Alrededor de esta prenda se han desarrollado
historias, leyendas y supersticiones
El zapato, más que protección para el
pie, todo un objeto de moda
La industria del calzado está debilitada
por las bajas exportaciones y el excesivo contrabando
En México se encuentra el tercer museo
más importante del mundo en esta materia
MARIANA NORANDI ESPECIAL
El zapato, esa prenda de vestir que protege el pie en
climas fríos o terrenos accidentados, se convierte en el siglo XX
en todo un objeto de moda, doblegándose en repetidas ocasiones a
los caprichos más delirantes de las últimas tendencias, arriesgando
la salud de los pies y olvidando su función original.
El calzado ha sido utilizado y visto a lo largo de la
historia desde muy distintas ópticas: funcional, estética,
clasista, fantástica o incluso fetichista. Pero independientemente
de esa visión, en la actualidad, esta prenda representa mucho más
que un simple accesorio del vestir o un resguardo del pie como lo fue en
un principio; el zapato distingue y refleja la personalidad de quien lo
usa.
Por otro lado, y desde tiempos remotos, alrededor del
zapato se ha desarrollado toda una serie de historias, leyendas y supersticiones
que han transformado esta prenda en un objeto mágico. Un aura de
misterio, magia y buenaventura han envuelto al zapato en un ambiente sobrenatural,
convirtiéndolo en un símbolo de éxito y fortuna. En
el campo, para la buena cosecha; en las bodas, para un feliz matrimonio
o en el amor para seducir a la persona amada, el zapato es la varita mágica
de quien cree en sus encantos. Los campesinos en Albania echan sal en sus
zapatos por la mañana para así tener buena suerte durante
el día. En la Irlanda rural entierran los zapatos viejos de un niño
que se ha perdido, para encontrarlo. En Haití se espolvorea harina
dentro de los zapatos para protegerse de la prácticas dañinas
del vudú. En Afganistán usan con frecuencia los zapatos de
los familiares difuntos que admiraban, con la esperanza de heredar las
virtudes de los seres queridos. En algunas zonas de Irán e Irak,
después del compromiso, el pretendiente envía zapatos a la
novia, a la suegra y a las cuñadas. En México, los choferes
de microbuses y taxis cuelgan un zapato de niño, encontrado en el
interior de su transporte, para obtener buena suerte y protección
ante la posibilidad de accidentes.
La historia
El
registro más antiguo que se tiene del zapato data de hace más
de catorce mil años, y se encuentra en unas pinturas rupestres en
Teruel, España, donde aparecen unos hombres danzando y cazando con
botas hechas de piel. El calzado más arcaico que se posee perteneció
a un hombre que vivió hace cinco mil años y se encontró
congelado en los Alpes austríacos en 1991.
El zapato mexicano tiene su origen en los hombres primitivos
que cruzaron el estrecho de Bering durante la última era glacial.
Siglos más tarde, en la época prehispánica, los aztecas
diseñaron el cactli, que era una especie de sandalia que dejaba
descubierto el dorso del pie, únicamente cubriendo el talón,
y llevaba unas correas que sujetaban la suela. Ésta estaba fabricada
con cuero de ciervo y piel de jaguar, y todo ello estaba cosido con hilo
de ixtle, que es una fibra muy resistente extraída del maguey. Los
mexicas diferenciaban el estrato social según el atuendo de las
personas, por lo que el cactli sólo era usado por emperadores, sacerdotes,
guerreros y comerciantes de alto rango, mientras que las mujeres y los
macehuales iban descalzos. Famoso era el lujo con que se vestía
Moctezuma. En su primer encuentro con Cortés, el emperador azteca
usó zapatos con suelas de oro y piedras preciosas. Sus súbditos
avanzaban por delante suyo barriendo el suelo por donde pasaba y poniéndole
mantas para que no pisara la tierra.
Con los primeros españoles llegaron ganaderos,
curtidores y zapateros que establecieron sus talleres en la Nueva España.
Al cactli azteca se le incorporan algunas técnicas españolas
y se convierte en el huarache. El botín de charro y la bota norteña
también son resultados del mestizaje cultural. Cuero, telas y madera
se usaron para climas fríos como los de Europa, mientras que las
fibras de ixtle resultaban ideales para las altas temperaturas de Mesoamérica.
Durante esa época, los secretos del oficio fueron
celosamente guardados, e incluso hubo ordenanzas del virrey para castigar
a quien los divulgara. En la ciudad de México se adoptó la
organización gremial que se practicaba en Europa desde la Edad Media,
la cual reunía en grupos a las personas que tenían el mismo
oficio. Los únicos que podían vender zapatos eran los que
pertenecían al gremio, pues era una forma de controlar la calidad
del calzado.
