TOROS
El próximo 20 de mayo se cumplen 36 años
de la muerte del Ciclón mexicano
Arruza, el más ambicioso proyecto de
Boetticher merece revisión: De Alba
"La mejor película de toros jamás filmada",
asegura Emilio García Riera
LUMBRERA CHICO
"Y de pronto -escribe Gustavo Arturo de Alba-, cuando
parecía que Boetticher, a sus cuarenta y tantos años, podía
perfilarse como uno de los grandes directores, aparentemente rechaza el
ofrecimiento de John Wayne para dirigir El Alamo, y cruza la frontera
acompañado de su esposa Debra Paget, internándose en México
a bordo de su Rolls Royce, en la aventura de su proyecto más personal
de todos: Arruza..."
Corría el año 1960. Boetticher había
conquistado las cumbres de su carrera cinematográfica y sentíase
con plenos derechos y recursos para crear una obra de eso que la célebre
revista francesa Cahiers de Cinéma llamaba "cine de autor".
Después de filmar Pluma roja, Hombres sin destino, Día
de justicia, Estación comanche y Fin del rey del crimen,
estaba en el momento crucial de su vida.
Carlos Arruza había sido su asesor taurino durante
el rodaje de Santos, el magnífico (The magnificent matador),
y se había convertido no sólo en su amigo sino en el modelo
de su inspiración. El también, como Budd, estaba recién
entrado en los cuarenta años; se había retirado de los ruedos
y con su mucho y bien ganado dinero había comprado a Cantinflas
la ganadería de Pastejé.
Pisar los terrenos del torero
El
proyecto dio un giro inesperado cuando Arruza decidió regresar a
los toros pero esta vez en calidad de rejoneador. Así, Boetticher
comenzó a registrar sus preparativos: el aprendizaje ecuestre y
la doma de los corceles, el ejercicio físico para fortalecer las
rodillas, la angustia ante el riesgo del fracaso, que oscurecería,
con un epílogo mediocre, si fallaba, la luminosa leyenda del Ciclón
mexicano.
Enamorado ahora de Elsa Cárdenas, arruinado económicamente
al punto de que debió meterse a dar clases en el CUEC (Centro Universitario
de Estudios Cinematográficos), Budd siguió filmando en el
campo bravo, entre largos periodos de inactividad marcados por el alcohol
y las peleas en las cantinas. A medida que la culminación del proyecto
era aplazada por las vicisitudes, el carácter se le iba poniendo
cada vez más agrio.
Pero en 1966, al cabo de una breve y exitosísima
labor como rejoneador -el mejor que haya habido jamás en México-,
Arruza se retiró por segunda vez, y Boetticher estaba allí,
con sus cámaras en la plaza de Insurgentes (hoy tan muerta) y, escribiría
más tarde Emilio García Riera, logró "algo tan difícil
como que Arruza, al torear a caballo no salga nunca de cuadro: la precisión
es algo excepcional".
Después de alabar a los camarógrafos Lucien
Ballard y Carlos Carvajal, así como a los editores George Crone
y Harry Knapp, García Riera coronó su reseña, afirmando
que "si Juan Belmonte fue el primer torero que pisó los terrenos
del toro, diríase que Boetticher es el primer cineasta que pisa
los terrenos del torero" (¡Olé!, habría que añadir).
Nadie que haya visto Arruza, o asistido a su última
corrida, olvidará aquel momento en que, después de clavar
un soberbio par a dos manos por dentro, el diestro pide permiso para proseguir
su faena a pie. Y vestido de corto, con las zahonas de cuero color vino
estrechamente ceñidas, se quedó muy quieto, cerca de tablas,
debajo del palco del juez, y cuajó cuatro estatuarios pases por
alto, y el bicho, que era excelente, repetía revolviéndose
en cuanto era timado por la muleta para volver a embestir.
Algunos meses después de aquella tarde gloriosa,
Arruza moriría en la carretera a Toluca, un viernes 20 de mayo de
1966. Y aun entonces, para pagar las deudas que había contraído,
Budd, añade el erudito recuento de De Alba, filmaría, sin
cobrar un quinto, otra de vaqueros, A time for dying (1969), que
no tuvo éxito. Asimismo, y por idénticos motivos financieros,
escribió de gorra para Don Siegel el guión de Dos
mulas para la hermana Sara, con Clint Eastwood y Shirley MacLaine,
que sería un nuevo fracaso.
Peleado con todo mundo en Hollywood, Budd se recluyó
en su rancho de San Diego con su esposa Mary y se dedicó a criar
caballos portugueses, aunque a menudo bajaba a Tijuana para ver una corrida
de toros. Arruza se estrenó en México hasta 1973 y,
salvo la entusiasta y rigurosa crítica de García Riera, pasó
desapercibida.
Hoy que Boetticher ha muerto (se fue el 30 de noviembre
pasado), Gustavo de Alba propone, y esta página lo respalda absolutamente,
que la Filmoteca de la UNAM organice un ciclo y proyecte los mejores momentos
de su carrera, entre ellos, Hombres sin destino, Pluma roja, Fin del
rey del crimen, y por supuesto Arruza. El próximo 20
de mayo, cuando se cumplan 36 años de la muerte del Ciclón,
podría ser una fecha propiciatoria para tan magno, esperado y necesario
acto.