William D. Hartung
No dejen atrás a ningún contratista de defensa
Parecería que ocurrió hace millones de años;
sin embargo, si hacen memoria recordarán que durante la campaña
presidencial George W. Bush se presentaba como el hombre que "reformaría"
el Pentágono, dispuesto a recortar los programas innecesarios de
armamento de la guerra fría para dar lugar a sistemas móviles
más ligeros y rápidos. Es cierto que entonces Bush mencionó
la palabra "misiles de defensa" cada vez que pudo y que habló desdeñosamente
de acuerdos como el Tratado de Misiles Antibalísticos. Pero cuando
se le preguntaba cuánto pensaba realmente destinar al presupuesto
militar, el candidato republicano se comprometió a incrementar el
gasto militar en apenas 50 mil millones de dólares en un plazo de
10 años, esto es, en cerca de 5 mil millones anuales. Por el contrario,
su contendiente demócrata, Al Gore, prometió duplicar ese
mismo monto, o sea, 100 mil millones de dólares para la defensa
repartidos en una década. De hecho, cuando Gore enfrentó
a su adversario en este tema durante uno de los debates, Bush afirmó
que "si ésta es una competencia para ver quién puede gastar
más dinero, voy a perder".
Esto
implicaba que las reformas que Bush proponía -incluyendo la promesa
de "superar toda una generación" de sistemas de armamentos para
favorecer nuevos diseños de defensa más compatibles con las
realidades estratégicas del mundo de la posguerra fría-
darían espacio en el presupuesto a su ambicioso plan de defensa
contra misiles y armas convencionales de la nueva generación, sin
que al hacerlo se destapara el presupuesto militar.
La imagen de "reformador" de Bush terminó cuando
su administración presentó ante el Capitolio la propuesta
de aumentar el presupuesto militar en 396 mil millones. Como Paul Krugman,
del New York Times, resalta en su columna del 5 de febrero, "el
presupuesto militar parece que tiene poco que ver con la amenaza real...
A nosotros, que no somos expertos en defensa, nos desconcierta el hecho
de que un ataque cometido por maniacos armados con navajas justifique gastar
15 mil millones en piezas de artillería de 70 toneladas o desarrollar
tres diferentes aviones de combate (los cuales, por cierto, antes del 11
de septiembre eran vistos excesivos e innecesarios por funcionarios del
gobierno). Ningún político que desee la relección
se atrevería a decirlo, pero el nuevo lema de la administración
es "no dejen atrás a ningún contratista de defensa".
Una revisión rápida del Programa de Adquisición
y Costos por Sistema de Armamento del Pentágono indica que para
2003 más de un tercio de los 68 mil millones de dólares del
presupuesto militar para el año se destinará a los sistemas
que prevalecieron durante los tiempos de la guerra fría,
que evidentemente tienen poco o nada que ver con la guerra contra el terrorismo.
De hecho, durante la campaña presidencial y en los primeros meses
del se-cretario de Defensa, Ronald Rumsfeld, se habían anunciado
grandes reducciones o cancelaciones de muchos de esos sistemas de armamento.
Algunos ejemplos de las reliquias de la guerra fría
junto con sus principales contratistas que recibirán una buena partida
del presupuesto para 2003 son el helicóptero Comanche RAH-66,
del ejército; (Boeing y la Sikorsky Aircraft División of
United Technologies, 941 millones de dólares); Raptor F-22,
de la fuerza aérea (Lokheed Martin, Boeing, y el Pratt and Whitney
División of United Technologies, 5.2 mil millones); Destroyer
DDG-51 (Bath Iron Works and the Ingalls Shipbuilding División
of Northrop Grmman, 2.7 mil millones); submarino de ataque tipo Virginia
(Electric Boat Division of General Dynamics, 2.5 mil millones); submarino
de misiles balísticos Trident II (Lockheed Martin Misiles
and Space, 626 millones).
En total, estos sistemas son candidatos a recibir una
partida de 21.2 mil millones de dólares en el presupuesto del año
próximo, a pesar de que en el pasado tanto consejeros de Bush como
proponentes de la reforma militar los han criticado por considerarlos muy
pesados (es el caso del Crusader), redundantes (los tres nuevos
programas de aviones cazabombarderos) o, bien, fuera de lugar en un contexto
mundial en el que el adversario no es un gigante armado hasta los dientes
como lo era la Unión Soviética, sino un poder regional o
una red de terror, cuya intención, ya no se diga capacidad, no es
competir con Estados Unidos con navíos y aviones. En contraste,
en el marco del presupuesto militar previsto para 2003 el aumento en el
gasto de municiones y de precisión, como el Boeing Joint Direct
Attack Munition (JDAM) y el crucero de misiles Raytheon Tomahawk,
que se utilizaron ampliamente en la guerra en Afganistán, será
solamente de 3.2 mil millones de dólares.
Además del financiamiento que se hará de
las reliquias de la guerra fría, como las que se mencionaron,
se van a destinar 9 mil millones a la defensa de misiles balísticos,
no obstante la opinión dentro del propio gobierno estadunidense
de los expertos en proliferación de misiles, quienes coinciden en
que es poco probable que un Estado hostil o un grupo terrorista lance un
arma de destrucción masiva contra Estados Unidos con un misil. Así,
tenemos que más de 44 por ciento de los fondos destinados al armamento
contenidos en el presupuesto militar del gobierno Bush no tiene nada que
ver con la guerra mundial contra el terrorismo.
Más allá de si el nuevo presupuesto fi-nancia
sistemas obsoletos, surge otra interrogante fundamental: ¿el uso
de la fuerza militar resolverá el problema de la violencia terrorista?
Matar a los talibanes y destruir algunos operativos de Al Qaeda en Afganistán
sirve de poco para desarticular el financiamiento y las capacidades de
largo plazo de una red que aparentemente cuenta con células repartidas
en cerca de 60 naciones. Los esfuerzos de congelar su financiamiento, ir
a la caza de sus miembros y detener la transferencia de tecnología
armamentista de punta, que permite a redes como Al Qaeda constituirse en
seria amenaza, requerirá cooperar con otros países, muchos
de los cuales han sido prácticamente marginados de la postura unilateral
que ha adoptado la administración Bush desde el comienzo de la guerra.
De la supuesta existencia de un "eje del mal" al que se refirió
durante su primer informe de gobierno, afirmación que resultó
incómoda incluso para las elites políticas y corporatistas
que asistieron al Foro Económico Mundial de Nueva York, hasta la
indiferencia del Pentágono con relación a las críticas
que se le han hecho por la muerte de civiles afganos a causa de los bombardeos
aéreos y el tratamiento inhumano de los prisioneros de Guantánamo,
Bush y su equipo están creando un océano entre ellos y sus
aliados clave en la "coalición" antiterrorista. La falta de voluntad
de aumentar el gasto para la diplomacia (básicamente el presupuesto
principal del Departamento de Estado) o la ayuda económica externa
subraya a qué punto este gobierno considera la guerra contra el
terrorismo como una empresa básicamente militar, en la que Estados
Unidos realiza redadas ad hoc a su mando para ir detrás del
enemigo del momento. Esta actitud de hacer las co-sas por su lado es tan
peligrosa como el edificio militar que se quiere justificar en nombre de
la guerra contra el terrorismo.
World Policy Institute
Traducción: Marta Tawil