José Cueli
Remataba cargado de duende
La Giralda, expresión de robustez y firmeza atenuada por unos cuantos ajimeses que rompen a trechos el muro y se abren con una inesperada gracia, contemplaba absorta la encastada nobleza del toro Ojito de Torrestrella lidiado en sexto lugar, el jueves pasado en la octava corrida de la feria sevillana. Los cuatro muros bordados en trenza, plenos de una encajería milagrosa, se recreaban con el galopar de la embestida (ya en desuso) del toro mencionado, codicioso, bravo, enrazado, repetidor...
El espíritu del toreo, tan viril y suave al mismo tiempo, lleno de serena melancolía, representado por el toro de Torrestrella, se tornaba la guía más segura en el océano confuso de la fiesta brava. El toro por temperamento ofrecía el paisaje de las tierras andaluzas con una fiel verdad de evocación. Alegre en su recorrido remataba cargado de duende. Ese rasgo del llamado pellizco, ese "algo" que con exactitud matizaba.
Toro forzado por la cálida raza poética de su encastada nobleza, hilvanada en su acometer en círculos de esmalte en la estallante policromía del bouquet seco de su carácter fiero y al mismo tiempo gracioso, a ritmo con la famosa catedral. Un subjetivismo inquieto se percibía en la pantalla televisiva (TVE) cargado de cierta vibración lírica.
Embrujada raza del toro que parecía estar aprisionado en su encastada embestida, en la que se veía por abajo su matador Dávila Miura. šAh, la magia de los toros bravos! La Giralda, el río Guadalquivir y la feria se veían más vibrantes con el son del toro Ojito.