La consigna de Mussolini aún retumbaba
e Italia se coronó bicampeón
Europa olía a guerra en el Mundial de
1938
Brasil, la sensación del torneo, fue de los pioneros
en concebir el futbol-espectáculo
Leonidas fue el máximo goleador con ocho tantos;
uno de ellos lo hizo descalzo
AFP
Olía a guerra en Europa cuando Francia hospedó
el Mundial de 1938. Austria, que disponía de una gran selección,
no acudió a la cita a pesar de haberse clasificado, porque el delirio
expansionista de Hitler comenzó con ellos.
España
tampoco fue, se desangraba en un largo y lento enfrentamiento civil (1936-39).
Con todo, 36 países se inscribieron para las eliminatorias,
tres más que en Italia 34, de los cuales pasaron 15. Además,
y por primera vez, se aplicó el sistema de clasificación
automática del país anfitrión y el último campeón.
Brasil y Cuba, este útimo primerizo en lides mundialistas,
fueron los únicos representantes latinoamericanos.
El resto boicoteó la cita porque creía que
debía alternarse en continentes diferentes, por mucho que se tratara,
en este caso, de una recompensa para la patria de Jules Rimet, el creador
de la competición y que siempre luchó por que no se politizara.
Sin embargo, el futbol sudamericano estuvo magníficamente
representado por un Brasil ya maduro. Fue la sensación del torneo
gracias a uno de los pioneros en concebir el futbol como espectáculo:
Leonidas, el Diamante Negro, exuberante delantero centro capaz de
los más eximios malabarismos. De hecho, fue el mayor goleador de
la cita con ocho tantos.
Baja fatal
En el primer partido contra Polonia metió tres
goles -uno de ellos descalzo, porque llovía mucho- en un vibrante
encuentro que terminó 6-5 para los auriverdes. En cuartos fue decisivo
contra los duros checos y en semifinales contra Italia.
Leonidas no jugó el primer partido porque el entrenador
brasileño decidió reservarlo para la final, porque estaba
convencido de la victoria.
Craso error, porque los italianos, que defendían
su título de campeones con el mismo seleccionador, el autoritario
Vittorio Pozzo, y prácticamente las mismas figuras que en 1934,
se mostraron imparables, debido tal vez a que en sus oídos retumbaba
aún la convincente consigna de Benito Mussolini: "victoria o muerte".
Antes se habían deshecho de los noruegos y los
franceses. Y el 19 de junio llegó el colofón. Dos goles de
Colaussi y otros dos de Piola doblegaron a Hungría en París
ante 45 mil entusiasmados espectadores.
Italia era bicampeona, pero tuvo que esperar 12 años
para volver a defender su título. La Segunda Guerra Mundial estaba
a la vuelta de la esquina.