Pedro Miguel
El canto de Chávez
Popular, populista y populachero, con retórica de vendedor de baratijas patrióticas en un mercado de feria, Hugo Chávez representa un extremo de la frustración política latinoamericana. El otro, Fernando de la Rúa, quien por mandato popular partió al basurero a finales del año pasado, era prototipo, más bien, de parlamentario ilustrado, fogueado en universidades, buenos restaurantes y exilios esclarecedores. Ni el moderado progresista vestido de Armani ni el exaltado y sudoroso cuartelario han pasado la prueba de la política. De la Rúa dimitió pudorosamente -como lo prescriben las buenas maneras democráticas- y dio paso a una cadena de presidentes cuyo más reciente eslabón se llama Eduardo Duhalde. Nadie conoce, en cambio, el futuro de Chávez. Si el descontento en su contra persiste y se acrecienta, los reflejos militares pueden llevarlo a atrincherarse en los jirones de su respaldo de masas y empujarlo a producir una matazón sin sentido que le haría daño a todo mundo y bien a nadie, ni siquiera a Estados Unidos. Ojalá que no. Ojalá que, si llega el momento de la sangre, Chávez tenga la sensatez o la cobardía, o el atributo o el defecto que se quiera, para tomar un avión y largarse a escribir sus memorias de gorila de izquierda.
Por cierto, las torpezas políticas del presidente venezolano no le dan la razón a Colin Powell. El actual secretario de Estado estadunidense tiene tanta autoridad para cuestionar la vocación democrática de un gobierno extranjero como un jefe de aduanas de Nigeria, porque el gobierno de George W. Bush -del que Powell forma parte- es producto de un fraude electoral realizado en Florida a la vista de todo el mundo. Tampoco el coronel Pedro Soto y sus representados -si es que los tiene- resultan adversarios serios y creíbles para el demagogo de Miraflores. El oficial de aviación tiene, tras de sí, el dudoso antecedente de haber sido edecán de Carlos Andrés Pérez, y no hay, en el abanico de la oposición venezolana, figuras prominentes no vinculadas con la corrupta clase política, cuya bancarrota hizo posible y hasta inevitable que el electorado pusiera en la silla presidencial a un militar golpista de boca fácil y vocación autoritaria. Pero la falta de calidad moral de los detractores de Chávez no va a ser freno para el deterioro (o la caída en picada) del actual gobierno, por la simple razón de que éste no tiene ninguna propuesta seria ni viable de nación, como no la tuvo De la Rúa ni la tienen, tampoco, los gobiernos neoliberales que aún medran en el continente.
El dato a considerar es que, cuando el mundo se integra y se transforma de manera vertiginosa e irracional, en estos países de acá no existe una idea clara de cómo participar en ese proceso, cómo reivindicar cierto grado de protagonismo en él y cómo, al mismo tiempo, seguir siendo países constituidos y no meros campos de acción para las franquicias. Suena horrible, pero la receta para resistir y ofrecer alternativas a economías y sociedades con cara de Ronald MacDonald no se encuentra en los escritos de Simón Bolívar, Benito Juárez ni José Martí, por más que este último haya redactado un opúsculo profético contra el TLC y haya vislumbrado el poder actual de la Coca Cola. Bien harían los dirigentes en dejar descansar a los próceres en sus tumbas y ponerse a trabajar ante situaciones nuevas. En esta lógica, si Chávez pudiera rescatar lo que queda de su gobierno, tendría que empezar a estudiar el mundo que es y dejar sus conjuros de resurrección del Libertador para sus tiempos -ojalá apacibles- de ex presidente. De otra manera, su discurso se convertirá, más pronto que tarde, en un canto de cisne (sea cisne o patito feo) y su gesta demagógica será una contribución más a la frustración de las sociedades latinoamericanas ante sus gobernantes de todas las tendencias.
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