Robert Fisk
Las naciones árabes, perdidas en un pozo de desesperación
Hace unos días, el príncipe heredero
Abdullah, de Arabia Saudita, apeló a la "conciencia" del pueblo
estadunidense y solicitó ayuda para los palestinos. El emir de Qatar
cayó un poco más bajo en la degradación. Los árabes,
dijo -después de disculparse por el uso de la palabra- tenían
que "suplicar" a Estados Unidos que use su influencia sobre los israelíes.
Pronunciar este tipo de palabras nos remite, realmente,
al pozo más profundo de la desesperación árabe.
¿"Suplicar"? ¿"Conciencia"? Puede ser que
Washington aún rechace la petición de Ariel Sharon de romper
todo contacto con Yasser Arafat, pero el presidente Bush olvidó
desde hace mucho su "visión" de un Estado palestino -el cual mencionó
cuando necesitaba la anuencia árabe antes de bombardear Afganistán,
y lo sepultó rápidamente una vez que dicha "visión"
cumplió su cometido?. Y la función de Arafat ahora es recordar
cuál es su trabajo: proteger a Israel de los palestinos, es decir,
de su propio pueblo.
Desde su oficina en Ramallah, rodeado de tanques israelíes,
Arafat fantasea sobre sus hazañas, como cuando estuvo sitiado por
Israel en Beirut occidental en 1982, pero es difícil subestimar
el grado de vergüenza que muchos palestinos ahora asocian con su líder.
La Navidad pasada, Arafat insistió en que asistiría a la
misa católica en Belén aunque tuviera que ir caminando. Pero
cuando los israelíes le negaron el permiso de salida, se limitó
a aparecer en la televisión palestina y, de manera absurda, calificó
la negativa de Israel de "crimen" y "acto de terrorismo".
El diario árabe Al Quds al-Arabi se preguntó
sobre la posible explicación a esta "extraña e incomprensible"
actitud de Arafat. ¿Por qué no salió caminando de
Ramallah acompañado por los clérigos cristianos que habían
ido a darle su apoyo, y siguió avanzando hasta que las tropas israelíes
lo detuvieran físicamente frente a las cámaras de televisión?
Entre más hable Arafat sobre el "terrorismo" de Israel, menos propensos
estaremos a analizar su propio historial de corrupción, amiguismo
y brutalidad.
Mientras tanto, sigue adelante la fabricación de
mitología por parte de Israel. En Nueva York, Shimon Peres anuncia
la presencia en Líbano de miembros de la Guardia Revolucionaria
Iraní y la llegada de 8 mil misiles de largo alcance destinados
a Hezbollah. Ahora bien: no ha habido un miliciano iraní en Líbano
en los últimos 15 años, y los "nuevos" misiles no existen;
pero estos absurdos están siendo reportados por los medios de comunicación
estadunidenses sin que haya el menor intento de corroborar los hechos.
La mentirota más reciente provino de Sharon. Lamentaba,
dijo, no haber "liquidado" a Arafat durante el sitio en torno a Beirut
de 1982, porque había un acuerdo con el gobierno libanés
de no hacerlo. Esas son pamplinas; durante el sitio, los jets israelíes
bombardearon en cinco ocasiones los edificios en los cuales Sharon, entonces
ministro de Defensa, creía que se escondía Arafat. En dos
ocasiones Israel destruyó bloques completos de departamentos ?matando,
desde luego, a todos los civiles que los ocupaban? sólo minutos
después de que Arafat salió de ellos. De nuevo, la visión
falsa de Sharon sobre la historia es reportada por la prensa estadunidense
como si fuera un hecho.
Ciertamente, todos los participantes en el conflicto de
Medio Oriente están ahora enfrascados en un juego de autoengaño,
en un intento masivo y fraudulento de evadir cualquier análisis
de los temas críticos que se encuentran más allá de
la tragedia. Los sauditas quieren apelar a la "conciencia" estadunidense
no porque les perturbe el predicamento de Arafat, sino porque 15 de los
aeropiratas del 11 de septiembre eran sauditas. La pretensión de
Sharon de unirse a la "guerra contra el terror" -por ejemplo, inventando
enemigos iraníes imaginarios en Líbano que estén a
un lado de algunos de sus muy reales enemigos en Cisjordania y Gaza- es
un intento descarado de asegurarse el apoyo estadunidense para destruir
la intifada palestina y continuar la colonización israelí
de las tierras palestinas.
