Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 24 de febrero de 2002
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Editorial
¿ABSOLUCION O JUSTIFICACION ANTICIPADA?

El obispo que funge como vocero del Episcopado Mexicano ha formulado declaraciones sobre la matanza de Tlatelolco que no se sabe si asombran más por su total carencia de base jurídica o por su carácter peligroso y su falta del llamado amor cristiano que, dada la investidura de sacerdote y la autoridad de sus mandantes, se supone debería estar presente en sus palabras.

El obispo-vocero Abelardo Alvarado Alcántara justificó una matanza por lo que consideró "atenuantes", es decir, por el pretendido temor a la violencia de los estudiantes (que, como se sabe, efectuaban manifestaciones pacíficas) y por el miedo a un fantasmal golpe de Estado que sólo existía en los documentos de los servicios represivos.

Tales declaraciones equivalen pues a la absolución por un crimen político deliberadamente estudiado y tendrían un doble fin inmediato.

En efecto, buscarían cubrir en bloque a otra institución -las fuerzas armadas- que no ha pedido tal complicidad a posteriori y, por el contrario, se declara dispuesta a deslindar responsabilidades. E intentarían igualmente justificar la actitud poco cívica y poco cristiana asumida por las autoridades eclesiásticas en aquel año trágico frente a una matanza fríamente preparada del tipo de la que, tres décadas después, se perpetró en Acteal contra gente desarmada y para instaurar el terror.

Pero lo peligroso de las palabras oficiales del Episcopado no consisten sólo en su intento de borrar huellas de sangre y revisar la historia sino también en que dichas declaraciones establecen un siniestro precedente pues, si el temor a los estudiantes o a los rumores de un golpe son atenuantes de acciones genocidas, se podrá recurrir a éstas ante cualquier futura movilización importante ?estudiantil, ciudadana, indígena, de los campesinos o trabajadores? y en cualquier situación tensa, por ejemplo, fomentada por la histeria antiterrorista y belicista que promueve el gobierno de Washington.

La aberración jurídica de tales argumentos obispales no necesita ser probada. Por consiguiente, sólo queda esperar un rápido desmentido por parte del Episcopado ante la eventualidad de que el traduttore pueda ser, como a veces sucede, un traditore o sea que, por torpeza, superficialidad o exceso de celo, el vocero no haya reflejado fielmente el pensamiento de sus mandantes, ya que es anhelo de todos los mexicanos decentes hacer luz sobre un pasado que no debe renacer.
 

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