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COLOMBIA: OPORTUNIDAD A LA PAZ
El
gobierno del presidente Andrés Pastrana y la dirigencia de las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) lograron ayer un acuerdo de
última hora para preservar el proceso de negociación y evitaron,
de esa forma, agudizar los enfrentamientos entre esa organización
guerrillera y el Ejército gubernamental, que constituyen uno de
los principales factores de violencia en esa nación sudamericana.
El acuerdo es auspicioso y esperanzador, no sólo
porque contribuye a despejar las perspectivas de profundización
de la guerra sino también porque establece claramente la necesidad
de construir un ambiente "propicio y sin confrontación armada" que
permita, a su vez, concretar una paz duradera basada en un nuevo pacto
social.
Para valorar lo conseguido ayer por el gobierno de Santafé
de Bogotá y la guerrilla ha de tomarse en cuenta, además,
la grave explosividad del conflicto colombiano, el cual presenta riesgos
concretos de internacionalización, debido especialmente al permanente
injerencismo de Washington.
Es claro que desde la perspectiva del gobierno estadunidense
los principales frentes de la violencia en Colombia -la insurgencia, por
un lado, y la siembra de hoja de coca y producción y trasiego de
cocaína, por el otro- debieran ser resueltos por la vía de
una acción militar abierta y masiva, hecho que involucraría
obligadamente a los países vecinos y que generaría reacciones
incontrolables y ciertamente indeseables en las regiones andina y amazónica.
Ante semejantes perspectivas, cualquier acción
que consolide el proceso pacificador que se mantiene, pese a todo, en San
Vicente del Caguán, contribuye a despejar riesgos de escalamiento
y generalización del conflicto; por el contrario, en la medida en
que los horizontes de la paz se estrechen, Estados Unidos tendrá
mayor margen para impulsar sus peligrosas propuestas militares.
Ante el guerrerismo y el intervencionismo estadunidenses,
debe reconocerse el papel positivo desempeñado, en esta ocasión,
por otras instancias de la comunidad internacional, especialmente de la
ONU y del grupo de los diez países facilitadores, entre los que
se encuentra México.
Debe recordarse, a este respecto, que hace justamente
diez años, el 16 de enero de 1992, con la firma en Chapultepec de
los acuerdos de paz para El Salvador, culminó uno de los esfuerzos
más meritorios y sostenidos de la diplomacia mexicana, esfuerzo
que había iniciado más de una década antes, en 1981,
con la declaración franco-mexicana sobre la guerra en ese país.
Finalmente, ahora que el proceso de paz en Colombia ha
conseguido un nuevo compás de espera, gracias, en parte, a gestiones
de nuestro país, resulta inevitable hacer referencia a la paradoja
dolorosa de que en territorio nacional sigue irresuelta la rebelión
indígena chiapaneca que desde hace ya más de ocho años
nos recuerda todos los días la necesidad de establecer un trato
justo, digno y democrático entre la nación y sus pueblos
indígenas.