Armando Labra M.
Pleito desigual; como el poder, nada
Se puede llamar a la unidad de los mexicanos por quien sea, pero ¿¡contra
Cuba!? Hay que reconocer que el gobierno mexicano carece de experiencia,
talento y visión diplomáticos suficientes como para honrar
la incuestionable tradición y prestigio de la política exterior
mexicana.
La desproporción de convocar a la unidad de los mexicanos en
torno a un evidente y torpe servicio a Washington durante la cumbre de
Monterrey no se compadece de antecedentes tan ejemplares y trascendentes
como fueron la postura de México en defensa de Etiopía invadida
por el fascismo, de la República Española, derrocada por
el franquismo, de las inmigraciones judía -consecuencia del nazismo-,
así como de la uruguaya, chilena y argentina, provocadas por sus
respectivos gorilatos golpistas, y de la que más había
prestigiado sostenidamente a los gobiernos mexicanos: la solidaridad con
Cuba.
Frente a eso se yergue ahora el llamado a la unidad de los mexicanos
contra Cuba a consecuencia de incidentes no propios de presidentes, sino
de afanadores. Clara e innecesariamente tuvo que operar el presidente Fox
en su dramáticamente pobre llamada telefónica a Castro, ante
la imposibilidad de que su canciller ni su embajador estuvieran en condiciones
ni aptitud de realizar la tarea sucia que les correspondía, en la
miope necedad de violentar las relaciones del gobierno de México
con La Habana. Nada popular resulta tan inopinada, desaseada y modosa (para
el gobierno) como humillante (para los mexicanos) sumisión a Washington
o qué, ¿acaso nos preguntaron o a nuestros representantes
en el Senado y en la Cámara de Diputados?
En la dimensión de las relaciones entre dos pueblos íntimamente
vinculados por la historia y la cultura como México y Cuba, pareciera
insulso dedicar un gramo de esfuerzo a trastocarlas, cual fuere la zanahoria
o el garrote ofrecidos por los estadunidenses -no sería la primera
vez, ¿verdad?-. Hilo negro es descubrir que más nos conviene
tener contrapesos frente a Estados Unidos y responder a la simpatía
entre los pueblos cubano y mexicano que improvisar bravatas y entuertos
que nos rebotan, como ya se vio.
Y bueno, a nivel de confrontaciones personales, guste que no, Fidel
es un personaje, lo más destacado del siglo xx, con una estatura
histórica y una experiencia política y diplomática
simplemente fuera de serie. Está en otra liga en la que aún
no tienen méritos para siquiera pedir la solicitud de admisión
Fox, Bush ni muchos más. ¿Qué libros habrán
leído, qué habrán vivido, aprendido y hecho
en sus vidas Fox, Bush y Fidel que justificara una comparación?
Piénselo.
Porque si nos ponemos a sacar el saldo del ominoso incidente, sería
penoso reconocer lo que a final de cuentas queda: México dividido,
Cuba lastimada, nuestro gobierno exhibido en su dramática, insólita
e indigna sumisión a Washington, quien por cierto dejó solo
a Fox al declarar que nunca le pidió que ahuyentara a Castro. Si
en efecto se le pidió, malo; pero si no, peor. Y lo más costoso,
lamentable y evidente: Fox miente, pero además, en aras de la triste
causa de la indignidad. ¿Ganamos algo a cambio? Acabamos con la
cola entre las patas quejándonos del "desmedido ataque" verbal de
Fidel Castro.
Llamar a que los mexicanos nos unamos (?) por tan harapientas causas
culmina el pastel de la torpeza con la cereza de la burla.
Y ya entrados en llamados heroicos a la unidad, convoco a todos los
mexicanos y mexicanas, chiquillos o grandecillas, en torno a un tema mucho
más amable y atendible: un libro.
Hace algunos años Raúl Cremoux me pidió que prologara
uno de sus libros dedicado a la legislación sobre medios de comunicación.
"No tiene el lector un besteller en sus manos"... comenzaba mi prefacio,
por cierto, el último que jamás me pidió el prolífico
escritor. Bueno, después de muchas obras posteriores, Cremoux ahora
sí ha escrito un bestísimo seller.
En Nada como el poder, de inminente circulación, el autor
repasa con ingenio y humor crecientes varios, que no todos, de sus impertinentes
roces tangenciales con gentes de gran poder en México. De Hank a
Echeverría pasando por De la Madrid, López Portillo y el
innombrable Salinas, arribando al estado de México de César
Camacho y sus coqueteos con el Eliseo francés.
El recorrido de encuentros vividos a lo largo de cuatro lustros es tan
variado como provocador e increíblemente veraz, y lo digo porque
tuve oportunidad de compartir con Raúl algunos de los episodios
de su periplo político, el cual, con el paso de los años
lleva al autor a concluir que no hay nada como el poder. A muchos otros
el mismo camino nos llevó a nadar con el poder y, al poder,
a querer nada con nosotros.