De manera similar, las aseveraciones mesiánicas
de Bush de que está combatiendo el "mal" (asumiendo, aparentemente,
que el "mal" sea un Estado-nación), y de que los enemigos de la
red Al Qaeda detestan a Estados Unidos porque están "contra la democracia",
son tonterías. La mayoría de los enemigos musulmanes de Estados
Unidos no saben qué es la democracia y ciertamente nunca la han
disfrutado, pero sus actos, que desde luego son malvados, tienen motivos.
Bush sabe, al igual que su secretario de Estado, Colin
Powell, que existe una íntima relación entre los crímenes
contra la humanidad del 11 de septiembre y Medio Oriente. Después
de todo, los asesinos eran árabes en su totalidad; escribían
y hablaban en árabe y venían de Arabia Saudita, Egipto y
Líbano. Esto nos da pie para reflexionar.
Pero en el momento en que alguien da el siguiente paso
lógico y observamos al mundo árabe en sí, ya estamos
caminando sobre territorio prohibido. Cualquier análisis de la situación
actual en Medio Oriente arrojará como conclusión la injusticia,
la violencia y la muerte como resultados ?directos o indirectos? de las
políticas de Estados Unidos y sus aliados árabes e israelíes
en la región.
Al llegar a este punto, toda discusión debe terminar,
porque resulta que el involucramiento estadunidense en la región
(en lo que se refiere a su respaldo incondicional a Israel, su indulgencia
ante la colonización judía de tierras árabes, las
sanciones contra Irak por las cuales han muerto decenas de miles de niños),
así como la falta de democracia que Bush considera el origen del
ataque, sugieren que los propios actos de Estados Unidos son elementos
que podrían tener algo que ver con la rabia y la furia que originaron
los asesinatos masivos del 11 de septiembre. Estamos, de hecho, en territorio
muy peligroso.
Cuando se comete un crimen, incluso el más banal
asesinato doméstico, lo primero que busca la policía es el
móvil. Pero cuando se trata del más terrible de los crímenes
posibles, no están permitidos los procedimientos normales y el móvil
es lo último que buscamos. Hacer esto, tratar de discutir el ambiente
que originó esos asesinatos, trae consigo acusaciones de "antiestadunidense"
y "antisemita" y convierte el tema en tabú, lo cual, claro, es la
intención.
De manera extraña, los regímenes árabes
caen en el juego, no así los pueblos árabes (ellos saben
perfectamente qué hay detrás de los horribles actos del 11
de septiembre). Pero sus líderes deben fingir ignorancia. Se solidarizan
con la "guerra contra el terrorismo" y luego piden a Estados Unidos ?suplican?
que se reconozca la diferencia entre "terrorismo" y "resistencia nacional".
De su lado, los sauditas pasan por alto de manera deliberada
las implicaciones del hecho de que sus propios ciudadanos hayan participado
en los atentados del 11 de septiembre, y prefieren vociferar sobre la "conspiración
judía" contra Arabia Saudita. Arafat dice que apoya la "guerra contra
el terrorismo", y después -no nos hagamos tontos- permite que sus
acólitos lleven a cabo una operación de contrabando de armas
a bordo del Karine A.
Y Sharon, desesperadamente incapaz de proteger a su pueblo
de los crueles atentados suicidas con bomba palestinos, se concentra en
presentar la intifada como parte del "terrorismo mundial" y no como
lo que es: un levantamiento nacionalista. Porque en realidad tiene que
ver con el nacionalismo y la ocupación israelí; pero al igual
que las políticas estadunidenses en la región, esto no debe
ser puesto a discusión.
A fines del próximo mes, los presidentes y monarcas
árabes sostendrán una cumbre en Beirut. Lanzarán sonoras
declaraciones de apoyo a los palestinos y manifestarán un apoyo
casi igual de serio a la guerra contra el "terrorismo". No pueden criticar
la política estadunidense, no importa qué tan ultrajante
la consideren, porque casi todos están agradecidos con ella. Por
lo tanto, volverán a apelar a la conciencia de Estados Unidos y
harán lo que hizo hace unos días el emir de Qatar: suplicarán.
Y no obtendrán nada.
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Traducción: Gabriela Fonseca