Durante la segunda mitad del siglo XVI y durante casi
todo el XVII, la moda del zapato masculino tuvo dos estilos: el borceguí
negro con hebilla de plata y las botas de montar. Los zapatos femeninos
eran más variados, solían ser de piel o terciopelo negro,
con tacón pequeño y bordados con hilos de oro y plata. Durante
esta época la mayor parte de la población indígena
no usaba zapatos, mientras que los pobladores negros y mulatos utilizaban
calzado muy rudimentario. La moda del zapato en México, que era
un deleite únicamente de las clases adineradas, fue evolucionando
a medida que avanzaba en Europa. El desarrollo mercantil con Asia a finales
del siglo XVII incorporó la seda y el raso al calzado. El siglo
XVIII y el rococó añadieron la pedrería y la sofisticación
en el bordado. A finales de este siglo, la moda barroca se sustituyó
por la neoclásica surgida del imperio napoleónico. Los zapatos
femeninos eran sin tacón y de seda o cabritilla blanca. Los hombres
estilaban altísimas botas de charol negro como las que usaba el
emperador. Así calzaron personajes de nuestra historia como Iturbide
o Guadalupe Victoria.
Revolución industrial
A principios del siglo XIX las máquinas de vapor
causaron una verdadera revolución en los procesos tradicionales
de hacer zapatos y en el transporte de las mercancías. En un principio,
el público fue escéptico con el calzado industrializado pero,
poco a poco, los atractivos aparadores de los comercios ganaron la batalla
de la aceptación. Hacia finales de siglo, el taller de Carlos B.
Zetina, llamado Excélsior, se convirtió en la gran fábrica
de calzado mexicano. Tras la Revolución, en la que se usó
todo tipo de calzado y donde todavía la mitad de la población
indígena no usaba zapatos, estalla en México la carrera desenfrenada
de la moda. Las creaciones europeas de Ferragamo, Charles Jourdán
y Channel rigieron los cánones del gusto de la sociedad mexicana
de principios de siglo. Pasadas unas décadas, en los años
sesenta, la industria del calzado en México vive su mejor momento
hasta nuestros días. El tenis comienza un auge sin precedentes que
rebasa el cincuenta por ciento de la producción total del calzado.
Las ciudades de León y Guadalajara se convierten en los centros
de mayor producción, mientras que el Distrito Federal se sitúa
como la principal plataforma nacional de comercio.
Hoy en día, la tecnología es el motor de
esta industria y el contrabando de calzado su mayor enemigo. Millones de
zapatos pasan cada año las fronteras mexicanas, procedentes de países
asiáticos, ejerciendo una competencia desleal sobre la industria
del calzado mexicano. La penetración de esta mercancía ilegal
es todo un problema. Representantes de la industria y autoridades competentes
intentan detener el flujo ilícito de zapato, pero parece ser que
los esfuerzos no son suficientes. Por otro lado, la nueva reforma fiscal
ha significado otro obstáculo en el desarrollo de esta industria
que ve frenado su despegue definitivo.
Problemática actual de la industria
El calzado se ha convertido a raíz de la actual
reforma tributaria en todo un objeto de polémica. La nueva miscelánea
fiscal establece que aquel zapato que rebase los diez centímetros
de altura sobre el tobillo será considerado un artículo suntuario
y, por lo tanto, se le impondrá un gravamen en el punto de venta
de cinco por ciento sobre su precio. En la cadena productiva y comercial
de la industria del calzado existe un profundo malestar debido a la incoherencia
de tal medida. Sergio García Sandiel, presidente de la Cámara
Nacional de la Industria del Calzado (Canaical), opina: "Esta ley es muy
absurda, porque si alguien compra unos zapatos que valen ocho mil pesos
de menos de diez centímetros de altura, no es considerado un artículo
suntuario. Pero las botas del campesino o del albañil, que cuestan
entre ochenta y trescientos pesos, ya son un artículos suntuarios
y, por consiguiente, se gravan con cinco por ciento más para seguir
perjudicando a la clase más necesitada. Si hay que gravar los zapatos,
que se haga en base a su material, como los zapatos hechos con pieles exóticas
o los que son de marcas caras".
