Marta Tawil
Estados Unidos, Irán e Irak
Si la redefinición de las zonas de interés
estratégico para Estados Unidos después de la guerra fría
es más compleja de lo que fue en el contexto del sistema bipolar,
Medio Oriente sigue siendo para la clase política estadunidense
?administración, Congreso, grupos de interés, opinión
pública? zona prioritaria. Esto es aún más cierto
después de los ataques del 11 de septiembre. Resumido en pocas palabras,
los intereses principales de los estadunidenses en Medio Oriente son asegurar
proveerse de petróleo a un precio razonable y defender el Estado
de Israel. Toda la política de Washington hacia la región
se desarrolla alrededor de estas dos preocupaciones mayores: apoyar a los
regímenes "amigos" en el mundo árabe, luchar contra la adquisición
por parte de los países hostiles a Estados Unidos de armas de destrucción
masiva, instaurar acuerdos de paz entre Israel y sus vecinos árabes,
resolver el problema palestino, impedir el surgimiento de una potencia
hegemónica en el Golfo arábigo. Empero, en el razonamiento
de la elite política estadunidense la zona del conflicto árabe-israelí
y la del Golfo normalmente se analizan y tratan de manera aislada; ambos
contextos y sus dinámicas no se incluyen en una perspectiva integrada.
Esta característica de la política exterior de Estados Unidos
hacia la región se vuelve a confirmar con el reciente discurso que
el presidente Bush pronunció en su primer informe de gobierno en
enero pasado, en el que se refirió a la existencia de un "eje del
mal" conformado por Irak, Irán y Corea del Norte.
La
llamada política de la "doble contención" de Irán
e Irak, formulada durante la primera administración de Bill Clinton
en 1993, como respuesta al fracaso de la política de los años
precedentes que había buscado un equilibrio entre los poderes iraní
e iraquí, dejaba ver que los objetivos que los estadunidenses perseguían
eran crear un sistema de seguridad en el Golfo capaz de impedir que la
riqueza petrolera de la península arábiga cayera en manos
de uno u otro país, así como prohibir a estos países
el acceso a recursos que les permitieran rearmarse plenamente y volver
a amenazar a sus vecinos. Sin embargo, al menos hasta antes de los ataques
del 11 de septiembre, había una diferencia de objetivos: mientras
que con relación a Irak el objetivo ha sido, y sigue siendo, provocar
la caída del régimen de Saddam Hussein (si bien los medios
puestos en práctica hasta ahora no se han hecho a la medida de este
plan), en el caso de Irán se había buscado más un
cambio en el comportamiento del régimen islámico. Entre otros,
el cambio más esperado o exigido ha sido que Irán cambie
de actitud hacia Israel, apoye el proceso de paz y deje de apoyar a la
resistencia chiíta en Líbano. Por lo menos en este aspecto,
vinculado a la relación con Irán, el gobierno estadunidense
había establecido claramente el vínculo entre el progreso
de la paz en Medio Oriente y la estabilidad en el Golfo.
II
Al parecer, el vínculo de Irán con el conflicto
árabe-israelí se mantiene en la formulación de la
actual política estadunidense hacia ese país. Pero hay un
cambio de dirección, que estaría definido por las lecciones
de la experiencia afgana: cualquier país puede ser sometido con
"bombas inteligentes"; el poder militar y financiero de Estados Unidos
puede instalar gobiernos proestadunidenses donde sea. Por una extraña
coincidencia, junto al "eje del mal" de Bush está el que Sharon
llama "el triángulo del terror", conformado por Irán, el
Hezbollah y la Autoridad Palestina. Así, curiosamente, Israel acaba
de descubrir que el Gran Satán, el peligro inmediato, real, terrible
para los israelíes es Irán, incluido en el "eje del mal"
de Bush. Los ejemplos que demostrarían la conspiración iraní
que pretende provocar un segundo Holocausto, serían la reciente
captura en el mar Rojo de la embarcación Karina A, cargada
de armamentos iraníes, supuestamente destinados a Arafat (acusación
simplista, no sólo porque no existen pruebas, sino porque entre
otras cosas olvida que el gobierno de Teherán siempre ha visto con
grandes reservas a la autoridad secular de la OLP), y la existencia de
miles de misiles que Irán le sigue dando al Hezbollah.
Recientemente, en un artículo provocativo, Uri
Avnery sugiere que el equipo de Bush busca derrumbar al régimen
de los ayatolas con el fin de construir un oleoducto de la zona del Caspio
al océano Indico utilizando una ruta más corta y económica
que pasaría por Irán. Hasta qué punto es practicable
o factible esta aventura, queda por verse. Después de todo, cabe
recordar que en 1991 los estadunidenses prefirieron a última hora
congelar su plan de derrumbar a Saddam Hussein; aunque Rusia y China por
el momento parecen fuera del juego, no es seguro que permanezcan así
por mucho tiempo; la Unión Europea parece cada vez más alejada
de la política unilateral y simplista de la potencia hegemónica.
