Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 12 de febrero de 2002
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Cultura
Teresa del Conde

Hiroshi Sugimoto

Hasta el 17 de marzo puede verse en el Museo Tamayo la muestra de este artista japonés, considerado uno de los fotógrafos más relevantes del mundo, tanto así que el Museo Guggenheim de Nueva York abrirá una retrospectiva suya ?sin duda la más importante de todas las que ha presentado? al parecer la próxima primavera.

En México ya habíamos tenido oportunidad de ver algunos de sus trabajos ?de la serie de los mares? en el Museo Carrillo Gil. No fallaron en sorprender. Recuerdo haberlos comentado en esta misma sección hará unos dos años.

La pieza que mayormente atrapa al espectador en la selección ahora exhibida es una Ultima cena (2000), compuesta de cinco paneles. Cristo queda en medio flanqueado por dos grupos de tres apóstoles. El momento captado es el mismo que anima la Cena de Leonardo en Santa Maria delle Grazie (Milán), "uno de vosotros me habrá de entregar", que produce las consabidas secuelas: ''¿seré yo?'', ''¿seré yo?'' Si el espectador está ayuno de los procederes del fotógrafo se preguntará cómo es que el ambiente, que no deja de ser leonardesco, quedó aquí tan enrarecido. La ficha que puede leerse en la mampara anexa, no dice absolutamente nada respecto a este trabajo y casi nada respecto a los otros, es una explicación técnica, con pretensiones de ser teórica, que más que acercar al espectador a las obras, lo aleja. Tal vez esa sea la razón por la cual esta importante exhibición casi carece de público y esta nota intenta, de algún modo, remediar el hecho.

Me detendré sólo en la obra principal, La última cena. Los personajes ¿corresponden a retratos posados? Son retratos, sí, pero provienen de otro discurso ya codificado. El artista fotografió un diorama en el Museo de cera de Tokio y ese diorama recrea, sólo en cierta medida, el mural de Leonardo, ahora restaurado de nuevo. No es, ni con mucho, la primera vez que lo hace, en 1999 retrató La lección de piano de Vermeer, también llevada a tres dimensiones mediante figuras de cera. Aquí Cristo volvió a la bidimensión, quedando aislado en medio, con las manos extendidas (misma postura que adopta en el mural) ligeramente escorzadas, efecto que se reitera en otras figuras glosando en cierta medida aquella famosa mano del autorretrato del Parmigianino que captó su reflejo en un espejo cóncavo. Esta faz de Cristo no se parece nada a la de Leonardo, sino que está tomada del autorretrato cristológico de Durero (1500) que se encuentra en la Vieja Pinacoteca de Munich efigie el óleo que posee ciertos visos de pantocrator: reconocemos allí la faz de Durero, pero la reconocemos enrarecida. Quienes realizaron la figura de cera entendieron bien esta condición y propusieron una figura que se parece a Durero, pero también a cualquier hippie de San Francisco. Si el personaje a partir del cual se realizó esa efigie hubiese sido seleccionado en México tal vez la elección podría haber recaído en el pintor Gustavo Monroy, que como bien se recuerda, se autorretrata como Cristo.

Vemos entonces que este políptico, pieza importante en la iconografía contemporánea sobre el tema ( como también lo es la Cena de Arturo Rivera en Monterrey, derivativa así mismo de fotografías pero de personajes reales) produce aquella "inquietante extrañeza" que analiza espléndidamente Sigmund Freud en su ensayo sobre la estética de lo siniestro a través de un relato del poeta Hoffman que tiene que ver también con personaje inanimado (la muñeca Olympia que Ofrenbach llevó al escenario operístico).

Pese a que este políptico en nitrato de plata es "teatral", lo que allí vemos está lejos de analogarse a un acontecimiento, no hay secuencia en él, ni hubo antelación. Sucede lo contrario de lo que sugieren los agrupamientos (también de tres personajes) en el mural de Leonardo. Si la fotografía, tal y como la hemos concebido, en un sinnúmero de ocasiones capta lo efímero, y está en el ojo del fotógrafo, sobre todo si es fotorreportero, proceder con decisión y rapidez, aquí sucede exactamente lo contrario, la inmutabilidad de esas figuras perpetuadas corresponde muy bien con el título de la exposición: "estática". 

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