Con esta medida, no sólo se perjudica al consumidor
sino también a una industria del calzado debilitada, que está
atravesando un mal momento. Hace cinco años en México se
producían 210 millones de pares de zapatos, en 2000 la producción
descendió a 190 millones de pares, y en 2001 la industria produjo
180 millones de pares. Además, las exportaciones también
bajan, las importaciones suben y el contrabando no se termina. El empresario
italiano Flavio Gatto recuerda lo diferente que era la industria en 1976
cuando él se instaló en México: "este país
me gustó porque vi que estaba lleno de posibilidades. Era como una
isla, nada se podía importar y no existía el contrabando
de zapatos. Todo lo que se hacía se vendía. En aquel entonces,
cuando no había crisis, la mujer compraba bolsas de todos colores
para combinar con los zapatos. Tras la crisis sólo compra bolsa
blanca o negra, por lo que, a finales de los años ochenta, pasé
de producir cinco mil bolsas mensuales a sólo dos mil. He aumentado
el ingreso económico pero no las ventas". Actualmente, Flavio Gatto
produce dos mil pares de zapatos mensuales y cinco mil bolsas al año.
Este empresario, se ha hecho de ocho tiendas propias para poder vender
su propia producción y evitar, entre otros problemas, la falta de
liquidez: "lo bueno es que, como vendo en mis tiendas, no tengo el problema
de liquidez que suelen tener los fabricantes. Las tiendas pagan de sesenta
a noventa días, y la piel que compramos hay que pagarla cada mes".
La gran industria mexicana del calzado que teníamos
en la década de los sesenta hasta mediados de los años ochenta,
ha entrado en receso productivo y declive industrial. Las causas son diversas
pero, entre ellas, sobresale el contrabando de zapatos procedente principalmente
de China. García Sandiel comenta: "estamos trabajando muy fuerte
para acabar con el contrabando y, aunque hemos logrado disminuirlo, todavía
no estamos donde quisiéramos. En el año 2000 entraron 50
millones de pares de zapatos ilegales por nuestras fronteras y en 2001
se redujo a 30 millones, lo cual sigue siendo una cifra elevada y continúa
pegándole mucho a la industria".
China fabrica 50 por ciento de la producción mundial
del calzado y, debido a que emplea mano de obra muy barata, resulta un
zapato muy económico para competir con el calzado mexicano. Siempre
ha existido la idea de que los productos chinos son baratos pero de mala
calidad. José Villamayor Coto, propietario de la zapatería
El Borceguí, desmiente esta creencia: "la calidad del zapato chino
ha mejorado mucho, de hecho, muchas de las grandes marcas ya están
hechas en China".
La exportación de zapato nacional también
ha disminuido. Según sus productores esto se debe a lo sobrevalorado
que está el peso mexicano. El presidente de la Canaical explica:
"el nivel de exportación es bajo debido a que tenemos un peso muy
fuerte. Otros países, como algunos de Sudamérica, están
devaluando su moneda y ofrecen precios más económicos".
Añadida a toda esta problemática, nos encontramos
con que la industria mexicana del calzado continúa con carencias
de cuero. José Villamayor comenta: "nuestra producción tiene
mucho mérito porque somos deficitarios en cuero. Un mínimo
de 60 por ciento del cuero que utilizamos lo tenemos que importar, especialmente
de Estados Unidos, país al cuál nos damos el lujo de exportarles
nuestro ganado vivo".
Pese al poco interés que depositan las autoridades
en nuestra industria zapatera, ésta cuenta con aproximadamente 8
mil empresas, 136 mil trabajadores y alrededor de 10 mil puntos de venta.
Pero en estos momentos, para sobresalir, esta industria necesita de una
eficiente política proteccionista que le devuelva el esplendor y
el buen desarrollo que tuvo hace cuatro décadas, cuando había
logrado situarse como una de las más importantes del mundo.
Museo del calzado El Borceguí
Se
puede leer sobre el calzado o analizar su problemática, pero no
existe nada tan ilustrativo como contemplar su evolución histórica
delante de nuestros ojos.
En pleno corazón de la ciudad, en Bolívar
27, entre las calles Francisco I. Madero y 16 de Septiembre, se encuentra
una joya histórica. Se trata del Museo del calzado El Borceguí,
considerado el tercer museo de esta materia más importante del mundo
después del de Bally, Suiza, y el de Barcelona. Ubicado sobre El
Borceguí, la zapatería más antigua de la ciudad, fue
fundado en marzo de 1991 por el propietario de esta tienda, José
Villamayor Coto, en honor a su padre y a la industria del calzado. En su
interior se encuentra una excelente colección de más de dos
mil piezas originales, tanto históricas como de personajes destacados
de la actualidad. Por otro lado, se puede observar la colección
de zapatos en miniatura más grande del mundo. Unas veinte mil miniaturas
de diferentes países, materiales y estilos, se exhibe en la parte
superior del museo. La entrada es totalmente gratuita.