Lo cierto es que embriagados por la "victoria" en Afganistán y en
la coyuntura de la guerra mundial contra el terrorismo, los estadunidenses
están dispuestos a quedarse y a sacar el máximo provecho
de la posición que les brinda su control de la zona cercana a las
reservas petroleras del Caspio; el sometimiento de Pakistán, y la
presencia de sus agentes en el nuevo escenario afgano.
Indudablemente, golpear a Irán con apoyo israelí
sería desastroso para la región y la estabilidad mundial,
no se diga ya por el hecho de que Irán posee misiles y armas químicas
y biológicas. Aunque a muchos en la clase política estadunidense
parezca una insensatez, Irán podría desempeñar un
papel constructivo en el equilibrio regional. A diferencia de otros actores
de la región, la dependencia financiera y militar de Irán
con respecto a Estados Unidos no es tan grande; Irán es un país
que ha estado experimentando un proceso lento, pero gradual, de modernización
y apertura; su régimen se opuso siempre a los talibanes afganos
e, incluso, se puede afirmar que su base de legitimidad interna no es tan
frágil como la de los países árabes. Más aún,
Irán tiene una larga frontera con Afganistán, país
al que lo unen muchos lazos, si no principalmente en términos étnicos
o religiosos, sí en términos históricos y sociales.
III
Por lo que a Irak respecta, tanto en la retórica
de Bush como en los pronunciamientos de funcionarios y medios de información,
se acusa a Irak de apoyar el terrorismo e incluso de estar involucrado
con los hechos del 11 de septiembre. Aunque hasta ahora estas acusaciones
carecen de fundamento y evidencia, una delegación del Pentágono,
encabezada por el subsecretario de Defensa, Dough Feith, ha dicho que visitará
Israel el mes próximo para asistir a una reunión del Defense
Policy Advisory Group (DPAG), en la que aparentemente se harán los
preparativos para atacar Irak. Durante su reciente visita a Washington,
Ariel Sharon comunicó a Bush que, a diferencia de 1991, esta vez
Israel se reserva el derecho de responder militarmente a un eventual ataque
por parte de Irak. Como sucede siempre, Washington se mostró comprensivo
con los dilemas del primer ministro is-raelí y funcionarios le prometieron
informarle con anticipación de los planes estadunidenses. Pareciera
ser que Estados Unidos esta vez quiere llegar hasta las últimas
consecuencias. La lógica de la política de contención
de Irak es válida en la medida en que Hussein siga en el poder.
Ahora parece que el plan es echar por tierra esta política con todos
sus fracasos e injusticias, pero no para remplazarla con una diplomacia
activa, sino con la destitución del dictador iraquí y la
instauración de un régimen dócil, favorable a los
intereses estadunidenses.
Este plan, sin embargo, no convence a europeos ni a los
líderes del mundo árabe, ni siquiera a los enemigos de Saddam
Hussein, como Jordania, Arabia Saudita, Turquía (una de las economías
más golpeadas por el embargo económico impuesto a Irak),
e incluso a los dos líderes de la resistencia kurda en el norte
de Irak. Todos temen que un nuevo ataque contra Irak contribuya a agudizar
las causas del conflicto en la región y tenga un efecto disruptivo
de grandes proporciones. Y es que Irak también es una carta fundamental
que no puede separarse del conflicto que mantienen árabes e israelíes,
y resulta cada vez más difícil justificar ante los pueblos
árabes de la región los bombardeos "de rutina" que continúan
realizando Estados Unidos y Gran Bretaña contra Irak, así
como los estragos entre la población civil iraquí que el
embargo económico les provoca.
Relacionado con lo anterior, cabe subrayar que durante
su discurso Bush no hizo mención alguna de Siria. Los medios de
información y funcionarios israelíes consideraron esto una
omisión grave, ya que se acusa a Siria de tener tratos comerciales
con Bagdad que violan las disposiciones del embargo, y se piensa que el
régimen de Damasco sigue dotándose de armas químicas
y biológicas. Realmente, no puede afirmarse que la ausencia de Siria
en el discurso de Bush refleje un cambio en la postura de Washington hacia
ese país. Se trata de un gesto cosmético, no sustancial.
Así lo corroboran las constantes presiones y amenazas estadunidenses
e israelíes contra el gobierno de Beirut, y su insistencia en calificar
de terroristas los actos de resistencia de varias agrupaciones palestinas,
muchas de las cuales encuentran refugio en Siria. Más aún,
en su reciente encuentro, Bush prometió a Sharon disuadir con amenazas
a Damasco para que retire su apoyo a las actividades del Hezbollah en Líbano,
y rompa todo acercamiento con el régimen de Bagdad.
IV
Años atrás, la Casa Blanca y el Departamento
de Estado habían marcado la pauta de la política hacia Irak
e Irán, especialmente hacia este último. Ahora, el proyecto
está en manos exclusivas del Pentágono y los hombres del
petróleo (Bush y sus amigos). Todo apunta a que la política
de la "doble contención" de Irán e Irak ha perdido su valor
estratégico. Ya no se trataría, entonces, de "contener" a
estos gobiernos, sino de eliminarlos. Evidentemente, de concretarse estos
planes estaremos aún más lejos de alcanzar una resolución
justa, equitativa y general para los pueblos de la región, y la
paz seguirá siendo una quimera.