda relación con el concepto de nación y de Estado que se defiende. No es algo impuesto. Menos aún inevitable. La renuncia a dicha práctica es resultado de una cosmovisión del mundo. Pensar en la fatalidad del destino es imponer una dirección a la historia. Tras de sí emerge una visión pragmática de la geopolítica desde la cual es imposible vencer las fuerzas del imperio.

En América Latina pocos son los países que se han destacado en la construcción de política exterior. Salvo México hasta la década de los años 80 del siglo XX y Cuba desde el triunfo de la revolución en 1959, el resto de casos son excepciones coyunturales. Expresan momentos álgidos de la construcción democrática en la región y en la historia nacional de los países implicados. Los ejemplos son claros. Si tomamos el periodo de la guerra fría nos encontramos con Bolivia durante la revolución del MNR (1952), República Dominicana con Juan Bosch (1963), Brasil con Quadros y Goulart (1964), Panamá con Omar Torrijos (1968), Velazco Alvarado en Perú (1968), Chile con Salvador Allende (1970), Nicaragua y la revolución sandinista (1979). Es cierto que se pueden sumar políticas de enfrentamiento con Estados Unidos, pero ello no implica tener política exterior. En muchos casos las nacionalizaciones de las riquezas nacionales conllevan discrepancias que no afectan la forma de inserción geopolítica. Los casos también existen. Ejemplos de ello son el peronismo en Argentina, Rómulo Betancourt en Venezuela, Velazco Ibarra en Ecuador, o Figueres en Costa Rica.

En cualquier circunstancia los costos de poseer una política exterior en América Latina son significativos. Los ejemplos citados anteriormente han tenido un desenlace trágico: golpes de Estado y procesos de fuerte involución política. No es lo mismo practicar la acción exterior que poseer política exterior. La diferencia es muy significativa y responde al grado de consistencia de los proyectos nacionales. No es extraño encontrarnos en la actualidad con que Estados Unidos busque por todos los medios atacar al único país, al margen de Cuba, que ha poseído una política exterior coherente y antimperialista en la región. Mas allá de adjetivos, lo cierto es que México ha jugado un papel de vanguardia en la defensa de la soberanía e integridad en la región. A medida que se ha ido consolidando el proceso de desnacionalización se hace evidente la pérdida de autonomía en el orden internacional. Es una relación directa. El proceso de desnacionalización se complementa con una pérdida real de soberanía. Al ceder voluntariamente a los deseos de Estados Unidos en el "caso Monterrey", el gobierno de México, presidido por Vicente Fox, extravía su dignidad y compromete la soberanía de su país. Esta decisión trae consigo otras de más hondo calado. Lentamente se pierde la coherencia y estabilidad definidas por los principios, dimensiones y objetivos de la política exterior desarrollada durante más de medio siglo. En contraposición los planes son de corto alcance. Se trata de conseguir objetivos mínimos con los cuales adornar la pérdida de soberanía. Por ejemplo, entrar a formar parte del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, realizar cumbres o lograr puestos en organismos regionales y potenciar los mercados de libre comercio. Los objetivos estratégicos pasan a diseñarse en los despachos de los responsables políticos de Estados Unidos para América Latina. Al carecer de política exterior el gobierno mexicano condena a México a sufrir una lenta transformación, cuyo resultado final es su conversión en un país subordinado. Por ello depende de la fuerza de sus sectores democráticos revertir este proceso de desnacionalización iniciado por el neoliberalismo social de los años 80 del siglo XX y profundizado en el siglo XXI.

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