La galería tiene cinco ejes: el calzado histórico,
su evolución en el siglo XX, el calzado en el deporte, los zapatos
de personajes famosos y las miniaturas. En el primer apartado encontramos
zapatos de muy diversas épocas y regiones. Destaca el calzado antiguo
de la India, acabado en punta, que utilizaban reyes y sacerdotes imitando
los cuernos de la vaca sagrada. Cuanto más larga era la punta del
zapato, más elevado era el rango social. Tanto se prolongó
el extremo del zapato que hubo que determinar un límite, ya que
llegó a medir más de un metro, dificultando enormemente el
caminar. Otra vitrina de especial interés es la de los zapatos más
antiguos, fabricados con cuero sin curtir, paja y fibras marinas. En esta
línea, el museo cuenta con el zapato mexicano más arcaico,
un cactli azteca del siglo XII. En la zona del zapato histórico,
hay dos piezas que llaman especialmente la atención. Una es el zapato
"para salvar la vida", fabricado de lana con plumas de Emmu, era utilizado
en algunas regiones aborígenes de Australia por los verdugos kurdaitchas
para escapar sin dejar rastro y evitar ser agredidos por alguien que quisiera
vengar a los condenados a muerte. Los otros son los zapatos chinos Gian
Lien de seda bordados. Estos eran puestos a las niñas chinas, tras
ser vendados, para deformar el pie y que éste no creciera. Esta
costumbre continuó hasta muy entrado el siglo XX, e incluso existen
regiones en China que, a pesar de su prohibición, todavía
se mantiene.
El museo posee dos importantes colecciones de zapatos,
una de la época barroca y otra de la Revolución Industrial.
También exhibe una interesante serie que muestra la evolución
del zapato en el siglo XX, desde su inicio hasta los años setenta,
cuando la sicodelia aportó gran creatividad al diseño. Encontramos
asimismo zapatos de personajes famosos de la actualidad. Hay, entre otros,
de Silvia Pinal, Armando Manzanero, Walter Reuter, Carlos Fuentes, Gregory
Peck, Magic Johnson, Julio César Chavez e incluso una bota del presidente
Vicente Fox. Además cuenta con una réplica, de las tres que
existen, de la bota lunar con la que el hombre pisó por primera
vez la luna.
El director y fundador de este museo, José Villamayor
Coto, nos comenta que a pesar de que tiene zapatos de muchos personajes
hay de algunos que no ha podido conseguir: "los que no tengo y me gustaría
son unos zapatos de Imelda Marcos que fue muy famosa porque cuando cayó
el régimen de Filipinas tenía en su clóset tres mil
pares. De personajes mexicanos me gustaría tener unos de Octavio
Paz. Hemos insistido mucho, primero cuando él vivía y ahora
con su viuda, pero no lo hemos logrado". No ha sido fácil reunir
la colección que este museo posee. Muchos de las piezas se han conseguido
a través del museo de Bally y otras en tiendas de antigüedades
o donaciones. Y es que no sólo es difícil encontrar estos
zapatos, sino que además son muy caros. Villamayor posee un zapato
de plata español por el que tuvo que pagar cuatro mil dólares.
Paradójicamente el cactli azteca lo adquirió por trescientos
dólares y es una de las grandes joyas del museo.
Fuente de inspiración del cine
Observando este museo nos damos cuenta que el zapato ha
adquirido una presencia muy importante en nuestra cotidianidad ya que,
con los años, esta prenda se ha transformado en accesorio imprescindible
en el vestir. Nuestra sociedad no ve con buenos ojos un individuo que no
usa zapatos, pues éstos son un símbolo de pertenencia a una
sociedad y a una cultura. En contraposición a la rigidez con que
la sociedad observa el uso del zapato, existen miradas que han encontrado
en esta prenda un objeto de inspiración y fantasía, como
el caso de la música, el cine y especialmente de la literatura.
Entre las películas más célebres
en que el zapato adquiere protagonismo, recordamos Las sandalias del
pescador (1968), protagonizada por Anthony Quinn, o Murieron con
las botas puestas (1942), de Raoul Walsh y protagonizada por Errol
Flynn. O quién no recuerda las maravillosas e hilarantes escenas
de la película La quimera de oro (1925) en las que Charles
Chaplin trataba de saciar su hambre comiéndose unas viejas botas.
En la cinematografía más reciente encontramos la película
Piedras, ópera prima del cineasta español Ramón
Salazar, que se presentó en esta última Berlinale, y que
relata la historia de cinco mujeres a través del tipo de zapatos
que usan. En la pequeña pantalla, quedó retenido en la memoria
televisiva de todos el ingenioso "zapatófono" del Superagente 86,
popular serie de los años sesenta.