Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 29 de abril de 2002
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Política
Armando Labra M.

Pleito desigual; como el poder, nada

Se puede llamar a la unidad de los mexicanos por quien sea, pero ¿¡contra Cuba!? Hay que reconocer que el gobierno mexicano carece de experiencia, talento y visión diplomáticos suficientes como para honrar la incuestionable tradición y prestigio de la política exterior mexicana.

La desproporción de convocar a la unidad de los mexicanos en torno a un evidente y torpe servicio a Washington durante la cumbre de Monterrey no se compadece de antecedentes tan ejemplares y trascendentes como fueron la postura de México en defensa de Etiopía invadida por el fascismo, de la República Española, derrocada por el franquismo, de las inmigraciones judía -consecuencia del nazismo-, así como de la uruguaya, chilena y argentina, provocadas por sus respectivos gorilatos golpistas, y de la que más había prestigiado sostenidamente a los gobiernos mexicanos: la solidaridad con Cuba.

Frente a eso se yergue ahora el llamado a la unidad de los mexicanos contra Cuba a consecuencia de incidentes no propios de presidentes, sino de afanadores. Clara e innecesariamente tuvo que operar el presidente Fox en su dramáticamente pobre llamada telefónica a Castro, ante la imposibilidad de que su canciller ni su embajador estuvieran en condiciones ni aptitud de realizar la tarea sucia que les correspondía, en la miope necedad de violentar las relaciones del gobierno de México con La Habana. Nada popular resulta tan inopinada, desaseada y modosa (para el gobierno) como humillante (para los mexicanos) sumisión a Washington o qué, ¿acaso nos preguntaron o a nuestros representantes en el Senado y en la Cámara de Diputados?

En la dimensión de las relaciones entre dos pueblos íntimamente vinculados por la historia y la cultura como México y Cuba, pareciera insulso dedicar un gramo de esfuerzo a trastocarlas, cual fuere la zanahoria o el garrote ofrecidos por los estadunidenses -no sería la primera vez, ¿verdad?-. Hilo negro es descubrir que más nos conviene tener contrapesos frente a Estados Unidos y responder a la simpatía entre los pueblos cubano y mexicano que improvisar bravatas y entuertos que nos rebotan, como ya se vio.

Y bueno, a nivel de confrontaciones personales, guste que no, Fidel es un personaje, lo más destacado del siglo xx, con una estatura histórica y una experiencia política y diplomática simplemente fuera de serie. Está en otra liga en la que aún no tienen méritos para siquiera pedir la solicitud de admisión Fox, Bush ni muchos más. ¿Qué libros habrán leído, qué habrán vivido, aprendido y hecho en sus vidas Fox, Bush y Fidel que justificara una comparación? Piénselo.

Porque si nos ponemos a sacar el saldo del ominoso incidente, sería penoso reconocer lo que a final de cuentas queda: México dividido, Cuba lastimada, nuestro gobierno exhibido en su dramática, insólita e indigna sumisión a Washington, quien por cierto dejó solo a Fox al declarar que nunca le pidió que ahuyentara a Castro. Si en efecto se le pidió, malo; pero si no, peor. Y lo más costoso, lamentable y evidente: Fox miente, pero además, en aras de la triste causa de la indignidad. ¿Ganamos algo a cambio? Acabamos con la cola entre las patas quejándonos del "desmedido ataque" verbal de Fidel Castro.

Llamar a que los mexicanos nos unamos (?) por tan harapientas causas culmina el pastel de la torpeza con la cereza de la burla.

Y ya entrados en llamados heroicos a la unidad, convoco a todos los mexicanos y mexicanas, chiquillos o grandecillas, en torno a un tema mucho más amable y atendible: un libro.

Hace algunos años Raúl Cremoux me pidió que prologara uno de sus libros dedicado a la legislación sobre medios de comunicación. "No tiene el lector un besteller en sus manos"... comenzaba mi prefacio, por cierto, el último que jamás me pidió el prolífico escritor. Bueno, después de muchas obras posteriores, Cremoux ahora sí ha escrito un bestísimo seller.

En Nada como el poder, de inminente circulación, el autor repasa con ingenio y humor crecientes varios, que no todos, de sus impertinentes roces tangenciales con gentes de gran poder en México. De Hank a Echeverría pasando por De la Madrid, López Portillo y el innombrable Salinas, arribando al estado de México de César Camacho y sus coqueteos con el Eliseo francés.

El recorrido de encuentros vividos a lo largo de cuatro lustros es tan variado como provocador e increíblemente veraz, y lo digo porque tuve oportunidad de compartir con Raúl algunos de los episodios de su periplo político, el cual, con el paso de los años lleva al autor a concluir que no hay nada como el poder. A muchos otros el mismo camino nos llevó a nadar con el poder y, al poder, a querer nada con nosotros.

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