Con sus voces, transitaron por un amplio repertorio
de canciones dedicadas al amor
Acompañados por miles de cómplices,
Eugenia y Pablo llenan de magia el corazón del DF
Interpretaron composiciones de Silvio Rodríguez,
Violeta Parra, Joan Manuel Serrat, Agustín Lara, Marcial Alejandro,
Fito Páez y del propio Milanés, entre otros
CARLOS PAUL
Al amor que se busca, al que se encuentra, al que se recibe,
al que se pierde, al que se sueña, al que se toca y se besa, al
que se extraña y se desea fue dedicado el concierto de Pablo Milanés
y Eugenia León, realizado ayer por la tarde en el Zócalo.
Cómplices para abrir el abanico del amor, Pablo
y Eugenia unieron sus voces, viajaron por el repertorio de los grandes
compositores vulnerables a ese sentimiento del que nadie escapa.
Con
su eterna sonrisa afectuosa, Pablo abre el recital. Sentado en un banco,
recuerda Los días de gloria, canción emblema de su
disco anterior, para luego dedicarle a su esposa, Sandra, Si ella me
faltara alguna vez. El filin que le imprime poco a poco se va
haciendo uno con el público cuando canta, acompañado por
la suave nostalgia de un sax, aquello que dice: "Si me dejara de
querer cuando la contemplo al despertar..."
Breves son las primeras canciones que interpreta. De repente,
una mirada de añoranza destella en los ojos del público al
escuchar los primeros acordes de: "Esto no puede ser nomás que una
canción, quisiera que fuera una declaración de amor". Yolanda
se deja escuchar, suave, en la boca de los miles de asistentes al concierto.
Al terminar la canción, Eugenia sube al escenario.
Los cómplices ahora están juntos. Sus voces duplican la fuerza
de la sencillez para cantarle a aquella edad que ya se va en un sueño
que jamás regresará.
Se toman de las manos, se sonríen, cómplices,
y con un "ahí les va", unen sus estilos e interpretan el bolerazo
compuesto por César Portillo de la Luz Contigo en la distancia,
que acorta todavía más la comunión entre intérpretes
y escuchas.
Pablo sale del escenario y Eugenia continúa. "Porque
el Zócalo siempre es como una casa muy grande, muy grande, donde
siempre puede uno ver los ojos, las sonrisas y la espera de la gente que
uno quiere, que son ustedes."
La simpatía y el temperamento de Eugenia conmueven.
Su voz le da forma al sentimiento cuando canta: "Nunca tuve miedo a nada,
ni al silencio, ni al dolor. Si me sentía sola me bastaba la imaginación.
Pero desde hace tiempo me domina la contradicción. Convencida presumía
ser dueña de mi voluntad, pero ahora aquí estoy como una
loca enamorada escribiendo una canción, pidiéndole a la luna
inspiración".
De manera paulatina, el abanico amoroso se va extendiendo,
y de Silvio Rodríguez interpreta Por quién muere ese amor,
canción en la cual las preguntas y los sueños tejen un deseo.
Luego, la sombra poética del maestro Agustín
Lara se hace voz y se encarna en aquella letra que comienza: "Rival de
mi cariño, el viento que te besa. Mi rival es mi propio corazón
por traicionero. Yo no sé cómo puedo aborrecerte si tanto
te quiero".
Regresa Pablo al escenario y el amor se vuelve Paloma
ausente, canción compuesta por Violeta Parra. Los cómplices
evocan, dibujan con su voz una blanca paloma, una rosa naciente que es
la paz con el deseo de que no descienda herida.
"Pablo tiene las manos calientitas", dice Eugenia, sonriendo,
antes de cantar, de Silvio Rodríguez, Rabo de nube, que es
recibida con un tierno aplauso.
El público se anima y algunos claveles blancos
vuelan hacia el escenario.
Pablo le canta de nuevo a Sandra. Le siguen las canciones
Mírame bien y El amor de mi vida. Eugenia interpreta
de Marcial Alejandro Luz a los poetas, y luego pone otra pieza al
mosaico amoroso con una composición de Astor Piazzola y Michel Trejo:
Los pájaros perdidos.
Con la mirada llena de ayer, Penélope, de
Joan Manuel Serrat, es recordada en complicidad, al igual que Fito Páez,
quien escribió: "Quién dice que todo está perdido.
Yo vengo a ofrecer mi corazón".
Eugenia y Pablo continúan cantando aquello de "el
tiempo pasa, y nos vamos poniendo viejos". Años, de Milanés.
Sin brusquedad, siguiendo la melodía, poco a poco
Pablo canta mientras sube al escenario el mariachi de Chucho Rodríguez
de Híjar: "Cuando te hablen de amor y de ilusiones..." A Un mundo
raro le sigue: "Me cansé de rogarle, me cansé de decirle
que yo sin ella de pena muero".
Y ya instalados en la música mexicana, la enjundia
de Eugenia canta Vámonos, y para completar la historia interpretan
Si nos dejan.
El público aplaude y quiere más. Pablo y
Eugenia se despiden, no sin antes cantar Para vivir y aquello que
dice: "Yo no te pido que me bajes un estrella azul, sólo te pido
que mi espacio llenes con tu luz". Y eso acaban de hacer: bajar una estrella
y llenar con su luz el corazón de la ciudad de México.