ESPIRITU DE DIALOGO
Ayer
por la noche, los aspirantes a dirigir el Partido de la Revolución
Democrática sostuvieron un debate en el que no se eludió
la divergencia, pero que resultó, en términos generales,
serio y civilizado.
Está por confirmarse un encuentro semejante entre
los dos aspirantes a la presidencia del Revolucionario Institucional; en
los tiempos que corren, y habida cuenta de la gran competitividad política,
no parece razonable ni prudente que el tricolor se abstenga de enviar al
electorado una muestra de civismo, como la que implica una confrontación
de ideas entre las corrientes internas de un partido.
Al margen de las instancias partidarias, en las esferas
gubernamentales está previsto para hoy un encuentro entre el presidente
Vicente Fox y el jefe del Gobierno capitalino, Andrés Manuel López
Obrador, orientado a limar diferencias -ojalá- sobre la persona
idónea para dirigir la seguridad pública capitalina y el
procedimiento correcto para designarla.
Los debates intrapartidarios y las negociaciones entre
el Ejecutivo federal y el gobierno capitalino son hechos distintos, pero
igualmente auspiciosos. Sin ignorar las debilidades e inconsecuencias del
actual proceso de transición en el que está empeñado
el país, debe reconocerse un hecho político positivo: la
negociación y el diálogo político parecen haber adquirido
carta de naturalidad en nuestra vida republicana, y ese dato da cierto
margen al optimismo.
Para aquilatar el cambio experimentado en los usos políticos
del país, cabe recordar que las polémicas y las negociaciones
que hoy resultan naturales y hasta inevitables eran, hasta hace unos años,
impensables.
La búsqueda de acuerdos ante diferencias políticas
programáticas era casi sinónimo de claudicación, y
negociar con los adversarios parecía sinónimo de traición.
Para colmo, la vida política en su conjunto estaba dominada por
una fuerza hegemónica, el PRI, que no tenía el menor interés
en discutir ni en buscar acuerdos. De hecho, el primer candidato presidencial
que aceptó medirse en un debate público con sus adversarios
fue, precisamente, el último mandatario de ese partido: Ernesto
Zedillo. En los órganos del Legislativo, el partido del gobierno
tuvo, hasta 1997, mayorías absolutas que aplastaban argumentos opositores
mediante el mayoriteo. Se hizo célebre la frase de que, entre los
legisladores, el PRI solía perder los debates y ganar las votaciones.
Ciertamente, en materia de negociación y diálogo,
los actores políticos han hecho de necesidad virtud. El Ejecutivo
federal se enfrenta, por primera vez en la historia moderna, a poderes
Legislativo y Judicial realmente independientes, y el PRI es un partido
opositor que necesita convencer a la ciudadanía de su voluntad efectiva
de transformación y democratización interna. Pero, a fin
de cuentas, la sociedad gana, en definitiva, cuando las formaciones partidarias
y los representantes populares se ven obligados a discutir entre ellas,
y de cara al público, para darse legitimidad. Entre el alud de malas
noticias de nuestros tiempos, ésta es una buena.