José Cueli
''Cuaresma cervecera''
Cuando los torillos de Manuel Martínez llegaban al redondel, piadosos y borrachos, se arrodillaban y entonaban cantos religiosos acordes a la época de cuaresma que se inició esta semana. Desvanecidos, se alejaban murmurando coros resignados que retumbaban en la concavidad del coso semivacío, antes de retorcerse como víboras chirrioneras por el redondel. Los torillos se acurrucaban con dolor sobre la arena y olfateaban la sangre de sus hermanos sacrificados y se paralizaban de miedo.
Los torillos de Manuel Martínez, descastados, se arrastraban cansadamente sobre los capotes y eran acariciados por los picadores o el rejoneador, enlazándolos al sueño cervecero de los paganos. Una corrida de toros bravos rodando como pelotitas šver para creer! Los torillos medrosos luchaban contra un poder que los doblegaba y se inclinaban sobre el fondo del ruedo despeñándose erizados de horror, emparedados entre la espuma cervecera y el humo de los puros envuelto en polvo del ruedo y estirándose como recién casada al son del "amanecí otra vez entre tus brazos...".
Mientras los "cabales" agrupados en la cama de piedra que es la Plaza México, llegamos a la corrida por la fuerza de la costumbre, a sabiendas de que sólo iríamos a "cervecear" y dormir a ritmo con los torillos. Cuaresmeños, los aficionados descastados, ya ni protestábamos y Manolo Mejía, en armonía con los toritos, los mecía y luego se dormía en sus morrillos en sabihondas faenas fisioterapéuticas y en la vuelta al redondel, acabándose el chupe que aún quedaba en el coso.
En tarde que el agradable sol final del invierno se resbalaba suavemente al compás de la ingestión de la marranilla por los ''cabales'', que iluminados como faroles dibujábamos los ángulos de la resignación cuaresmeña por los torillos y de ver a un rejoneador que no torea y a un diestro malagueño que aún no despierta del vuelo que lo trajo a México.