¿ABSOLUCION O JUSTIFICACION ANTICIPADA?
El
obispo que funge como vocero del Episcopado Mexicano ha formulado declaraciones
sobre la matanza de Tlatelolco que no se sabe si asombran más por
su total carencia de base jurídica o por su carácter peligroso
y su falta del llamado amor cristiano que, dada la investidura de sacerdote
y la autoridad de sus mandantes, se supone debería estar presente
en sus palabras.
El obispo-vocero Abelardo Alvarado Alcántara justificó
una matanza por lo que consideró "atenuantes", es decir, por el
pretendido temor a la violencia de los estudiantes (que, como se sabe,
efectuaban manifestaciones pacíficas) y por el miedo a un fantasmal
golpe de Estado que sólo existía en los documentos de los
servicios represivos.
Tales declaraciones equivalen pues a la absolución
por un crimen político deliberadamente estudiado y tendrían
un doble fin inmediato.
En efecto, buscarían cubrir en bloque a otra institución
-las fuerzas armadas- que no ha pedido tal complicidad a posteriori y,
por el contrario, se declara dispuesta a deslindar responsabilidades. E
intentarían igualmente justificar la actitud poco cívica
y poco cristiana asumida por las autoridades eclesiásticas en aquel
año trágico frente a una matanza fríamente preparada
del tipo de la que, tres décadas después, se perpetró
en Acteal contra gente desarmada y para instaurar el terror.
Pero lo peligroso de las palabras oficiales del Episcopado
no consisten sólo en su intento de borrar huellas de sangre y revisar
la historia sino también en que dichas declaraciones establecen
un siniestro precedente pues, si el temor a los estudiantes o a los rumores
de un golpe son atenuantes de acciones genocidas, se podrá recurrir
a éstas ante cualquier futura movilización importante ?estudiantil,
ciudadana, indígena, de los campesinos o trabajadores? y en cualquier
situación tensa, por ejemplo, fomentada por la histeria antiterrorista
y belicista que promueve el gobierno de Washington.
La aberración jurídica de tales argumentos
obispales no necesita ser probada. Por consiguiente, sólo queda
esperar un rápido desmentido por parte del Episcopado ante la eventualidad
de que el traduttore pueda ser, como a veces sucede, un traditore o sea
que, por torpeza, superficialidad o exceso de celo, el vocero no haya reflejado
fielmente el pensamiento de sus mandantes, ya que es anhelo de todos los
mexicanos decentes hacer luz sobre un pasado que no debe renacer.