Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 15 de abril de 2002
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Economía

León Bendesky

Paz

La violencia sigue sin tregua en Medio Oriente y lo único que tenemos son cada vez más dudas sobre cualquier posibilidad de paz, aunque sea por ahora inestable. La paz no parece interesarles esencialmente a los hombres en general, que no se vuelcan con decisión a su favor, y menos aún a los jefes de Estado, que no se hartan de la guerra, y así se le convierte en una reflexión teórica confinada a los cubículos de algunos pensadores. Hay siempre algo irónico en la guerra, no sólo en la muerte misma, sino en las causas que la pueden provocar y hacer que se le llegue hasta adjudicar alguna utilidad. La única paz perpetua entre los hombres parece ser la de los cementerios. Hoy vivimos todos los días y en muy distintos lugares del mundo esa mordaz realidad.

ƑPuede haber una lógica en el enfrentamiento de Israel y los palestinos, aunque sea una tan recóndita que sólo la puedan ver los generales, los políticos y los grupos que lo encauzan desde ambos lados y que justifique tanta violencia? No se advierte cómo espera Sharon que las incursiones, la destrucción y los muertos provoquen algo que se acerque siquiera a la paz y a la seguridad del Estado de Israel. ƑO es que ese país está condenado a la guerra perpetua? Tampoco se advierte cómo Arafat y los varios grupos extremistas que giran a su alrededor esperan conseguir sus objetivos políticos en torno a su propio proyecto nacional. De este enfrentamiento no puede salir nada positivo, ni en lo inmediato ni en un plazo más largo, porque lo que se está sembrando sólo puede producir mayor discordia y odio. De esta guerra no puede salir ninguna condición de paz que se sustente, puesto que ya están creadas las causas de una guerra futura.

La prioridad es frenar la invasión de las ciudades palestinas por el ejército, y luego el reconocimiento del gobierno de Israel de la larga ocupación que se ha hecho de los territorios en Gaza y Cisjordania. En ello hay una responsabilidad compartida de los partidos Laborista y Likud y de los grupos religiosos recalcitrantes que están metidos hasta el cuello en la guerra. No se sabe si ello frenará los ataques a la población civil de Israel, la que no podía sentirse segura antes del avance militar más reciente ni tampoco podrá estarlo después. Ese es el gran dilema que tiene enfrente esa sociedad y es el riesgo que tiene que tomar para llegar a un acuerdo mínimo de cierta estabilidad política con los palestinos. Esta parece una posición decente, pero también sería decente abandonar la meta de echar a los judíos al mar y aprovechar todas las condiciones que surjan para crear un Estado palestino y definir posiciones seguras y vivibles entre ambas partes.

Este es un momento en que se exacerban los ánimos y se hace difícil aceptar que existan posiciones distintas que puedan coexistir como parte de una comunicación razonable. No parece haber nadie capaz de convencer a quienes no quieren escuchar, pero eso no elimina la necesidad de argumentar mediante discursos que tengan alguna coherencia, con una razón que vuelva humana la disputa. Hoy se ha creado, otra vez, un campo fértil para el más crudo maniqueísmo, se tiende a pensar en blanco y negro, se cree que se pueden identificar claramente a los buenos y los malos. También se advierte la facilidad con la que resurgen los sentimientos y las acciones antisemitas. Porque seguramente los judíos de Bruselas o de algunas ciudades de Francia son directamente responsables de las acciones del gobierno israelí y deben ser atacados y, seguramente debe señalarse a todos los demás y en todos lugares como parte del problema. La reacción actual se acerca mucho a los hechos y a las arengas de los años 30 del siglo pasado, al planteamiento absurdo de la conspiración judía internacional (al respecto recomiendo la lectura de la columna titulada Lexington en la revista The Economist de abril 6-12 de 2002) y no se debe dejar crecer como una reacción fácil y cómoda ante los excesos del poder. Esta es, igualmente, una posición decente y contribuiría a forzar la paz en Medio Oriente.

En esta guerra hay una responsabilidad ineludible de Estados Unidos y de la Unión Europea, que para efectos prácticos constituyen lo que se denomina comunidad internacional. La incapacidad de los gobernantes y de los burócratas que conducen las relaciones exteriores de esos países es notoria, y se repite la catástrofe aún reciente de la ex Yugoslavia. Mantienen una serie de principios éticos abstractos, pero se sitúan al margen, se lavan las manos y acaban por aprovecharse de los conflictos. Este es igualmente un rasgo fehaciente de la globalización que debería ser explícito e inadmisible.

Hay también una responsabilidad general de los políticos, de los intelectuales y de los medios de comunicación para contener las tendencias que llevan la situación a posiciones límite que, no debe olvidarse, provocan males mayores. Desde el 11 de septiembre no hemos presenciado más que violencia y brutalidad, así como una posición sumamente beligerante de los responsables de conducir la política en el mundo. Eso es, sin duda, una marca profunda en la vida colectiva y ante la cual tenemos que construir una decisiva resistencia.

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